Ojalá que volvamos a vernos, Joaquín: crónica de su fin de gira

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«Sus ojos pelearon constantemente por contener la emoción y retener cada mirada, cada imagen, cada gesto»

 

Un abarrotado y entusiasta WiZink Center acogió anoche a Joaquín Sabina en Madrid, en el cierre de Contra todo pronóstico, su última gira hasta la fecha. Allí estuvo Arancha Moreno.

 

Joaquín Sabina
WiZink Center de Madrid
20 de diciembre de 2023

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: DOMINGO J. CASAS.

 

Cuántas vidas en una, cuántas noches en una. Ayer Joaquín Sabina despidió la gira Contra todo pronóstico en un WiZink abarrotado, sin más fechas en el horizonte de su calendario y con la sensación extraoficial de que esta iba a ser la última vez que le cantase a su público. Su última noche ante miles, su última noche de miles. Y aunque la duda quedó flotando en el aire, en las más de dos horas que duró el show sus ojos pelearon constantemente por contener la emoción y retener cada mirada, cada imagen, cada gesto de los de arriba y los de abajo. De los suyos, que son unos y otros, como él es de todos desde hace más de cuarenta años.

No sé cómo podían cantar, sin fallar una sílaba, tantos corazones en la garganta. Tampoco sé cómo pudo salir Joaquín a las tablas, a ese escenario tan temido que le ha visto enmudecer y caer al foso (¡menudo sitio para despedir una gira!). De ahí que, tras un trajeado y emotivo «buenas noches, buenas noches Madrid querido», admitiese que ningún otro templo de los que ha pisado en Londres, París o Nueva York le ha encogido tanto el corazón como el palacio madrileño. Pero ahí estuvo, de principio a fin sin fallar una canción. Con la voz sorprendentemente bien en comparación con otras épocas, más si cabe después de llevar todo el año cantando de puerto en puerto, a la orilla de tantísimas chimeneas. Y lo hizo una vez más acompañado de su prole: su mano derecha, Antonio García de Diego (director musical, piano, guitarra, armónica y voz); su fiel batería, Pedro Barceló; el veterano colaborador Jaime Asúa a las guitarras; la voz que siempre le arropa, Mara Barros, a los coros; el saxo, la flauta y el acordeón de Josemi Sagaste, el bajo elegante de Laura Gómez Palma y la última incorporación, Borja Montenegro, también a las guitarras. Siete miuras para un «torero», como le gritaron anoche en la plaza.

 

«Anoche reivindicó su pasado menos piropeado, cuando ciñéndose a los clásicos podría haber tenido al público bien alimentado»

 

El repertorio no presentó sorpresas, acorde con el que ha venido haciendo esta gira. Pero sí le valió para reivindicar su presente, demostrando que el Sabina de los últimos años ha dejado unas cuantas perlas, y también su pasado menos piropeado, un rasgo valiente de un autor que, tocando solo los clásicos, ya podría haber tenido al público bien alimentado. Interesante apuesta para echar el telón, como mínimo, de esta gira, demostrando que los grandes lo son también decidiendo qué canciones se han ganado su hueco, sean mediáticas o no.

Desde que arrancó con “Cuando era más joven”, antes de bajarse en Atocha poema previo mediante, un concepto sobrevoló la velada: la vida. El hecho de estar vivos. Seguir cuando otros, por desgracia, ya se fueron. Quién nos iba a decir que Joaquín, con ese alma cierrabares, iba a sobrevivir tantos años en los escenarios. Ya conocen aquello del «cría fama…»; también que nunca sabremos la verdad porque se empeña en negarlo todo, como volvió a cantar anoche, tocando un piano imaginario en el aire que sonó a gloria, como el de García de Diego. Tal era la tensión emocional que —corríjanme si me equivoco— cerró “Mentiras piadosas” con los ojos llenos vidriosos, justo antes de enlazar, precisamente, con “Lágrimas de mármol”, con ese inicio tan Leiva y arropado por Asúa y Sagaste en el epicentro del escenario. Curioso detalle: los músicos estaban repartidos en dos hileras, en dos flancos distintos, subidos a una plataforma por encima de Joaquín, que se mantuvo toda la noche en el centro del escenario, ora sentado en una silla alta de bar, ora en una mesita con dos sillas. Una vacía, quizá símbolo de aquellos que han formado parte de su vida y ya no están. Krahe, Aute, «mi hermano Pablo Milanés». Los citó a todos antes de recordar que ahora «el Serrat» se retira, «vaya usted a saber por qué». Lo mismo digo, maestro.

