Feliz final, de Isaac Rosa

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LIBROS

«Lo verdaderamente impresionante del texto del escritor sevillano es la palabra: ni la técnica estructural, ni la argumental, lo que destaca es la técnica lingüística»

 

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Isaac Rosa
Feliz final
Seix Barral, 2018

 

Texto: César Prieto.

 

Se ha destacado con insistencia en la nueva novela de Isaac Rosa el juego estructural que la ordena desde el final hasta el primer segundo en que arranca la trama, pero seguramente eso no es lo más definitorio; ni eso, ni la historia, que no deja de ser el típico cuento de pareja que desde la esperanzada primera mirada recorre todo el camino hasta la más ridícula debacle. Tampoco el marco narrativo que va recorriendo las circunstancias sociales de los últimos diez años, sus costumbres y su ideología. Lo verdaderamente impresionante del texto del escritor sevillano es la palabra: ni la técnica estructural, ni la argumental, lo que destaca es la técnica lingüística.

Aclaremos. La novela es un puro diálogo, solo eso. Ángela (profesora) y Antonio (escritor y periodista con problemas laborales) se intercambian mensajes alternativamente, que no dejan de ser soliloquios; o sea, palabra oral. Y ahí está lo complicado: mantener el interés durante bastantes más de 300 páginas con un arte tan difícil como el de reflejar una conversación y resultar creíble y no repetitivo.

Cierto es que hay algunas repeticiones, pero no dejan de ser los pilares que aguantan el relato: parejas mayores en el metro unos desconocidos en los inicios de su amor, que después son ellos mismos; montaje y desmontaje de pisos, búsquedas de casas en internet… Muchas más que sirven para afianzar una historia, que no deja de resultar vulgar, en el sentido de que se basa en un repertorio de causas que se van sobreponiendo hasta que el amor se agota de muerte natural, no en su tratamiento.

Estas causas son fácilmente imaginables: el nacimiento de los hijos —sí, cada trastoque de vida puede ser motivo—, las cuentas bancarias que bajan en picado, el deseo, que no huye pero se transforma, pequeñas decadencias físicas… Incluso la educación sentimental que recibimos. Por televisión y revistas nos llegan mensajes de divorciados que viven en casas maravillosas y llenos de felices experiencias.

Una lectura más meditada de las palabras de Ángela y Antonio es demoledora. Cierto es que los primeros momentos están llenos de ilusiones e ideales, y por tanto es una ficción. A partir de ahí, la vida en pareja del siglo XXI consiste en dos individualidades que toman del otro solo lo que les apetece, o mejor —en genial metáfora, dentro de un libro que está lleno de ellas— dos mundos paralelos que están lejos y piden ayuda a gritos. Por ello, no cabe llorar por la ruptura de una pareja. Si se ha de llorar, uno no debe hacerlo por el final, debe hacerlo por las ilusiones del principio, que son las que realmente han muerto.

Anterior crítica de libros: El visitante, de Stephen King.

 

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