“La bruja”, de Robert Eggers

Autor:

CINE

 

 

“El poder del cineasta para indagar en miedos de raíz popular, encuentra en la ansiedad de su narrativa el enemigo que le impide ser la gran película de terror que pudo ser”

 

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“La bruja” (“The witch”)
Robert Eggers, 2015

 

Texto: JORDI REVERT.

 

El folclore popular es lugar privilegiado en el que el terror encuentra alimento a través de leyendas, relatos que se transforman y se perpetúan en el boca a oreja y cuentos grabados en el paisaje y en el miedo de sucesivas generaciones. Al final de “La bruja”, Robert Eggers señala las fuentes documentales en las que se inspiró para llevar a cabo su película, y al principio, desde el mismo título (“The witch: a new england’s folktale”), subraya ese origen que inscribe su historia en esa tradición. No es, pues, de extrañar, que su obra busque la mayor efectividad desde un desesperanzado realismo de una impecable puesta en escena que arrastre al espectador al infierno de esa familia de peregrinos despedazada por la brujería en la Nueva Inglaterra del siglo XVII.

En medio de ese diseño a ras de suelo, de fotografía desaturada y espacios y personajes incómodos, el gran valor de Eggers es su capacidad para generar imágenes altamente inquietantes que refrendan la maldición que ha caído sobre la familia. Imágenes que remueven entrañas y que apelan al principio turbador del género, desde la cruel sustitución de un amamantamiento a la sangrienta ordeñada de una cabra o un sacrificio en las profundidades del bosque que inaugura la interminable sucesión de calamidades. En todos esos momentos, el realizador exhibe músculo creativo y firma postales de horror intensas y memorables. Esa capacidad, sin embargo, es también la razón del principal problema de “La bruja”: la película solo consigue canalizar esos instantes en un relato fundamentalmente histérico que a menudo se cobra la verosimilitud como víctima −la sospecha de la hija mayor de la familia como posible bruja−. Eggers parece buscar el fanatismo religioso como vía para consolidar ese cuento tremebundo, pero el resultado, lejos de los mejores desempeños a la hora de unir terror y religión –sin ir muy lejos, la señora Carmody (Marcia Gay Harden) de “La niebla” (“The mist”, Frank Darabont, 2007)−, desemboca en una estridente precipitación de los acontecimientos que acaba amortiguando su habilidad para inquietar. Dicho de otra manera: la inventiva que desprenden sus imágenes, el poder del cineasta para indagar en miedos de raíz popular, encuentra en la ansiedad de su narrativa el enemigo que impide a “La bruja” ser la gran película de terror que pudo ser.

 

 

 

Anterior crítica de cine: “Madame Bovary”, de Sophie Barthes.

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