Operación rescate: “Free jazz”, de Ornette Coleman

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“¿El secreto de “Free jazz”? El sonido resulta más importante que las notas. Coleman eliminó las jerarquías de los grupos de jazz. Muchos se tomaron el invento como una cacofonía ininteligible”

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Ornette Coleman
“Free jazz”
ATLANTIC, 1961

 

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

 

Si los cimientos a veces se agrietan, la construcción es sólida. Solo un autodidacta como Ornette Coleman (1930-2015) podía invertir los valores de una música cuya primera revolución consistía en estudiar a Charlie Parker para no parecerse a él. “Free jazz” es el disco más controvertido del género. El que más disensión ha provocado entre músicos, discográficas y promotores. Pero nada más lejos del propósito esencial de Coleman, afanado en la libertad como fuerza motriz. Dos años después de su debut con “Something else!!!! The music of Ornette Coleman” (1958), el tejano decidió romper la baraja: prescindió de todos los conceptos asentados de armonía, ritmo y melodía. ¿El secreto de “Free jazz”? El sonido resulta más importante que las notas. Coleman eliminó las jerarquías de los grupos de jazz. Muchos se tomaron el invento como una cacofonía ininteligible. ¿Una broma?

Convencido de que las ideas tienen imagen y sonido, y que salen ya completas del cerebro, Ornette Coleman sufrió el azote de compañeros y maestros, recelosos de un título tan lleno de pompa como “Free jazz” —tampoco se quedaban cortos “Change of the century” (1959), “The shape of jazz to come” (1960) o “This is our music” (1961)—, que rompía el formalismo innovador del bop. En un mundo en el que Parker, Monk, Bud Powell y Dizzy Gillespie eran sumos sacerdotes, ¿qué pintaba un paleto de Texas?

Coleman grabó sus primeros álbumes en California y de allí viajó a Nueva York, donde levantó ampollas con su cuarteto —atención: Don Cherry, Charlie Haden, Billy Higgins y Ed Blackwell— durante seis semanas de conciertos en el club Five Spot en 1959. Actuaciones que no pasaron desapercibidas para asistentes como John Coltrane, Charles Mingus o Miles Davis. Y en eso que llegó “Free jazz”. Con su borrachera atonal. Con su algarabía anárquica. Con su caudal polifónico. Allí, en la capital del jazz, preferían emplazarle a la cadena de música aleatoria de John Cage o a la escena de artes plásticas. Astuto, Coleman reprodujo el cuadro ‘White light’, de Jackson Pollock, en la carpeta.

 

En realidad, el autor de “Free jazz” era un instrumentista excepcionalmente dotado. Un virtuoso curtido como músico de feria en los cuarenta. Corre la leyenda de que el bluesman Pee Wee Crayton le pagaba para que no tocase ningún solo. Su proceso revolucionario parte de lo que definía como “música recién ordeñada”. De un laberinto se sale; de una línea recta, no. Coleman se aplicó una máxima: “No necesito seguir un mapa para equivocarme; puedo equivocarme yo solito”. Cada momento era único, irrepetible, por lo que la “performance” se convirtió en su hábitat natural. En ese sentido, el disco compartía el dogma de ruptura radical de los situacionistas de la época.

Coleman toca el saxo alto en “Free jazz”. Música directa, inmediata. Su alegato de libertad nace, eso sí, de una coartada teórica. Había que abrir el lenguaje en múltiples direcciones. Registrado el 21 de diciembre de 1960 en los A&R Studios de Nueva York y grabado en una sola toma, sus treinta y siete minutos son una improvisación continua. El muy bestia convocó a dos cuartetos y los enfrentó: cada uno por un canal. La sesión duró lo que dura un elepé. Un suspiro hecho obra. En el canal derecho colocó a Eric Dolphy (clarinete), Freddie Hubbard (trompeta), Charlie Haden (bajo) y Ed Blackwell (batería). Por el izquierdo se posicionaron Don Cherry (trompeta), Scott LaFaro (bajo), Billy Higgins (batería) y el propio Coleman. La sección rítmica marcaba el paso, mientras que el diálogo abierto entre los solos de viento era lo que otorgaba carácter “free” a la mística ensimismada del álbum.

¿Genio o impostor? Visto en la distancia, se advierte una coherencia en las trayectorias de Charlie Haden, Hubbard —tenía 22 años y le aguardaban episodios vibrantes con John Coltrane y Wayne Shorter— e incluso en el prematuramente desaparecido Eric Dolphy. Haden y Cherry abanderarían delirios como versionar canciones revolucionarias como el himno catalán, ‘Els segadors’ o ‘Ay, Carmela’, asociada a los republicanos en lucha en la Guerra Civil española. En “Free jazz”, sin embargo, brilla el contraste de sensibilidades. El respeto inquebrantable por la armonía de LaFaro. El conservadurismo de Hubbard. La rareza de que Dolphy optara por un clarinete bajo. Todos gozaron de espacio para desarrollar solos y volver a lo que en apariencia eran variaciones sobre un tema.

Su huella se puede rastrear en figuras como John Zorn, Sonic Youth, Yo La Tengo, Yoko Ono —el cuarteto de Coleman participó en su debut, “Yoko Ono/Plastic Ono Band”, en 1970— o Lou Reed. Reacio a la industria e incomprendido por el gremio, Ornette Coleman se encontraría a mediados de los sesenta con la rescisión de su contrato con Atlantic Records, casa en la que no gustaba una personalidad tan conflictiva. Anduvo fuera de juego unos años, hasta resurgir con una nueva ocurrencia: la música harmolódica. El mensaje era el mismo que le aisló de su entorno con “Free jazz”: “Let’s play the music and not the background”.

Anterior entrega de Operación rescate: “Music for all occasions”, de The Mavericks.

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