 

 «Quién nos iba a decir que Joaquín, con ese alma cierrabares, iba a sobrevivir tantos años en los escenarios»

 

Desde ahí quiso cantarle a Chavela Por el bulevar de los sueños rotos, cuya imagen apareció en las pantallas junto a la de un tal José Alfredo, mientras interpretaba la letra a dúo con Mara, ataviada con un poncho rojo. Aquí la voz de Joaquín sonaba muy por encima de la de la onubense, que se desquitó después con una soberbia interpretación de la copla “Y sin embargo, te quiero”. Pero para eso aún quedaba un rato, y un fantástico vis a vis con Jaime Asúa haciendo de Fito Páez en la célebre “Llueve sobre mojado”. ¡Qué pechá de rock and roll cada vez que el guitarrista se hacía con el control!

El descanso del guerrero lo llenaron Mara cantando “Yo quiero ser una chica Almodóvar” y García de Diego entonando “La canción más hermosa del mundo”, en cuyos compases finales reapareció Joaquín para recordar que, “Ni tan joven ni tan viejo”, sigue al pie del cañón like a rolling stone. Y ahí el palacio no se contuvo más. Venga gritos de «oe, oe, oe, oe», venga gritos de «torero, torero». Fueron minutos enteros en los que Sabina solo miraba, levantaba los brazos en señal de «¡cómo respondo a esto, carajo!» y agradecía con los ojos tanto cariño, tanto calor, tantos años. Al final le pidió a Antonio García de Diego que volviesen a la acción, porque aquel momento, en una noche tan a corazón abierto, podría haber sido eterno.

“A la orilla de la chimenea” fue la antesala de “Una canción para la magdalena” y ahora sí, por fin, Sabina agarró la guitarra y paseó la festiva “19 días y 500 noches” antes de una emocionantísima “Peces de ciudad” —nunca, quizá, estuvo tan fino hilando imágenes y versos como en esta letra—. Tras ella, ese inicio coplero que desemboca en “Y sin embargo”, y otra buena dosis de rock and roll con “Princesa”, un auténtico himno y un falso final. Porque tras despedirse regresaron con “El caso de la rubia platino”, de nuevo con un rugiente Asúa, y empuñó las últimas tres tonadillas. “Contigo” sonó a pacto de sangre, y aún no sé si se lo cantó más Joaquín al público o el público a Joaquín. Después abordaron un medley de “Noches de boda” —que recordó que a Sabina, el poeta de la calle, a romántico tampoco le gana nadie— y un extracto de “Y nos dieron las diez”. Y como en realidad ya habían dado las once, antes de que desapareciera la carroza no hubo más remedio que acabar.

Seamos sinceros: es divertido ver a Joaquín Sabina platillos en mano, cantando la luminosa “Pastillas para no soñar”, en un cierre psicotrópico y circense que nos advierte de todo lo que nos perdemos si pretendemos vivir 100 años. Apostaría, sin embargo, que la prole del bombín, los madres y padres, los hijos y nietos, las familias, los amigos, las parejas y el heterogéneo grupo que conforma su público, ese que engloba lo mismo a Maribel Verdú que a Ismael Serrano o Fernando Léon de Aranoa, no pretende tanto llegar a los 100 como tener la sensación de haber vivido. Y para eso, nada más eficaz que habitar para siempre en las canciones de Joaquín Sabina. Gracias por tanto, maestro, y como dijiste anoche, «ojalá que volvamos a vernos, ¡ojalá!».

 

«“Contigo” sonó a pacto de sangre, y aún no sé si se lo cantó más Joaquín al público o el público a Joaquín»

 

Repertorio:

Cuando era más joven
Yo me bajo en Atocha
Lo niego todo
Mentiras piadosas
Lágrimas de mármol
Cuando aprieta el frío
Por el bulevar de los sueños rotos
Llueve sobre mojado (con Jaime Asúa)
Yo quiero ser una chica Almodóvar (Mara Barros)
La canción más hermosa del mundo (Antonio García de Diego)
Tan joven y tan viejo
A la orilla de la chimenea
Una canción para la Magdalena
19 días y 500 noches
Peces de ciudad
Y sin embargo te quiero (Mara Barros) / Y sin embargo
Princesa

Bises
El caso de la rubia platino (Jaime Asúa)
Contigo
Noches de boda / Y nos dieron las diez
Pastillas para no soñar

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