It’s a shame about Ray (1992), de Lemonheads: el comienzo de un breve reinado

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TREINTA ANIVERSARIO

«Hacen que parezca sencillo lo que, en realidad, es muy difícil. Hay que tener el secreto, la fórmula para lograrlo y Evan Dando tenía ese privilegio»

 

Fernando Ballesteros rescata el quinto álbum de la banda de Evan Dando. Un disco de pop de guitarras brillante con el que consiguieron consagrarse a nivel internacional, a pesar de haber sido concebido muy lejos de casa y en pleno coqueteo con las drogas.

 

The Lemonheads
It’s a shame about Ray
ATLANTIC, 1992

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

La historia de los Lemonheads ha estado irremediablemente marcada por las subidas y bajadas del que ha sido su único miembro permanente a lo largo de los años. Vaya, que es la banda de Evan Dando, su proyecto. Y el grupo, capaz de enamorar a miles de jóvenes con su facilidad para fusionar lo más delicado de la sensibilidad pop con la fiereza y descaro del punk, en píldoras de efectos incontestables, también vio como el éxito logrado a comienzos de los noventa se les escapaba. Y lo hacía entre los dedos de un Evan incapaz de sobreponerse a sus numerosos problemas, esclavo de una personalidad que, en algunas ocasiones, ha llegado a convertirse en su peor enemiga.

Hasta llegar a ese punto de éxito y a un álbum como It’s a shame about Ray, Dando y los suyos ya habían recorrido un buen trecho. Al alma de los Lemonheads le acompañaba su colega de escuela, Ben Deily. Se llamaban Whelps y le daban al punk urgente, aunque el gusto por la melodía anidaba en un Evan que, mira por donde, le cambió el nombre al grupo y tomó la nueva denominación de un caramelo que era dulce por fuera y agrio por dentro, toda una declaración de principios. Y como la vida universitaria no era lo suyo, lo que decidió fue volcarse en su banda y lo hizo con un ritmo frenético de producción.

Nada más firmar por Taang! Records editaron Hate your friends (1987), al que siguieron Creator (1988) y Lick (1989) con el mismo sello. Con Deily fuera y David Ryan ocupándose ya de las baquetas, grabaron Lovey (1990) ya bajo el paraguas de Atlantic. Es verdad que no vendieron mucho, pero también es cierto que a la dualidad dulce/agrio de sus primeros pasos, le añadieron nuevos sabores y un gusto por las raíces y el legado de Gram Parsons que ya siempre iba a estar ahí.

Sin embargo, las expectativas con Lovey habían sido más altas y Dando no estaba satisfecho. Por eso, entre otras cosas, sintió la necesidad de poner tierra de por medio, cambiar de aires y marcharse a Australia. Fue allí donde comenzó la historia de It’s a shame about Ray.
En 1991, un año antes de su edición, comenzaron las sesiones de grabación del álbum. Las canciones habían nacido en Australia, donde Evan Dando estuvo especialmente atinado en el plano lírico. Ya con el disco en la mano, comprobamos que el que había demostrado ser ya un buen letrista, había dado un importante salto adelante.

 

Australia: buenos amigos y un ramillete de canciones para el recuerdo

Lejos, muy lejos de casa, trabajó con Tom Morgan, con quien compartió autoría en alguno de los temas del que iba a ser su más destacado trabajo, un disco que apenas pierde punch juvenil respecto a sus, casi adolescentes, primeros asaltos. Así, “Rockin’ stroll” irrumpe brillando a ritmo de punk. Había mucho más en la media hora que se avecinaba, pero con este saludo nos estaban dejando muchas cosas claras. Entre otras, que no había que hacer demasiadas concesiones para redondear un espléndido elepé de pop de guitarras.

“Confetti” es radiantemente melódica , de lo más redondo del lote, una de esas maravillas a las que nos acostumbraron en su época de esplendor.  ”It’s a shame about Ray”, el tema que da título al disco, fue el primero que escribieron Evan y Ton Morgan. El jefe de los Lemonheads recordaba, años más tarde, que leyeron una historia en la prensa sobre un chaval que se llamaba Ray y al que echaban de todas las escuelas en las que era matriculado. El título, ese “Es una pena lo de Ray”, era una frase de uno de los testimonios que recogía el artículo y de ahí lo sacó. En cuanto a la música, la verdad es que define bastante bien a los Lemonheads del 92. El autor intentó plasmar la música que le gustaba, un poco Byrds y un poco de psicodelia. Y le salió de lujo.

