Fotopress: Javier de Castro

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«Manolo García me preguntó: ‘¿Tocas algún instrumento? ¿Cantas?’ Yo, inocentón, le contesté: ‘Pues no, la verdad. Solo colecciono música y la disfruto todo lo que puedo’. Sonriendo me dijo: ‘Pues acabarás de crítico musical’. Muchos años más tarde, durante una entrevista, le recordé la anécdota. ¡Resulta que el tío se acordaba!»

Historiador y musicólogo, es coordinador de Edicions i Publicacions de la Universitat de Lleida. Pertenece al Aula de Música de dicha universidad, impartiendo docencia sobre diferentes materias relacionadas con la historia social de la música e investigando el impacto del pop a todos los niveles. Dirige la serie “Música” de la Editorial Milenio y colabora habitualmente en radio y prensa escrita; es crítico musical para el diario “Segre” y la Cadena SER de Lérida y escribe en revistas de ámbito nacional como EFE EME o “Guitarra Total”. Ha publicado, entre otros, los libros “Olé Beatles” , “Elvis, el Rey en España”, “Música i ideologies”, “Quan Lleida era ye-yé” y «Los Sírex. 50 años de historia que ni la escoba ha podido barrer».



Fecha y lugar de nacimiento.
Barcelona, 1 de junio de 1963.

¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
Mucha clásica y mucho jazz, de mi padre, y pop-rock anglosajón (Beatles, Simon & Garfunkel, Cat Stevens, America, James Taylor….) de mis hermana mayor. Cuando tienes 8 o 9 años, esta clase de cosas te impresionan tanto que acaban impregnándote el espíritu… aún no lo he superado.

¿Cuál fue el primer disco que compraste?
Fueron dos de una tacada en la navidad de 1973: el «Let it be» de los Beatles y el «Puente sobre aguas turbulentas» de Simon & Garfunkel, aunque la verdad es que no me los compré, sino que se los pedí a “los reyes”. A partir de ahí me volví literalmente loco y, con doce o trece años, ya me gastaba todo lo que tenía en música. La paga, los regalos de las abuelitas, el dinero del metro para ir al instituto, todo se iba en vinilos. Mi madre se cabreaba bastante.

¿Y el último?
Sigo loco. Hace unos pocos días en el FNAC me encapriché de una caja de las gordas y al final no pude resistir la tentación y caí con todo el equipo. «Miles Davis. The complete Columbia album collection»; 53 long plays, incluyendo algunos dobles, para un total de 72 CDs, con bonus tracks, inéditos, un libro de lujo… Una auténtica pasada.

Selecciona tres discos internacionales esenciales de tu colección.
¡Solo tres! Es como lo de irse a la isla, pura elucubración mental transitoria. Nadie en su sano juicio musical puede escoger SOLO tres discos… A ver, uno a seleccionar de la trilogía «Rubber soul», «Revolver», «Sgt. Peppers» de los Beatles. El «Aftermath» de los Rolling Stones, que siempre lo he considerado su mejor álbum desde el punto de vista pop y la razón principal para rechazar esa absurda dicotomía Beatles versus Stones. El «Bookends» de Simon & Garfunkel, porque puso a Paul Simon a la altura compositiva de cualquiera de sus contemporáneos mejores con temas como ‘Save the life of my child’ o ‘America’ (otra de mis predilectas de todos los tiempos). La caja «Motown. The complete nº1’s» que reúne tantísima buena música que le quita a uno la respiración. El «Abba’s gold» porque si Lennon y McCartney fueron los 60, Andersson y Ulvaeus fueron los 70. Y para que nadie me acuse de ser un “retro” empedernido, apuesto también por buen pop-rock de las últimas tres décadas: el «Murmur» de los REM, el «Hollywood Town Hall» de los Jayhawks, «Grand Prix» de los Teenage Fan Club o el «Lucky» de los Nada Surf. Voces, voces, voces….

