Más rápida que la vida, de Celia Santos

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LIBROS

«Una novela muy barojiana, pero enormemente documentada, que entraría tanto en la novela policiaca de carácter histórico como en la de reivindicación feminista»

 

Celia Santos
Más rápida que la vida
Ediciones B, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hubo un tiempo en el que la británica Dorothy Levitt fue una de las mujeres más famosas del continente europeo. Ocurrió a principios del siglo XX. El 3 de marzo de 1910 dio una charla sobre sus experiencias como piloto de aviación y, a partir de ese momento, no se vuelve a saber nada más de ella.

Su fama no provenía de pilotar un monoplano, sino un automóvil de carreras. Desde pequeña había quedado deslumbrada por el mundo de los motores y convirtió su pasión en vida. La perfecta asimilación del destino hizo que trabara contacto —parece ser que no solo profesional— con Selwyn Edge, quien le proporcionó acceso a la marca de automóviles De Dion e hizo que realizara un cursillo en Francia. A partir este momento, ganar carreras y establecer records se convirtió en la seña de su identidad. Todo ello, la figura de esta mujer desbordante y enigmática, adelantada a su tiempo, es lo que recoge Celia Santos en su segunda novela, tras el recorrido por la emigración española a Europa que supuso La maleta de Ana.

De hecho, Más rápida que la vida son dos novelas. La primera es un fresco de los primeros tiempos del mundo del automóvil. La industria, las exposiciones, los nuevos modelos… Se presentan personajes que serán importantes hasta el final, pero que cobran posteriormente un aliento distinto. Su jefe, lord William Somerset —un villano de película— y la amante de este, Candela, una andaluza de Riotinto que es quien la pone en contacto con la Unión Social y Política de Mujeres y las sufragettes, sobre las que se focaliza más en la segunda parte.

Esta segunda parte está marcada por la presencia de dos personajes que copan todo el espacio y la convierten en una novela de aventuras, casi al borde del noir: Mohinder, el asistente indio que cuida del coche de Dorothy, y Kiran —su hermano pequeño— que es secuestrado. Se introduce aquí una cala de la espiritualidad hindú, que atrapa a Dorothy, y una búsqueda que al final acaba convirtiendo la novela en un thriller en el que conviven todas las marcas del género: presencia del misterio, fumaderos de opio, compra clandestina de armamento, barrios bajos… Y, desde luego, como obligado castillo de fuegos artificiales al final, la presencia de la magia, de escritores de misterio como H.G. Wells y una sorprendente resolución que liga todos los cabos.

Una novela, en parte, muy barojiana —el deslizarse breve, pero efectivo, por distintos ambientes y la sencillez narrativa, no exenta de hermosas metáforas—; pero, a la vez, enormemente documentada, que entraría tanto en la novela policiaca de carácter histórico, como en la de reivindicación feminista.

 

Anterior crítica de libros: Revolucionarios, de Joshua Furts.

 

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