Revolucionarios, de Joshua Furts

Autor:

LIBROS

«Más que un repaso a la revolución cultural, a una época de esperanzas y sueños que se rompieron, el libro es un estudio sobre la familia»

 

Joshua Furts
Revolucionarios
IMPEDIMENTA, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hubo, en los años sesenta y setenta, un activista de la contracultura llamado Abbie Hoffman. Fugitivo durante buena parte de esa última década por traficar con cocaína y fundador de un bazar libertario que vendía artículos para apoyar la lucha contra las instituciones y a favor de los derechos civiles, sus acciones pertenecen al sector que intentaba destruir el sistema mediante lo teatral y lo cómico. Su trastorno bipolar lo llevó a periodos de depresión que se cerraron lamentablemente con su suicidio en 1989, a los 52 años. La nota que lo justificaba advertía de que las instituciones contra las que luchaban se habían convertido en hierro. Era ya imposible tumbarlas.

Es evidente que el Lenny Snyder de la novela de Joshua Furts es la contrafigura de Abbie Hoffman. Las acciones que perpetra son las mismas. Sube al escenario de Woodstock para hacer proclamas políticas durante la actuación de The Who, convoca a 50.000 personas para hacer levitar el Pentágono usando de energía psíquica, lanza billetes desde lo alto a la sala de la bolsa de Nueva York —que provocan verdaderas peleas entre los corredores— o presenta a un cerdo como candidato a presidente. Todo eso hizo Abbie, todo eso hace Lenny en la novela.

Lo curioso es que el narrador del libro no es la prensa, ni es omnisciente, ni es él mismo. El narrador es su hijo Freedom —sus circunstancias son pura ficción—, que resuelve una pregunta que nadie suele hacerse: ¿qué pasaba con los hijos de la contracultura, qué hacían durante las sentadas o las excursiones vía LSD de sus padres? Fred lo sabe muy bien. Lo ataron a un árbol siendo bebé para impedir que lo talaran para construir una autopista. La pregunta viene sola, y se la hace el narrador: ¿qué han de proteger los padres, el futuro de sus hijos o su infancia? ¿Han de ofrecerles un mundo en el que se desarrollen intelectualmente o han de luchar por ofrecerles un futuro sin los sojuzgamientos que, poco o mucho, sufrimos? Ambas cosas a la vez parecen levemente incompatibles.

Más que un repaso a la revolución cultural, a una época de esperanzas y sueños que se rompieron, el libro es un estudio sobre la familia. Freedom vive en una insondable dicotomía: ¿ha de odiar a sus padres por no saber cuidarlo de niño o ha de admirarles por las causas por las cuales lucharon? Si se pensara que era una obra únicamente sobre el estallido de la contracultura, sería absurda la segunda mitad del libro, en la que Lenny los abandona —más que fugarse— y madre y niño han de sobrevivir en la penuria más absoluta.

Si acaso, se conforma un auge y caída. Para el mundo deja de ser relevante la revolución, los ideales se desgastan, la crisis del petróleo en los 70 no permite demasiadas alegrías en ese sentido, la lucha pasa a ser otra… Y Lennie es fulminado, como un Quijote volviendo a su pueblo, en una convención de antiguos activistas: todos tienen grandes empresas, grandes mansiones y grandes divorcios.

Y todo ello para nada, cuando no ha sido capaz de demostrar ninguna ternura por su hijo. Sí que se la han dado secundarios importantes: el cantante Phil Ochs o Rosalita, la niña amiga que vive en una casa okupa, pero está protegida y es feliz. No sin cierta esperanza, en la última conversación entre padre e hijo, aparece el recuerdo de un momento feliz: una tarde en el zoo, que no ha abierto, pero donde se han colado. La imaginación, la aventura, la rebeldía… Uno de los pocos momentos de felicidad que vivieron juntos. Y uno se pregunta si solo con uno de esos momentos se justifica una vida.

Anterior crítica de libros: Unas vacaciones en invierno, de Bernard MacLaverty.

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