Libros: “New Order, Joy Division y yo”, de Bernard Sumner

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“Si algo tiene el texto de especial es la visión interna de los acontecimientos y la reflexión; esto es, son sabidas las circunstancias del suicidio de Ian Curtis, pero no como lo recibió Sumner”

 

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Bernard Sumner
“New Order, Joy Division y yo”
SEXTO PISO

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Si hay alguna trayectoria en el mundo del pop conocida suficientemente es la del cauce que abrieron Joy Division, que desembocó en New Order y que llega hasta a actualidad; una actualidad que no es la de las viejas glorias, sino aquella capaz de explotar en su elepé de 2015, “Music complete”, y colocarlo entre los mejores del año. Puestos así, no encontrará el lector en las memorias de Bernard Sumner aspectos oscuros, asombrosas declaraciones; no, como buen inglés es discreto, irónico y devoto del pasado, y así intenta evitar las escasas polémicas a las que podría haberse enfrentado. Si algo tiene el texto de especial es la visión interna de los acontecimientos y la reflexión; esto es, son sabidas las circunstancias del suicidio de Ian Curtis, pero no como lo recibió Sumner, es lugar común que las letras de ambos grupos tienden a la introspección o el duelo, y el guitarrista-teclista intenta indagar en el motivo. En el prólogo lo explicita a las claras: lo que va a explicar es de dónde surge su música.

Quizás inconscientemente, el texto son dos libros a la vez, con tonos diferentes y mucho. La parte que precede a Joy Division es un relato costumbrista de la vida cotidiana de los suburbios en la Inglaterra de los años sesenta. Sumner no tuvo una infancia fácil, una madre con parálisis cerebral y una situación económica siempre al borde del peligro pusieron sobre sus hombros cargas inoportunas; pero la vida sin más límites que los del barrio –en esencia, sin límites–, la presencia reconfortante de sus abuelos y la sensación de clan moldean su vida hasta casi reconocerse exclusivamente en el niño que fue. La progresiva destrucción de familia y barrio parece mutilarlo definitivamente, el paraíso se perdió. La sensación tribal es bien clara cuando protesta airadamente porque cierta revista coloca a este arrabal de Manchester entre la lista de lugares inhóspitos. Reflexión del músico: las imágenes oscuras y decrepitas de sus letras y sus notas provienen de ahí. Reflexión del cronista: si uno retira cualquier nombre en inglés de estas páginas, es exactamente la misma vida y condicionantes de cualquier niño español de la época.

Y como no, el concierto más comentado, estudiado, valorado de la historia le sirve de punto de inflexión. Antes había sido fascinado por Ennio Morricone y por una actuación de Lou Reed, pero las cuarenta personas que asistieron a la sesión de los Sex Pistols en Manchester cambiaron radicalmente el rumbo de la música pop. De momento, ellos empiezan a estudiar guitarra desde libros y convierten el gramófono de la abuela en un amplificador. Las enseñanzas del punk fructifican. A partir de este momento se cierra la evocación nostálgica, el orgullo de clase obrera y se abren las listas de éxitos. Es otro Bernard Sumner.

Compañeros de los Buzzcocks, locuras aún adolescentes, el descubrimiento de que Curtis era epiléptico. No es una historia fácil, pero sí típica: hoteles con cucarachas, bromas pesadas –llenan una mesa de mezclas de gusanos–, tentáculos para ser conocidos. En parte, la historia de la saga es una historia de pérdidas, y la caída al vacío fue la muerte de Curtis, dos párrafos que no se pueden leer sin estremecimiento. Nueva etapa cerrada.

Una estancia en Nueva York los lleva a ser activos puntales en discotecas. Esto conduce al sonido de New Order y a la creación de The Haçienda que poco a poco se va cocinando con estancias en Ibiza, Los Happy Mondays y el acid; y con nuevos desbarres de unas ya estrellas que no quieren madurar y para quienes el fracaso de su discoteca representa al fin el puñetazo que los sitúa en la realidad.

Y sí, Pete Hook es presentado como el niño malo de la película, aunque su amigo desde los tiempos del pupitre, siempre elegante, no resulta cruel; más que con rabia, lo presenta con el dolor de una nueva pérdida. Nada nuevo, como decimos. Sendas películas sobre los grupos en los que ha estado Sumner –son elogiadas en el texto, un capítulo para ellas– ya expusieron la situación. Pero sí que queda ese leer entre líneas, las constantes justificaciones de sus desmesuras con el argumento manido –“éramos jóvenes, ¿qué íbamos a hacer?” – y sobre todo un supremo orgullo de clase obrera. No está nada mal para quien lleva treinta años haciendo bailar a las élites con la misma amenidad con la que tiñe el estilo de su libro.

 

 

Anterior crítica de libros: “¿Nos matan con la heroína?”, de Juan Carlos Usó.

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