Nos harán más ciegos

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COMBUSTIONES

«Pienso en Manhattan, pienso en Brooklyn, pero también en Barcelona, Sevilla, Gijón o Madrid»

Escenarios inmensos y bares pequeños afrontan una vuelta a la normalidad descorazonadora que acabará en pérdidas desastrosas. Sobre todo ello reflexiona esta semana Julio Valdeón desde Nueva York.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: TROY TOLLEY (FLICKR).

 

Desconozco si el destino de los auditorios de música clásica anticipa el de los garitos y clubes, más modestos, donde vivía el rock and roll, el blues, el jazz, etc. Tampoco quiero amargarle a nadie la desescalada, trece mil muertos arriba o abajo (que ya ubicaremos cuando toque, si toca), ni los celestes planes de un verano convencional y un otoño de recitales como manda la costumbre. Pero atiendan: el Carnegie Hall y el Lincoln Center anunciaron este jueves que ya no abrirán en lo que resta del año. Tampoco la Ópera del MET. Y la Filarmónica de Nueva York también ha pregonado su apagón definitivo en 2020. En las páginas del New York Times una portavoz del Lincoln Center estima las pérdidas durante los próximos meses en 1,3 millones de dólares. Añadan otros 13 millones en lo que llevamos de pesadilla.

La crisis será monstruosa. Sobre todo si, como me explicó en una entrevista David Quammen, autor de clásicos sobre la investigación de enfermedades zoonóticas como Contagio: la evolución de las pandemias, «Nadie sabe lo que puede ocurrir. Nadie. ¿Podríamos sufrir una segunda ola epidémica, como ocurrió con la gripe española? Podríamos. Yo apostaría a que sí, si tuviera que apostar diría que habrá una segunda ola, de hecho, podría estar sucediendo ya en algunos lugares, por ejemplo, en Corea del Sur. Quizá la segunda ola no llegue en el hemisferio sur, durante el verano. O quizá sí. O quizá suceda en octubre, cuando los niños vuelvan al colegio y la gente frecuente otra vez lugares cerrados. Desde luego el virus no va a desaparecer. No se va a ir a ningún sitio. Mientras haya personas infectadas, y mientras sea tan infeccioso, seguirá ahí, y volverá a propagarse en cuanto tenga la oportunidad. No creo que nos libremos de este virus. Sí creo que dentro de 50 años los niños serán vacunados contra este virus».

La situación del Lincoln Center se agrava por su dependencia del capital privado. Claro que hablamos de un transatlántico. Seguramente demasiado grande como para que Nueva York tolere su naufragio. Otra cosa es el hado que aguarda a mil y un baretos y salas, ya suficientemente castigados por unos alquileres brutales, y a los que el confinamiento puede haber herido más allá cualquier posible reanimación. Pienso en Manhattan, pienso en Brooklyn, pero también en Barcelona, Sevilla, Gijón o Madrid. Ahí está mi amado Casa Patas, donde aquella noche de hace ya tantos siglos Antonio Lucas y Pasión Vega le presentaron su Bambi al gran Raúl del Pozo. En el caso del flamenco la situación se agrava por la dependencia del turismo y el brutal desprecio de un público digamos «nativo» al que le importa una mierda una escena que boquea. No quiero sonar demasiado sombrío, pero temo que vendrán más años malos y nos harán más ciegos y sordos. Ay.

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