Fotopress: Igor Cubillo

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«El primer LP que compré fue «¿Dónde estabas tú en el 77?», de Loquillo y Trogloditas. Aunque se enfadara por una reseña que publiqué en «El País», y me dedicara una canción «porque las cuentas se arreglan en la calle y no en la prensa», siempre le tendré estima»

Igor Cubillo comenzó escribiendo en «Harlem», su propio fanzine, y con rapidez recaló en las páginas de «Ruta 66», luego pasó, entre otros medios, por «El País», EFE EME, «Ritmo & Blues», «Bilbao Eskultural», «Getxo A Mano (GEYC)», «Den Dena Magazine». En la actualidad se le puede leer en en el suplemento «EP3» del diario «El País», colabora con «KMON» (el Magazine de los Escenarios de Gran Bilbao y Durangoaldea) y procura mantener al día los blogs Nuevo Harlem y Lo Que Coma Don Manuel).


Fecha y lugar de nacimiento.
Noviembre de 1972. Bilbao.

¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
Mi «aita» escuchaba cosas como Los Panchos y el Trío Calaveras. Ese fue mi primer contacto con la música trasatlántica. Y mi «amatxu» se encargó de familiarizarme con la música popular vasca y euskaldún. Desde la raíz folclórica a la bilbainada. Cantábamos juntos, en euskera y castellano. Pero lo que realmente me marcó es la música que escuchaba mi hermano Oscar en la habitación que compartimos durante años. Allí mamé rockabilly y rock and roll clásico por un tubo: Carl Perkins, Elvis, Buddy Holly, Chuck Berry, Gene Vincent, Eddie Cochran, Johnny Burnette… También conocí a renovadores como Stray Cats. Y nunca olvidaré los vinilos de Led Zeppelin, Mink DeVille, Thin Lizzy, Deep Purple, Ramones, Los Lobos, Pegamoides, Rolling Stones, Tequila, The Clash, Burning, The Blasters…

¿Cuál fue el primer disco que compraste?
No pondría la mano en el fuego, pero creo que fue «¿Dónde estabas tú en el 77?», de Loquillo y Trogloditas. Aunque se enfadara por una reseña que publiqué en «El País» (sobre el recopilatorio «Historia de una actitud»), y me dedicara una canción “porque las cuentas se arreglan en la calle y no en la prensa”, siempre le tendré estima. Su voz y las canciones de Sabino son parte de la banda sonora de mi adolescencia, de mi paso por el instituto, de las partidas de billar…

¿Y el último?
«Tyrannosaurus Hives». The Hives nunca han figurado entre mis favoritos de la escena escandinava, pero dieron un conciertazo en el Azkena Rock Festival (tengo mejor recuerdo de esa actuación que de sus grabaciones) y cuando hace poco vi el CD por cinco euros en un estante y no pude pasar de largo. Así terminaba yo con la crisis del disco, por cierto.

Selecciona tres discos internacionales esenciales de tu colección.
Imposible. Me gusta la música demasiado, como para señalar solo tres. Escogeré un trío a botepronto, aunque deje fuera a Stray Cats, Ramones…
«The last waltz»: La última descarga de The Band, todo un grupazo. No se me ocurre una despedida mejor: Neil Young, Van Morrison, Muddy Waters, Eric Clapton… Me trae gratos recuerdos, de sesiones viendo machacadas cintas de VHS; de chaval me fascinó ver y escuchar ‘The weight’, con The Staple Singers. Y, circunstancias de la vida, este último vals se ha convertido para mí en «el disco del día de buena suerte». Cosas mías.
«Bad music for bad people»: En su momento me compré todos los vinilos de los Cramps. Luego se los vendí a un cliente de La Caverna, una tienda de discos a la que durante un tiempo acudí prácticamente a diario. Hoy me arrepiento. Lo contemplo como una pequeña amputación. Salvé este recopilatorio porque me lo regaló Begotxu, hoy mi sufrida y paciente esposa. Musu bat!
«American VI. Ain’t no grave». Después de escuchar miles y miles de discos, a uno se le encallece el oído. Por eso es difícil experimentar a estas alturas las sensaciones que me procuraron las primeras escuchas del último álbum de Johnny Cash, donde habla cara a cara con la muerte, sabedor de que venía a su encuentro, y poco después del fallecimiento de June Carter. No he oído una versión más estremecedora de ‘For the good times’, por ejemplo. Me estaré haciendo viejo.

