“Let it be” (1984), de The Replacements

Autor:

OPERACIÓN RESCATE

 

“Paul Westerberg comenzó a darle más importancia a los textos, pero es que el sonido también presentaba novedades importantes. Ya no se trataba de ir con el acelerador apretado a fondo. O por lo menos, no siempre”

 

Fernando Ballesteros nos traslada a 1984, al tercer trabajo discográfico de los rockeros estadounidenses The Replacements, un trabajo fundamental en el que los textos cobran importancia, y en la música empiezan a soltar el acelerador.

 

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The Replacements
“Let it be”
Twin/Tone

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

El segundo álbum de los Replacements, «Hootenanny», terminaba con el verso «We’re gettin’ nowhere, what we will do now?”. Vamos, que los de Minneapolis reconocían que no iban a ninguna parte y se preguntaban cuál iba a ser su siguiente paso. Pues bien, poco más de un año después, en 1984, ellos mismos contestaron. Lo hicieron con «Let it be», posiblemente su mejor disco y uno de los más brillantes trabajos editados aquella década.

A esas alturas su fama les precedía: sus cuatro componentes eran grandísimos aficionados a la botella y la ingesta de grandes cantidades de alcohol, marcando su trayectoria, sobre todo en directo, donde la noche podía terminar en memorable o en fiasco dependiendo de cómo lo hubieran metabolizado. La personalidad de los chicos también era compleja, con una actitud que combinaba la fanfarronería y el desafiante orgullo juvenil con una autoestima bajo cero, todo ello bañado, claro, en un ácido y peculiar sentido del humor que facilitaba la convivencia de rasgos de carácter tan contradictorios.

Eso si, en 1984, los Mats, como se conocía también al grupo, ya habían chupado mucha carretera: Paul, Bob, Tommy y Chris eran unas pequeñas celebridades locales y competían con sus paisanos de Husker Dü, por el trono local y por ser el ojito derecho de la compañía Twin/Tone para la que ambos grababan. Unos y otros lo hacían a toda velocidad y mientras Replacements inyectaban punk a raudales en sus composiciones, los de Bob Mould utilizaban su peculiar y vertiginoso hardcore para conseguir sus propósitos.

Pero algo cambió con «Let it be», un disco para el que la banda decidió ampliar su campo de actuación. No hablaré de madurez, pero sí de evolución. Para empezar, Paul Westerberg comenzó a darle más importancia a los textos, pero es que el sonido también presentaba novedades importantes. Ya no se trataba de ir con el acelerador apretado a fondo. O por lo menos, no siempre.

Para abrir el disco, el punk rock sucio era sustituido por un tema pop de esos redondos. «I will dare» adornado por el alegre sonido de la mandolina de Paul y abrochado con un brillante solo de guitarra de Peter Buck, el componente de R.E.M que era uno de sus fans más ilustres y al que incluso llegaron a tentar para que ejerciera las labores de producción.

 

 

Ellos eran conscientes de que el paso adelante podía desagradar a la vieja guardia que les seguía desde el comienzo, pero tampoco era para tanto, porque a pesar de que el sonido era bastante más pulido, aquí había para todos, nadie se iba a sentir extraño en el barco. De hecho, el trío de canciones que sigue a la apertura dejaba las cosas claras: ‘Favorite thing’ recuperaba la urgencia y la crudeza igual que ‘We’re comin’ out’ y ‘Tommy gets his tonsils out’ cataratas de riffs a toda pastilla en tres canciones que no hubieran desentonado en trabajos anteriores.

La siguiente escena de «Let it be» nos remitía a un club en el que Westerberg aparecía a solas con su piano desgranando la preciosa y delicada ‘Androgynous’ en la que echaba mano de su lado más sensible para bordar una canción con aroma a clásico.

En la montaña rusa había espacio incluso para una versión del ‘Black diamond’ de los Kiss con la que nunca me terminó de quedar claro si se burlaban o rendían un homenaje a la banda maquillada. Probablemente, las dos cosas. En todo caso, la canción servía de antesala a ‘Unsatisfied’, palabras mayores y auténtica joya de la corona en la que Paul se dejaba la piel cantando sobre su frustración, el tedio juvenil y esa insatisfacción con la que convivía y que nos transmitía con su garganta rota.

 

 

‘Seen your video’ se burla sin disimulo de la MTV y los grupos que aparecían a todas horas en la cadena, ‘Gary’s got a boner’ volvía a demostrar que no se les había olvidado lo de meter caña y ‘Sixteen Blue’ era otra bonita canción que mostraba al Paul más cuajado como escritor con un tema recurrente en su cancionero: los problemas de una adolescencia que se resistían a abandonar.

Y si la apertura del disco es apabullante, el cierre con ‘Answering machine’ es igualmente irresistible. Otra vez el amigo Westerberg se hace con todo el protagonismo, esta vez acompañado por su guitarra eléctrica nos ofrece una historia en la que termina preguntándose cómo puedes transmitir tus sentimientos a través de un contestador automático. Curioso final de disco para un grupo que, precisamente, siempre se distinguió por comunicar sentimientos y generar un torrente de emociones

 

 

«Let it be» vendió más que sus predecesores y contó con el respaldo casi unánime de la crítica. Y claro, los cantos de sirena no tardaron en llegar. A la postre sería su último disco antes de dar el salto a Sire. Allí editarían cuatro discos y a pesar de que en alguno, como el soberbio «Pleased to meet me» volvieron a abrazar la excelencia, el éxito masivo no terminó de llegar. Los motivos fueron muchos, entre otros, como reconocía Paul en 1993, dos años después de la separación del grupo, que no lo intentaron lo suficiente. Puede ser.

Hoy ya son clásicos, menores si se quiere, y su influencia es reconocida por multitud de músicos. La banda volvió a la vida con el nuevo siglo e incluso llegó a grabar algún tema nuevo antes de desaparecer para siempre hace un par de años. Por el camino, Westerberg ha dejado un rosario de discos que oscilan entre el bien y el notable alto y en los que, en el peor de los casos, es fácil encontrarse con tres o cuatro perlas marca de la casa.

Una carrera que merece la pena reivindicar y que llega hasta este 2016, en el que junto a Juliana Hatfield y con el nombre de The I Don’t Cares (que le va ni pintado) ha editado «Wild stab», convertido desde el mismo día de su publicación en un fijo en mi lista de lo mejorcito del año y al que conviene echarle un oído antes de que haya que rescatarlo del olvido dentro de unos años.


Anterior entrega de Operación rescate: “I against I”, de The Brains.

 

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