Humildad y paciencia, de Pablo Carrero

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LIBROS

«Los avatares del sello escritos de manera cercana y coloquial, con un registro que define el tono de una conversación entre amigos: ironía y pasión»

 

Pablo Carrero
Humildad y paciencia
66RPM, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Que uno recuerde, no existe ninguna monografía en el mercado español que aborde la historia de un sello discográfico independiente. Ni DRO, ni Nuevos Medios, ni Elefant, ni Mushroom Pillow —por citar diferentes épocas— son objeto de estudio de ningún volumen, más allá de charlas en obras de historia oral o determinados capítulos de ciertas obras. Por ello, es doblemente valioso el título que Pablo Carrero —la mitad de Rock Indiana— pone sobre el tapete de las librerías.

La excusa es lo de menos: Rock Indiana cumple 25 años y no ha cosechado ningún éxito masivo de ventas, pero sí el corazón de muchos aficionados. La música de sus grupos tiene la intangible cualidad de ser una adictiva mezcla de guitarras, melodías y armonías vocales, con un entramado que puede recoger de los sesenta, el punk o la nueva ola. Todo lo que pueda definirse como «canción esplendorosa» —aquella que no necesita nada más para ser una entidad redonda, la canción pop perfecta— se cultiva bajo su manto.

Si uno echa mano de cualquiera de las casi 500 referencias que han editado —y que se comentan, una a una, en un apéndice final—, se encontrará seguramente con sentimientos intensos sin ser blandos, con guitarras potentes sin ser duras, con melodías pegajosas sin ser horteras. El colmo del buen gusto y de la elegancia. Y todo ello, los avatares del sello, escrito de manera cercana y coloquial, con un registro que define el tono de una conversación entre amigos: ironía y pasión.

Comienza la historia en la década de los 90 con la creación de un fanzine con el mismo nombre. Eran tiempos de grunge —no les gustaba nada—, cuando descubren que en el mundo anglosajón hay pequeñas cosechas de pop de guitarras —les gusta y mucho—. En el fanzine regalan el single de Los Protones, el primer grupo insignia.

Adelantan su relación con los sellos que les dan las primeras claves, como Subterfuge y Siesta. También con sus compañeros de viaje: Romilar D, Munster o No Tomorrow. Y, entre jugosas anécdotas e interioridades, emerge la figura de Santi Campos, que se cuidaba de todo lo que fuera cercano a los grupos y les da un impulso esencial, no solo con sus discos.

Cierran todo con una perfecta muestra de su éxito, que no son las ventas: han conseguido sacar discos de sus cuatro grupos favoritos; a saber, Paul Collins, Mamá, The Records y The Rubinoos. Todo ello, labrado por tres personas que ponen el corazón en la música.

El aficionado al género hará bien en revisar su catálogo. Junto a grupos de mayor carrera y calado como los Happy Losers, aparecen verdaderas joyas olvidadas: Burgas Beat, Martin Max, The Wynneris o The Shannons tienen en sus discos verdaderas gemas destiladas en música. También oropel es el epílogo final a cargo de Ennio Sotanaz, de los Happy Losers; la visión de cómo alguien que no tiene ni idea de música ni amigos con los que reafirmarse, logra montar una banda y hacer canciones de una exultante belleza.

Anterior crítica de libros: Más rápido que la vida, de Celia Santos.

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