Selecciona tres discos nacionales esenciales de esa misma colección.
Lo mismo que antes. Por qué escoger solo tres si a la dichosa isla uno puede llevarse trescientos… Venga, ahí van algunas propuestas: el único álbum de Juan y Junior por ser pura «delicatessen» pop. De Serrat, un «Com ho fa el vent» sublime con arreglos de Ricard Miralles y anticipando más joyas que no tardarían en llegar. «La leyenda del Tiempo» de Camarón por su apasionante modernidad. Por escoger algo del gran orfebre Antonio Vega, «El sitio de mi recreo», sensibilidad hecha música. «Atrapados en azul», el impresionante disco debut de Ismael Serrano, tan espontáneo, tan cotidiano, tan sincero. Por llevar la contraria en mi tierra, el único disco en castellano de los catalanes Gossos, una preciosidad poco reivindicada en general, con el sello inconfundible del productor Suso Saiz. La «Costa Azul» de Sidonie, repleto de maravillosas historias pop y elegancia a tope. Y, para acabar, una auténtica debilidad personal: «Pigmy», título del único disco en solitario hasta la fecha y alter ego de Vicente “Willy” Macià, el otrora cantante de los míticos Carrots. Un álbum escandalosamente bello, surreal y naïf que el tiempo, tarde o temprano, colocará a la (gran) altura que se merece.

Un disco doble al que no le sobra nada.
Bueno un doble no, un triple: el «All things must pass» de George Harrison. Si los otros dos le hubiesen dado más cancha, los Beatles hubiesen sido aún más bestias de lo que les conocemos. Harrison, de pronto, vomitó de golpe todo lo que llevaba dentro, que era mucho. La reedición en CD de este disco, en 2001, demostró el inmenso poderío del más joven de los Beatles. ¡Hasta le quedó material sobrante en el tintero! Entre los temas de esta obra soberbia se encuentra ‘Awaiting on you all’, una de mis canciones preferidas de siempre.

Un grupo o cantante a quien rescatarías del olvido.
Jim Croce. Un compositor, músico y solista tejano sencillamente sensacional. Los tres álbumes que editó antes de morir me siguen poniendo la carne de gallina. Pura sensibilidad musical, a veces me pregunto qué habría dado de sí artísticamente si no se hubiese montado en el avión que lo mató en 1973. Pienso que ahora estaríamos hablando de otro de los grandísimos.

¿Cuál fue el primer concierto al que asististe?
Es una historia preciosa. La primera actuación de los Stones en Barcelona. Yo tenía trece años y mi padre me acompañó hasta la plaza de toros y me esperó hasta el final del concierto en un bar cercano. Al salir hubo manguerazos y corridas por culpa de los «grises». Mi padre, indignado, me dijo: «¡hasta que no tengas 18 años y vayas solo, no vuelves a un concierto… al menos conmigo!»

¿Y el mejor concierto que has visto?
Afortunadamente, he visto docenas de conciertos que me han parecido sugerentes por tal o cual cosa. Citaré algunos. Desde un punto de vista afectivo, el de Simon & Garfunkel del estadio de Vallecas de 1982; me van a perdonar pero fue poder ver en acción a una banda que constituye uno de mis referentes personales de toda la vida. Por la intensidad y la aventura personal que me supuso, el de Bruce Springsteen de Montpellier de la gira mundial del «Born in the USA» de 1986. Acudimos unos cuantos amigos en una furgo alquilada, el show duró cuatro horas y media que se me pasaron como una exhalación y la descarga energética fue tal que tardé tres días en bajar de nuevo a la tierra. Y por la magia, pese a su precariedad física, el de Brian Wilson en el FIB de Benicàssim de hace pocos años: miles de personas embobadas viendo en acción a un Wilson entre algodones, ¡bendita locura!

Elige y razona tu elección:

Serrat/Sabina.
La historia de la música española los necesita a los dos, sin duda. Ahora bien, en términos de valoración general, me quedo con el Nano. Su obra en conjunto es tan grande y con tanto peso específico e influencia social que nadie de este país le aguanta una comparación más o menos seria. Cuando Sabina escriba cosas como ‘El romance de Curro El Palmo’ o ‘Temps era temps’, que alguien me vuelva a plantear esta dicotomía.

