Let’s rock, de The Black Keys

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DISCOS

«No hay hits, pero en conjunto se disfruta tanto como otro álbum cualquiera»

 

The Black Keys
Let’s rock
WARNER, 2019

 

Texto: NOELIA MURILLO.

 

En noviembre de 2018 el reo Edmund Zagorski, condenado a muerte en la silla eléctrica por un doble asesinato en Tennessee, pensó en los ídolos que le hicieron bailar y decidió dedicarles sus últimas palabras antes de ser ejecutado: «Let’s rock», debió decir. Por chulería o nostalgia, acabó sus días haciendo alusión al rock que supuestamente pretenden revivir el dúo de Akron, Ohio. Puede que esa extravagancia con la que presentan su disco, con el mencionado instrumento letal adornando su portada, fuera precisamente lo que les separó al final de la gira de Turn blue (2014). Las malas críticas del álbum sucesor de El camino (2011) pareció poner en duda la exitosa continuación del proyecto musical del guitarrista y vocalista Dan Auerbach y el batería Patrick Carney. Habían pegado el bombazo y el público quería extraer singles tan pegadizos como el disco de la furgoneta, pero no fue así. Acabaron quemados… pura casualidad.

Su vuelta al estudio de grabación y a los escenarios tampoco es una remontada a lo que, en principio, pareció un fracaso. En su último disco no siguen la línea psicodélica y pausada que trazaron cinco años atrás, con la que seguro encontraron otras lindes por recorrer que no fueran necesariamente material de estadios. El trabajo de Danger Mouse, coproductor de este y anteriores lanzamientos, no convenció por ser tibio e insulso, a pesar de que su interés por el blues rock permaneciera intacto. Y este homenaje, aunque haya vuelto a sus orígenes de artesanía y autoproducción, tampoco. La remontada nunca es fácil, pero no parece que lo necesiten, muy al pesar de sus seguidores… y detractores.

Ritmos y cadencias transversales y porrazos de baquetas acompañados por cascabeles inundan el repertorio de sus 12 canciones, en las que la guitarra eléctrica tiene presencia permanente. De ellas se extraen algunas más contagiosas que otras, como “Lo/Hi”, “Eagle birds”, “Get yourself together”, “Go”. Casualmente, todas ellas cuentan con las inestimables segundas voces de Leisa Hans y Ashley Wilcoxson. Sus coros permiten apreciar la calidad de sus cortes si se entiendo que son muy buenas por ser bailables. Otras piezas como “Walk across the water”, “Under the gun” (invita a los coros en su estribillo) o “Breaking down remiten a cierta nostalgia de la música AOR, al blues rural (sitar incluido en la apertura de esta última) y, en cierta medida, a la imitación. ¿Sus letras? Hablan del amor, de la religión, la soledad, del engaño (“Tell me lies”), sueños, pérdidas (“Sit around and miss you”). Negatividad aderezada por riffs punzantes, tonos memorables y otras sonoridades que hemos escuchado en temas de ZZ Top, Free, Rolling Stones, Creedence Clearwater Revival e, incluso, T. Rex, desfilan a lo largo y ancho de este elepé, con nítidas semejanzas en temas concretos.

“Proud Mary”, “The slider” y “All right now” son solo algunas de las que se nos vienen a la cabeza cuando comienza el minutado de este trabajo. Eso no hace sino reforzar el por qué estamos escuchando a The Black Keys. No es necesario que aporten algo extraordinario porque tienen la capacidad de reverenciar a grandes artistas sin caer en falsas apariencias de versiones o herencias. Quizá es eso lo que quieren evidenciar en este álbum: que les gusta el resultado de un compendio de canciones a través de las que descubren y disfrutan.

¿Quién dice que querían volver a los tiempos de “Lonely boy” y “Gold on the ceiling”? Antes de convertirse en una las bandas más grandes del rock contemporáneo, Auerbach y Carney publicaron seis discos con sello personal, carencias y virtudes. Let’s rock se ajusta exactamente a eso. No faltan geniales guitarrazos con reminiscencias del Delta blues, también del blues inglés o acordes más cercanos a la modernidad, al garage y sus característicos ritmos de golpes secos, que son tan predecibles como funcionales. No hay hits, pero en conjunto se disfruta tanto como otro álbum cualquiera. No es esencial ni tampoco desechable.

Anterior crítica de discos: The best of Luck Club, de Alex Lahey.

 

 

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