Los nuevos Trazos de Shuarma, canción a canción

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«Hay infinita variedad en Trazos, algo de agradecer en un artista de larga trayectoria»

 

En paralelo a su carrera con Elefantes, Shuarma retoma su proyecto solista con Trazos. Un disco, el cuarto, que publica Warner casi una década después del último. Lo analiza Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.

 

 

Que Shuarma tiene una carrera paralela a Elefantes es algo obvio. Universo (Azar, 2007), El poder de lo frágil (Azar, 2009) y Grietas (Azar, 2012), entre otros proyectos, así lo certifican. Pero que él es un paquidermo está más que claro, porque hay rasgueos y acordes muy reconocibles en su música. El primer ejemplo se encuentra nada más inaugurarse el elepé, en “Trazos”, tema que se presenta en crudo, con una guitarra afinándose y con una voz que canta una canción que está todavía escribiéndose en la habitación de su hijo.

Justo al llegar el minuto y medio se oye un acorde suspendido (Bsus4) que recuerda la introducción de “Que todo el mundo sepa que te quiero”, publicada en Nueve canciones de amor y una de esperanza (Warner, 2015). Porque Shuarma es lo que es, ya sea Principito, un payaso (así se reconoce en “Celeste”), un bushido o el mismísimo hombre pez. «Personalidades tengo varias dentro de mí, muchos “yos”. Y, a veces, me gustaría tener más voces para poder reflejar de forma distinta todas esas emociones», cuenta el músico catalán, que a veces se expone al natural y, en otras piezas, tiene personales hasta los suspiros, arrullado por una corriente eléctrica que da luz a estas canciones que incluyen algo más que una guitarra acústica. En “Hielo” hasta puede escucharse una batidora (Shuarma se estaba haciendo un gazpacho).

“Hielo” es, por otra parte, de una belleza tan grande que imaginársela vestida de escenario da pie a fantasear con meterle algunos arreglos más para redondearla. Que no le hace falta, porque una buena canción es aquella que puede defenderse solo con una guitarra, pero hasta el momento imaginar no está prohibido.

Continuando con los enlaces entre Elefantes y las composiciones de Shuarma, “Nuestro amor” no desentonaría en un repertorio con Jordi Ramiro y Julio Cascán. Primero, por el tipo de sonido, más de banda, muy diferente a lo que se escucha en el resto de Trazos. Y, segundo, por la letra: «Es grande, es pequeño, está loco y a veces cuerdo. Valiente, cobarde, pesado y otras es viento…». De hecho, esta canción se empezó a escribir en la época de Nueve canciones de amor y una de esperanza. Shuarma juntó cuatro frases y una armonía, pero en su momento no le dedicó todo el tiempo que necesitaba.

De “Quiero y quiero” se pueden destacar muchas cosas, como la adaptación de Iván Ferreiro al estilo de este tema, que no debe ser fácil de cantar en ciertos momentos. También lo que rodea al texto: una melodía pop brillante —sin artificios— de batería dura, guitarras que raspan y sintetizadores en menor grado. Muy bien; ya que hay un invitado, que se vea que no está de visita por obligación, sino porque le han sentado a comer a mesa y mantel y se encuentra a gusto.

La siguiente en continuar lo iniciado por “Trazos” se titula “El hombre de luz”, y en ella suenan los coros de Celeste, la pareja de Shuarma. «De repente hay una energía femenina que contrasta con una energía masculina, y eso siempre enriquece (depende de lo que estés cantando). Antes de “El hombre de luz”, la voz femenina dice ‘Hola’, como si hubiera llegado la inspiración», cuenta Shuarma.

Entre “El hombre de luz” y “Héroes”, la siguiente, no hay apenas corte alguno. Son dos canciones distintas, pero se antojan resueltas como una obra de teatro en dos actos. No incurriría uno en el error si afirmara que en esta representación están, de hecho, los mismos actores (vuelve a escucharse la voz de Celeste) pero en diferente lugar.

Sorprende “H-313”. ¡Vaya que sí! Es la primera canción instrumental en un disco de Shuarma (si no contamos la fugaz “Abstracto Nº1” en El poder de lo frágil), no así de Elefantes (“Sonam sut” o “La primera luz del día”). Esta cuarta pieza de Trazos hay que escucharla dos veces: una para entrar en ella y otra para salir. Si un día Shuarma tuviera que musicalizar un western, quien escribe no dudaría de sus aptitudes como Ennio Morricone (salvando las distancias).

No es instrumental, pero casi, “Armonía”, con todo el protagonismo entregado a lo que explica su título: una armonía que se queda sin la parte vocal poco antes de la mitad. Toda una estructura de sintetizadores, teclados y unas guitarras muy lejanas que construyen un ambiente a lo Vangelis.

Han participado en Trazos Jordi Ramiro (la batería de “Espiral” es suya) y Julio Cascán (toca el bajo en varios temas); Santos Berrocal (percusiones) y Fluren Ferrer (algunos teclados); Xavi Molero (batería)… Y el resto ha sido cosa del propio Shuarma: «Es un disco en el que tampoco me importa tanto el resultado, sino la emoción. Cuando estoy en casa y empiezo a grabar cosas, aunque las toque mal, van en la dirección adecuada. Eso para mí es lo fundamental en la música».

“Tan solo el resto de la eternidad” (la número cinco) es otra que tampoco quedaría fuera de lugar en un disco de Elefantes, incluso como homenaje a David Bowie. Un goce para el hortera (para bien) que sería capaz de ponerse en bucle la pista de los falsetes del comienzo: «Uh, uh…». Una baliza para llevarse al espacio cuando toque volar, que no serán ni una ni dos veces en este disco. Pista: “Espiral”, cuando el viento sople fuerte.

¿Habrá compuesto y grabado Shuarma una serie de canciones que deban escucharse seguidas? No de manera conceptual dentro de un todo, pero cabe preguntarse si podría seguirse un orden, una lista de instrucciones que marcaran la hoja de ruta de Trazos. Si “Espiral”, por ejemplo, se puede entender sin “Celeste”, la composición más importante del disco para su creador.

Quince canciones, una detrás de otra, diferentes (ahí queda el recitado de “¿Lo notas?”) y bonitas, que tienen una media de duración de tres minutos pero que superan los cinco minutos en “Yedra” (la que cierra y la más extensa, con 5:55), “Espiral” (especial atención a la línea de bajo) y “Héroes”.

Hay infinita variedad en Trazos, algo de agradecer en un artista de larga trayectoria, porque su mérito pasa por no repetirse, al abrigo de sus influencias, gustos y cadencias varias. Y esto, en los tiempos que corren, es poner todo el tofu en el asador.

 Trazos es un disco que merece la pena tenerlo entre las manos; es un «regalo» de edición limitada.

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