“Rudderless” conquista con su ritmo, con el sentimiento que Evan le pone a la interpretación y con un final que te ves obligado a corear. El tío lo tenía, era su momento. En ese estado de gracia que vivía, le ayudaban las buenas compañías. Al ya referido Tom Morgan, hay que añadir a Nic Dalton y, con una mención especial, a Juliana Hatfield, que se ocupó del bajo y le dio al conjunto buena parte de su personalidad con sus coros. Precisamente Juliana grita para empezar “Bit part” y su voz está presente para dar un plus de belleza a la canción. Otro de esos disparos certeros de los Lemonheads.

“The trumpike down” es puro pop y, sin ser de lo más inspirado del disco, sí que reúne muchas de sus virtudes. Dicen que las cosas sencillas, en ocasiones, son las más difíciles de hacer. Lo diré de otra forma, en el caso de Evan Dando, y de este disco, hacen que parezca sencillo lo que, en realidad, es muy difícil. Hay que tener el secreto, la fórmula para lograrlo y Dando tenía ese privilegio. Y esa es una virtud de las muchas que tiene It’s a shame about Ray. Son treinta minutos que sintetizan la visión del power pop que tenía Evan en la cabeza.

Precisamente, “Alison´s starting to happen” es un pepinazo powerpopero capaz de alegrar el día a cualquiera y que habla de una experiencia con el éxtasis de Allison Galloway, batería de Smudge y novia de Nic Dalton. Y es que las drogas estaban muy presentes en el imaginario de Lemonheads. También en “My drug buddy”, aunque, en este caso, se basaran más en las experiencias de los chicos con el speed. Estas sustancias y alguna otra, terminarían afectando al futuro del grupo cuando estaba en su mejor momento. En 1992, sin embargo, solo les ocasionó problemas con los señores de Atlantic, a quienes no les gustó el título de “My drug buddy” y lo dejaron en “Buddy” para la primera edición del álbum.

Solamente “Hannah and Gabi” nos lleva a la calma folk y preciosista que tanto le gusta a Dando. “Ceiling fan in my spoon” acelera de nuevo después de “Kitchen”, una debilidad personal dentro de un conjunto de títulos entre los que es difícil decantarse a la hora de elegir favoritos. La relectura de “Frank Mills”, perteneciente a la banda sonora de Hair es brillante. Lo diré de una vez, al elepé no le sobra nada. La otra versión, la que propulsó el éxito de la banda, el “Mrs. Robinson” de Simon and Garfunkel que propuso el sello por el veinticinco aniversario de El graduado, ni siquiera apareció en las primeras ediciones. En las siguientes fue el broche de una obra sobresaliente.

 

Un disco más y adiós para siempre al éxito masivo

Lo siguiente que hicieron fue añadirle el artículo The al nombre original del grupo y lanzar ”Come on feel The Lemonheads”, otro gran disco que les sirvió para continuar con su buena estrella. Seguían inspirados y contando con el favor del público. El rostro de Evan era popular, sin duda, uno de los nombres del momento en una era, los primeros noventa, que se habían convertido en un paraíso para este tipo de propuestas capaces de servir de vehículo a los anhelos y frustraciones de una generación que se sintió representada por sus iconos.

Después, los problemas con las drogas han hecho la trayectoria del grupo, la de Evan Dando en definitiva, mucho más errática. Es verdad que ha habido buenos discos, que hoy se disfruta su elepé en solitario ”Baby I´m bored” (2003), que incluso el irregular disco homónimo de 2006 tenía momentos disfrutables. Incluso eran bonitos sus últimos intentos con los elepés de versiones, por citar unos cuantos ejemplos, pero no es menos cierto que, ya a finales del siglo veinte, parecían haber pasado décadas desde que estuvieron en la cima del mundo. Aquello era historia y fue muy breve. Demasiado.

Los años dorados de Evan Dando nos dejaron un puñado de buenos discos y dos obras para el recuerdo. Ahora, treinta años después de todo aquello —ahora sí que han pasado décadas, ya no es una sensación— se conmemora la edición de una obra sensacional. Y mientras sopla las velas y mira de soslayo a las glorias del pasado, el señor Dando nos cuenta, en alguna que otra entrevista, que está escribiendo canciones y que saldrá de gira porque hay mucho que celebrar. Y les digo una cosa, algo me dice que aún asistiremos a un nuevo despegue comercial de este artista, la suya es una historia muy especial, de esas que pide una redención acompañada de un reconocimiento que se acerque o que nos haga recordar lo que sucedió entre el 1992 y el 1994. Y si no es así, que no será,  porque no suelo acertar con eso que llaman corazonadas, el hecho de que le podamos tener en un escenario tocando nuevas canciones ya me parece digno de ser festejado, visto lo visto y vivido lo vivido.

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