Aute/Calamaro. [Obsérvese que Javier de Castro ha invertido el orden de esta pregunta y la anterior.]
Calamaro es un músico que siempre me ha caído en gracia y del que valoro esa capacidad brutal para crear sin parar, aunque no le estaría de más ser un poco más exigente consigo mismo y seleccionar más entre sus composiciones antes de meterse a grabar. Me quedo, no obstante, con Aute, otro de los grandes de nuestro país y un artistazo que ha logrado mantener todo este tiempo sus presupuestos artísticos y personales con coherencia extrema pero sin merma artística reseñable. Mi preferido: «24 canciones breves».

Nacha Pop/Los Planetas.
La Movida la viví a distancia, pero muy intensamente. Me alineé en la facción “babosos” por culpa de gente como Los Secretos, Tótem, Los Elegantes y, por supuesto, Nacha Pop con Antonio y su primo Nacho a la cabeza. Pop de innegable influencia sixtie de gente que sabía tocar y cantar y que era capaz de escribir canciones excelentes: ‘La chica’, ‘Magia y precisión’, ‘Duelo de gigantes’, ‘Una décima de segundo’… Los Planetas también me gustan, sobre todo esa canción, “Un buen día”, que Jota debió escribir tras escuchar la versión alternativa del ‘And your bird can sing’ incluida en el «Anthology» de los Beatles.

Nacho Vegas/Quique González.
Los dos me dicen cosas además de que observan interesantes puntos en común. Reconozco, no obstante, que he seguido más a Quique desde que lo descubrí en «Salitre 48». Casi todo lo que ha hecho me ha llamado la atención con esa capacidad de emocionar que tiene tan grande. Me decanto por él también, quizás porque en vivo se ha prodigado por mi zona más que Nacho al que apenas he podido escuchar en directo. Quiero destacar de éste último su «Cajas de música difíciles de parar», que me tuvo un tiempo pero que muy enganchado.

La Mala/La Bien Querida.
Ana Fernández-Villaverde es de una pasta artística poco usual por estos pagos. Me quedé prendado de su música a las primeras escuchas porque tanto sus composiciones como sus dejes interpretativos me retrotraen a gente muy de mi gusto como las Vainica, Maritrini, Cecilia, o Françoise Hardy. La Mala… pues que no.

Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
Los encuentro a ambos irrepetibles e imprescindibles. De Brel me quedo con su fuerza inhumana y la pasión que era capaz de infundir a sus interpretaciones. A Gainsbourg, además del gusto por muchísimas de sus elegantes composiciones, le envidio la jeta y alguna de las chavalas que se ligó.

Frank Sinatra/Elvis Presley.
En mi adolescencia estuve prendado de Elvis, tanto de la música como del personaje que representó. En Frankie he profundizado, más allá de los tópicos, mucho más tarde. En casa se escucha a ambos con cierta asiduidad hasta tal punto que he conseguido que a mi hija adolescente, con permiso de Lady Gaga, le guste tanto el ‘Suspicious mind’ de El Rey como el ‘Downtown’ de La Voz.

Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
Si se me deja expurgar en la inmensa producción discográfica del Boss, los pondría a ambos en un nivel de gusto personal similar. Los 60 de Gaye y sus joyas durante los 70 y hasta que su padre se lo cargó, me parecen memorables. De Springsteen, sus directos, los últimos dos discos de los 70 («Born to run» y «Darkness in the edge of town»), los dos primeros de los 80 («The river» y «Nebraska») y algunas cosillas anteriores y posteriores a la etapa 1975-1983, me parecen colosales, aunque al final –debo reconocerlo– me ha acabado estomagando con tanto lanzamiento discográfico.

Tom Waits/Lou Reed.
Lou Reed. Al margen de por haber sido el alma de los Velvet, su incombustible carrera en solitario siempre me ha fascinado. Lo vi actuar en Barcelona en los setenta en su mejor momento, aunque verlo de nuevo un montón de años después en Benicàssim, fresco como una rosa después de todo lo que –dicen– se ha metido en el cuerpo, realmente me emocionó. A Waits siempre lo he encontrado un poco tostón pese a sus textos impresionantes… quizás es esa voz tan cazallosa que muchos aplauden lo que me ha acabado cargando de él.

