No entrar con llamas, de Lidia Caro Leal

Autor:

LIBROS

«Relatos extrañamente perversos, en los que no existe una trama y sí una visión del mundo obsesiva»

 

Lidia Caro Leal
No entrar con llamas
ALTAMAREA

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Los relatos de Lidia Caro Real son extrañamente perversos, cuentos en los que no existe una trama y sí una visión del mundo obsesiva. Pueden estar llenos de sangre, y recordar el poema de Blas de Otero —“no hay más que sangre”, decía el autor bilbaíno—, aunque sin sus connotaciones políticas, o derivar unas historias de infidelidades en cuerpos en ceniza.

Cuando los desarrolla con una mínima trama también parece haber algo amenazante. Es lo que ocurre en “Mosquitos en los ojos”. Toni es un agricultor de la Albufera valenciana. Tiene un arma, tiene fanegas de arroz y cáncer. Lo que no tiene son hijos. Su hermano, Vicente, es taxista. Sí tiene una hija, pero no le habla. Y un pasado común con su hermano en el que sucedió algo terrible.

En ocasiones, trabaja con cuestiones sociales. En “El tiempo no hace milagros” hay trabajos en supermercados y gasolineras, despidos a madres solteras con gemelas a su cargo, precariedad e infotrabajos. Y amores que no dejan más que un embarazo. También social es “Un oleoducto en llamas”, donde trabajadores que evalúan el riesgo de los clientes de una compañía de seguros y lo acompañan con visitas a Tinder son tan elocuentes de la decrépita situación de nuestros años como los tiburones empresariales. Pero todos estos temas sociales se tratan sin usar panfletos ni dogmatismos, sin abandonar la literatura.

En otros relatos se desata la pasión. “Prohibido arrojar colillas” presenta un paisaje degradado: animales atropellados, botellas rotas, chicas que salen de discotecas de polígonos… una profesora de universidad y una alumna. Un tema, la desesperación, y un final atenazador. El mismo ambiente recoge “Apuntes desde una pensión de Madrid”, un plano secuencia de los barrios más bajos de Madrid, igual que plano secuencia es “Extinguir el deseo”, una panorámica que peina un momento en una terraza en un bar de la ciudad de Valencia.

Un par de relatos cuentan con un trío protagonista. “Algunos hombres sin sal”, por ejemplo, donde un maestro separado, un técnico de calderas y un camionero que coinciden en un bar también coinciden en la mirada a su camarera, Mariola. Por otra parte, en “Las Tres Primas está lleno de flores y de capullos”, el mundo vuelve a ser el de los supermercados y los bares de barrio, y ahí Rosa, Lacrimoara y Lirio alguna queja tienen de tres hombres. Protagonista única es la de “El fin de semana es una espiral de color neutro”, quien, en un pequeño diario, comenta su paso por un viernes, un sábado y un domingo. En la calle, se ve deslumbrante; en casa, las bolsas de basura no se bajan y pide comida india a Glovo.

Son trece relatos que beben de frases cortas, de hurgar en heridas de los personajes, de ceñir la mirada a la miseria y al oropel. Que argumentan así, sin quererlo siquiera, que se ha de buscar otra manera de organizar el mundo, nuestro mundo. Y que demuestran que hay una nueva generación, sobre todo de mujeres, que aportan sangre nueva a la literatura española. Y sangre buena.

Anterior crítica de libros: Todavía el asombro, de Javier Gilabert.

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