Los restos del naufragio

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COMBUSTIONES

«En España, donde matamos por babear sobre el penúltimo féretro y enterramos como nadie, somos también maestros en el arte de pagar con silencio a muchos de los mejores»

 

Tesoros escondidos que no han visto la luz, grabaciones inéditas y documentos sonoros guardados en un cajón. El legado de nuestra cultura musical es rico y variado, pero no siempre se atiende, se mima y se le da la vida que debería. Julio Valdeón se pregunta por qué.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

La noticia de que se publica el cuarto y último volumen de la integral dedicada a Léo Ferré, coincide con el lanzamiento del número 21 de los Neil Young Archives Performance y, oh, con la filtración pirata, hace una semana, de una maqueta acústica, inédita, de Hotel, dulce hotel, de Joaquín Sabina, así como de su legendario concierto, con un sonido e imagen gloriosos, de 1986, junto a Viceversa. Y no le queda más remedio a uno que preguntarse por la posibilidad de que alguien, en algún universo paralelo, apueste por tratar el legado de algunos de los gigantes de la música española —no hablo aquí y ahora de los malditos, no soy tan ingenuo o romántico— con una micra del respeto, el buen gusto, la erudición, la meticulosidad y el amor con el que franceses, británicos o estadounidenses tratan los catálogos de sus consagrados. Por cada caja tan maravillosa como la que rinde tributo a ese magma inagotable llamado Honestidad brutal, de Andrés Calamaro, se cuentan por decenas los olvidos más lacerantes, y las lagunas y chapuzas inexplicables. 

De la dejadez de nuestra industria cultural y el pasotismo, tanto de parte de la prensa como del público, habla también la existencia, en casa de un famoso productor español, de una colección con cientos de grabaciones inéditas. Principalmente conciertos de muchos de los monstruos sagrados de la historia del flamenco, de los sesenta y de los prodigios del nuevo flamenco —como Pata Negra—, pasando por la segunda edad de oro del género cuando, en los setenta, coinciden figuras del calibre de Camarón, Chocolate, Terremoto, Bernarda y Fernanda de Utrera, etc. Aquellas cintas, un tesoro de una riqueza y una profundidad abrumadoras, languidecían sin haber sido catalogadas y restauradas, y por supuesto sin llegar a ser publicadas comercialmente. No le interesaban a nadie.

En España, donde matamos por babear sobre el penúltimo féretro y enterramos como nadie, somos también maestros en el arte de pagar con un silencio de piedra pómez a muchos de los mejores, profesionales a la hora de ningunear un patrimonio que en otras latitudes, en manos más sensibles y atentas, sería tratado con el lujo y honores que merece. Por criterios conservacionistas y de difusión cultural, pero también comerciales. Nosotros, a lo sumo, tendremos que conformarnos con que, algún día, en plan antropólogo por las plantaciones de Clarksdale, llegue algún guiri y trate de rescatar los restos del naufragio.

Anterior entrega de Combustiones: Elogio y sopor de los Grammys.

 

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