Michael Jackson/Prince.
Michael Jackson por goleada. Su aportación musical desde chaval y hasta que palmó es incuestionable. Al margen de la música que parió en familia, que me encanta, merece ser recordado y reconocido por lo que hizo en solitario, sobretodo «Off the wall» y «Thriller», y por sus aportaciones al mundo del videoclip. A Prince siempre lo he tenido por un tipo que prometía mucho y que, como la gaseosa, se le fue el gas de la inspiración demasiado pronto. El día que decidió “reinventarse” optando por cambiar de “personalidad”, le extendí certificado definitivo de defunción.

The Rolling Stones/The Velvet Underground.
Aunque tengo por imprescindible e imperecedera la aportación underground de Reed y compañía, puestos a elegir me quedo a los Stones, al menos a los de una etapa musical concreta. Me encanta todo lo que hicieron desde 1963 hasta el «Exile on Main Street», porque lo que vino a continuación –pese a que me lo he comprado religiosamente– ni me ha hecho igual peso ni me ha causado placer parecido a lo anterior. Adoro esa época seminal primera tan llena de rhytm’blues peleón y discos pop como «Out of our heads», «December’s children»,  «Aftermath», «Their satanic majesties request», «Between the buttoms», «Beggar’s banquet»…, es decir, cuando a Brian Jones aún no se le había ido la pinza. Y es que los Rolling son los Rolling y “solo” por estas joyas merecen haber podido vivir del cuento todos estos años.

Bob Dylan/John Lennon.
A quién quieres más, ¿a papá o a mamá? Pues a los dos, naturalmente. De Dylan aprecio lo brutal de su aportación, sus vaivenes personales tan acusados y esa capacidad de perpetuación artística que casi nadie ha logrado igualar. De entre sus discos, no voy a caer en los tópicos, me gusta (casi) todo. De Lennon, por supuesto, su etapa Beatle, y esas muestras de genialidad que con cuentagotas nos fue regalando durante los 70. Quiero destacar como gema oculta de su discografía, esa ‘Oh Yoko!’ preciosa por su optimista musicalidad y un arreglo tan sencillo y vital, aunque me fastidia sobremanera que estuviese dedicada a la china. Mira, qué le vamos a hacer…

Neil Young/Elvis Costello.
Por peso especifico artístico, brutal aportación, longevidad y todo lo que uno quiera añadir, el bueno de Neil es para mí –junto a Bob Dylan y Paul Simon (Springsteen no andaría lejos)– la tercera personalidad necesaria  para hablar con propiedad del mejor pop-rock norteamericano desde hace cinco décadas. Tiene tanto y tan bueno –incluyendo aventuras varias, con bandas varias y con colegas varios– que me resulta complicado elegir. No miento si digo que hasta me hace gracia ¡ese disco tecno que se sacó de la manga un día. Al Elvis británico le reconozco unos primeros discos muy sugerentes y divertidos junto a The Attractions en plena época punk, pero debo reconocer que lo que más he oído suyo en los últimos años han sido sus discos a medias con Burt Bacharach y con The Brodsky Quartet, vamos, lo menos rockero de toda su producción, y los de Diana Krall, su espectacular esposa.

Youssou N’Dour/Fela Kuti.
Honestamente, no domino en lo musical a ninguno de los dos lo suficiente como para decantarme por uno u otro. Destacaría de ambos, como en el caso de otros reconocidos músicos africanos, su compromiso social y político frente a la situación permanente de injusticia y miseria de aquella tierra.

¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica musical?
Explicaré también una anécdota. Hacia 1982 o 1983, recién iniciada la carrera, tenía una novia, una compañera de clase cuyo padre, un reputado otorrinolaringólogo barcelonés, atendía en su consulta de la plaza Urquinaona a muchos músicos de la época. Un día que fui a recogerla a casa, la chica me presentó a Manolo García (El Último de la Fila), que salía de visitarse. Descarada, le dijo: “Manolo, a mi novio le gusta mucho la música…”. Manolo me preguntó: «¿Tocas algún instrumento? ¿Cantas?» Yo, inocentón, le contesté: “Pues no, la verdad. Solo colecciono música y la disfruto todo lo que puedo”. Sonriendo me dijo: “Pues acabarás de crítico musical”. Muchos años más tarde, durante una entrevista, le recordé la anécdota. ¡Resulta que el tío se acordaba; sobre todo de Elvira, la hija del otorrino!

