Los 100 mejores discos del rock español de los 60 y 70, de César Campoy y Juan Puchades

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LIBROS

«Un excelente libro destinado a desenterrar y desentrañar un centenar de discos de los años sesenta y setenta»

 

César Campoy y Juan Puchades
Los 100 mejores discos del rock español de los 60 y 70
EFE EME, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Las listas de mejores discos son un género periodístico en sí mismo, con sus condicionantes —siempre número redondo—, sus criterios y sus votaciones. Un género obligado al cerrar el año, recurrente en las necrológicas y muy socorrido para sacar adelante cualquier aniversario. O simplemente desarrollado por el placer de construir, o de reivindicar. Algo de todo ello hay en Los 100 mejores discos del rock español de los 60 y 70, el excelente libro que llevan adelante César Campoy y Juan Puchades destinado a desenterrar y desentrañar un centenar de discos de los años sesenta y setenta. Un volumen que se suma a selecciones anteriores realizadas por la misma editorial, Efe Eme, como Los 100 mejores discos de rock en directo, de Tito Lesende; Las 100 mejores películas del rock, de Xavier Valiño; Los 100 mejores documentales del rock, de Xavier Valiño también, y Los 100 mejores discos del soul, de Luis Lapuente.

Aunque a veces el género de los listados resulta reiterativo y falto de imaginación, no es este el caso. Por varias razones, la exposición de estos discos resulta necesaria. En primer lugar, porque poco a poco se van olvidando. Las corrientes actuales del rock en español parecen creer que todo nació a partir de los ochenta, y nombres que eran referente en tiempos no tan lejanos hoy están injustamente sepultados. En segundo lugar, porque con ello se puede construir una historia práctica de este rock español, atendiendo a cambios bruscos de estilo, ciclos varios y decadencias. En tercer lugar, porque, de tanto en tanto, no está de más reconstruir un cierto canon que ponga en valor piezas que nunca habían estado en primera fila, y ejerza de filtro ante la avalancha infinita que asalta desde las redes sociales. Y hay más motivos, les aviso.

Así, haciendo un recorrido a vista de pájaro, podemos encontrar una introducción en la que se construye un breve repaso a esos primeros segundos en los que el rock en castellano asomó su cabeza, nos llegaron grupos como Los Llopis y apareció el Dúo Dinámico. Tras ello, los primeros conjuntos, que resultan seminales —caso de Los Sonor—, la explosión que supusieron Los Brincos, el resto de grupos beat y el cambio que se empieza a propiciar en 1968 con la llegada de Almas Humildes, Pic-Nic o Pau Riba, que marcan el kilómetro cero de las dos direcciones que, junto a una tercera vía, inundarán los años setenta.

En esta década y durante los primeros momentos, lo copa todo la música progresiva y los cantantes melódicos que, curiosamente, habían sido todos solistas de grupos de la década anterior. Estos últimos, claro está, no entran en nómina en el libro. No viven ya en el mundo del rock, excepto Micky. La segunda mitad de la década es mucho más variada. De repente, el rock en nuestro país florece con dejes flamencos. Su marco de salida fue Smash, su asentamiento Las Grecas, su éxito Triana y su genial culminación La leyenda del tiempo, de Camarón, que actúa fuera de la lista, como «bola extra». Los cantautores también corrían por aquella década, y se comentan sendos discos rock de Hilario Camacho y Pi de la Serra.

Al final de los setenta, un nuevo cambio de ciclo abre, con Asfalto, lo que se llamó rock urbano y, segundos después, la Nueva Ola, o sea, los años ochenta. Una constatación se abre, sobre todo con estas últimas obras: la libertad de expresión estaba a mucho mayor volumen entonces, canciones que eran simplemente graciosas hoy no se podrían editar ni radiar y, si lo hicieran, se verían inundadas de querellas.

Las reseñas se ajustan perfectamente a la obra que comentan. Algunas ofrecen más información erudita, otras explican las canciones y en ocasiones son un relato sobre la gestación del disco. Es emotiva, casi una narración, un cuento, la historia de El Luis. Pero, sobre todo, hay una constatación: muchos nombres se repiten una y otra vez. Waldo de los Ríos, Rafael Trabucchelli, Adolfo Waitzman, Ricardo Pachón o Alain Milhaud, todos productores y arreglistas, saltan de un disco a otro sin descanso, lo que demuestra que el andamio que las canciones y los artistas han de tener estaba bien establecido. La pobreza en la proyección y la promoción de nuestra música venía de otros lados, pero las bases fundamentales de las canciones rebosaban talento y profesionalidad.

También pueden aparecer, cien elepés son muchos, obras que solo han sido valoradas lustros después. Háganse una pequeña idea y a ver si conocen a alguno: Pep Laguarda, Taranto’s, Noel Soto, Brakaman, Tara, Mi Generación o Los Faros, el caso más flagrante de hype en nuestro país. Tan completo es el volumen que cuesta encontrar discos que falten; por decir alguno, que parece casi obligado, se me ocurre el primero de Los Amaya, un delirio de guitarras flamígeras y voces que no tienen nada que envidiar a los pioneros del rock and roll.

El libro es la historia de nuestras canciones, con detalles que se han pasado por alto, como la importancia de la llegada de músicos argentinos para revitalizar el sonido que en España estaba un poco sin alma. Hay un valor añadido a este libro: existen plataformas en las que se puede acceder a estos discos libremente, se pueden ir escuchando uno a uno. Les da para bastante tiempo, disfrutarán y tendrán una idea muy cabal de lo que ha sido la música en nuestro país.

Anterior crítica de libros: Niños, de David Roas.

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