Odisea, de Madbil

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DISCOS

«Una obra completa, llena de magistrales canciones, un tanto más variadas si cabe, pero llenas de ese brillo artesanal»

 

Madbil
Odisea

HANKY PANKY RECORDS, 2024

  

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Entre Bilbao, donde vive Pablo Ruigómez, y Madrid, donde lo hace Javier Martínez, Madbil ha conseguido editar tres elepés, los dos primeros en la escuela del pop de orfebrería con algunos arreglos crepusculares que levantan melodías de precisión mágica. Un sonido que es marca de fábrica y que continúan en este reciente Odisea, si acaso con mayor potenciación de esos aires melancólicos y lúgubres. Es lo que sucede en “Se acerca el desierto”, instrumental de inicio sinfónico en el que entra una línea de bajo que la hace menos pop y más atenta a Joy División.

Es el mismo bajo en línea de vanguardia que aparece en “Primera luz”, también con un fondo orquestal que ayuda a elevar las canciones, añadido a unos detalles synth pop que acercan todo a los parámetros de los años ochenta. Los mismos que aparecen en la tensión dramática de fondos obsesivos y guitarras que sobrevuelan en “Miles de voces”, una canción densa y emocionante.

Los títulos también apuntan maneras, grandilocuentes, como “Grabado a fuego”, donde la voz modula entre lo maquinal y las impresiones melancólicas, en el punto justo entre la desesperación y la ceniza. Son estas las cuatro primeras canciones, pero a partir de aquí, con la bisagra de “El deseo”, el disco se convierte en otro.

“El deseo” cuenta con un paisaje sonoro más aterciopelado, aunque al mismo tiempo agreste, levemente psicodélico también. Todo es denso y compacto, con una fuerza a punto de explotar. Pero en la siguiente, la que da título al conjunto, se adivina un alma más pop. La densidad sigue existiendo, pero se hace volátil y la melodía ya no se enfanga en esa densidad. Y en “¿Por qué en el norte?” todo se calma, la voz se serena y la melodía discurre casi flotando. Vuelcan en ella una especial sensibilidad. Incluso, dentro de estos arreglos con mayor claridad, llegan a la calidez de “Uno menos”, con unas cuerdas acariciantes.

“Otoño” es afín a lo que se ha considerado pop español por antonomasia, medios tiempos con una instrumentación compacta y letras que buscan el lirismo. Encarando el final, todo languidece, pero se cubre de una extraña magia que va creciendo, como la lluvia de “Frágil”, y que empapa por dentro con imágenes de Verlaine, románticas, de una literatura que también empapa.

El final aún nos desvela una sorpresa. Aparte de “El año del búho”, instrumental plagado de sonidos industriales, “Desierto” parece aunar las dos direcciones. La más obsesiva, llena de golpes de percusión tribales, y la más delicada en los arreglos. En el fondo, domine una u otra cosa, lo que emerge del disco es una suprema elegancia. Un disco, el tercero, de Madbil con paisajes algo diferentes, pero en el que el grupo lo han vuelto a conseguir: una obra completa, llena de magistrales canciones, un tanto más variadas si cabe, pero llenas de ese brillo artesanal que surge de las canciones bien hechas.

Anterior crítica de discos: What’s for breakfast, de Dent May.

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