¿Quién fue tu maestro periodístico?
El primer radiofonista al que me aficioné fue José María Pallardó por su programa «El Clan de la 1», de Radio Juventud de Barcelona; era muy avanzado y moderno y me descubrió todo lo bueno de los 70. Más tarde, en los 80, ya empecé a “especializarme” y entonces vendrían todos los clásicos: Diego A. Manrique, Ángel Casas, Carlos Tena, Juan de Pablos, Ordovás, la Paloma Chamorro de la «Edad de Oro», Ignacio Julià, Santi Carrillo, Vicente Fabuel… Aunque si tuviese que citar a la persona que más me ha enseñado, más me ha influenciado y mi amigo del alma musical desde hace más de 30 años, no se trata precisamente de ningún “periodista” al uso, aunque haya escrito en prensa, hablado en radio, guionizado en televisión o coordinado jornadas universitarias sobre temas musicales. Su nombre es Eduardo López, es madrileño, y los que lo conocen, no me contradirán si afirmo que es uno de los tipos que más saben de música de este país.

Un equipo de fútbol.
Soy “perico” del Real Club Deportivo Español de Barcelona (ojo, que nací en Sarriá).

Un político.
Dos. Por desgracia, ambos ya irrecuperables. Juan Mari Bandrés y Ernest Lluch. Ya les gustaría a los de ahora…

Una ciudad para vivir.
Para vivir y comer Lleida. Para todo lo demás, Londres.

El disco que detestas y que despierta alabanzas entre tus compañeros.
Aunque voy a herir alguna sensibilidad, el «Nevermind» (1991) de los Nirvana. Quizás la palabra “detestar” es demasiado fuerte, pero siempre he considerado que tanto a ese disco, como al grupo, como al propio Kurt Cobain, se los ha subido a un pedestal demasiado alto. Auque sí que es verdad que cuando apareció el álbum el cotarro musical quedó bastante trastocado (me incluyo), la verdad es que no demasiado tiempo más tarde rebajé mi consideración hacia él. Además, como en otros casos parecidos, una muerte a tiempo del personaje en cuestión suele ayudar y MUCHO a su santificación.

¿Vinilo, CD o mp3?
Básicamente vinilo, aunque soy un tipo práctico y le saco rendimiento (bastante todavía) también al CD pero solo si éste es cien por cien original. Dada mi relación compulsiva con la música desde hace tantos años, pueden hallar en mi casa miles de unidades en los diferentes soportes, conviviendo en armonía.

La película que nunca te cansas de volver a ver.
«La gran evasión» (1963) por su trama apasionante y por la enorme acumulación de talento interpretativo por centímetro cuadrado de película. Quizás por deformación profesional de editor, el «Fahrenheit» (1966) de François Truffaut. Y aunque se ha vuelto un tanto blandorra, «Tal como éramos» (1973); porque aún sigo enamorado de esa espectacular Streisand que la protagonizó.

El libro que nunca te cansas de releer.
«Le petit prince» de Saint Exupery. Me sigue haciendo reflexionar.

Una serie de televisión.
La «Misión imposible» de los años 60. Por sus desenlaces inesperados y por la arrebatadora partitura de Lalo Schrifin que la acompañaba.

Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los supermercados, ¿qué discos seleccionarías?
Como me gusta comprar relajado y pensar en mis cosas mientras lo hago, propongo un cóctel variado y tranquilo a base de clásica del barroco interpretada por I Musici; medios tempos de John Coltrane o el Dave Brubeck Quartet; los grandes éxitos de The Shadows; y la bossa-nova de Joao Gilberto y Antonio Carlos Jobim.

Anterior entrega de Fotopress: Fernando Martín.

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