Selecciona tres discos nacionales esenciales de esa misma colección.
Imposible. Lo dicho. Diré tres al tuntún.
«Doctor do re mi eta benedizebra»: Difícilmente habrá un disco que destrone a este de canciones infantiles como el más escuchado en toda mi existencia. Mis maravillosos hijos lo han convertido durante años en CD residente del coche. Ha sonado infinidad de veces. Y me alegro de que les guste Oskorri. El folclor me parece una estupenda puerta de entrada al universo musical para un renacuajo.
«Cartografía»: Admiro a José Ignacio Lapido por la bella enjundia de sus textos. Este es solo otro buen muestrario, un catálogo de personajes asomados al abismo del desastre, de sujetos con el fracaso como punto de partida y un pie fuera del mundo real. Este país está sordo.
«Hamar t’erdietan. 10.30 P.M.»: Hace poco lo escribía como comentario en el Facebook de Iñigo Coppel: es triste tener que reivindicar a estas alturas a Ruper Ordorika, indiscutiblemente un grande de la música popular euskaldún. El mejor songwriter vasco. Éste, grabado en vivo hace un lustro, es un trabajo de belleza mayúscula. ¿Ya he dicho que este país está sordo?

Un disco doble al que no le sobra nada.
Me temo que no voy a ser muy original: «Exile on Main St.»: Los Stones lo bordaron con este abanico de rock and roll negruzco. Y ‘Rocks off’ me parece el arranque perfecto para un disco de rock.

Un grupo o cantante a quien rescatarías del olvido.
The Devil Dogs.

¿Cuál fue el primer concierto al que asististe?
No sonará muy cool, pero recuerdo uno de La Trinca en el Teatro Ayala de Bilbao, en plena Aste Nagusia. Fui con mis «aitas», el 26 de agosto de 1983, la misma noche que el cielo reventó e inundó por última vez con furia mi ciudad natal. Cenamos en el mismo restaurante que el trío, mesa con mesa, y no quise pedirles un autógrafo. Nunca he sido fetichista en ese aspecto, aunque me gusta tener los discos firmados por sus autores y/o intérpretes. Para mí esa rúbrica y esa dedicatoria los revalorizan, dejan de ser simples fotocopias, un fruto más de la producción en cadena.

¿Y el mejor concierto que has visto?
No sabría decirlo. Me noqueó Wilco, por ejemplo, en 2005.

Elige y razona tu elección:

Serrat/Aute.
Siempre he sido más de songwriters que de cantautores, así que nunca he sido un rendido admirador de ninguno de los dos. Pero, puestos a escoger, me quedo con Serrat. Le saco más jugo a su repertorio y alabo algún episodio de su biografía.

Sabina/Calamaro.
Calamaro. La corriente argentina del rock and roll me toca la fibra. Pese a su bagaje previo, le conocí con Los Rodríguez, junto a Ariel y Julián, y me convenció. «Honestidad brutal» (ah, los discos de ruptura…) podría figurar en esa terna de discos esenciales en mi colección. Ahora me he desenganchado, pero le considero un grande.

Nacha Pop/Los Planetas.
Podría vivir perfectamente sin los dos. Diré Los Planetas, para exorcizar el recuerdo de un concierto suyo que abandoné aburridísimo, para desmentir mi animadversión hacia lo indie, y porque «Una semana en el motor de un autobús» me demostró que eran más que unos fantoches.

Nacho Vegas/Quique González.
Me gustan cosas de Nacho, pero prefiero a Quique. Menos atormentado, más luminoso, costumbrista y conectado con la raíz musical yanqui y la iconografía clásica del rock.

La Mala/La Bien Querida.
Me lo ponéis difícil, pero La Mala me parece una artista sobrevalorada y mal asesorada. Así pues, La Bien Querida.

Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
Gainsbourg. Un tipo (tan feo) capaz de seducir a Brigitte Bardot, merece toda nuestra admiración. Y ahí están discos tan punkis como «Rock around the bunker».

Frank Sinatra/Elvis Presley.
Frank tenía buena voz, y le acompaña la leyenda jaranera del Rat Pack, pero el legado de Elvis es gigante: supo vampirizar el ritmo de los negros y, lo más importante, supo venderlo, popularizar el rock and roll. Por no hablar de su voz…

Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
Marvin mola, pero tengo muchos más discos de Bruce. Me encanta todo lo que grabó antes de «Tunnel of love», la épica de la E Street Band, entretenimientos como «The Seeger sessions», y su puesta en escena es aún cien por cien recomendable. Un derroche de rock.

Tom Waits/Lou Reed.
Aunque ha dado más bandazos, me rindo ante la producción de Lou Reed en los años sesenta y setenta. Posteriormente, también disfruté con su asimilación de Edgar Allan Poe y la presencia de su maestro de tai chi en escena.

Michael Jackson/Prince.
Charlie no hace surf. Y Jacko no tocaba rock and roll. Prefiero al enano de Minneapolis, versión funk. ‘Peach’ es un llenapistas, y muchas de mis sesiones como pinchadiscos las cerré con ‘Purple rain’, a ver si se vaciaba el garito. Pero nada, ni por esas.

The Rolling Stones/The Velvet Underground.
Stones. Casi me enoja ver con sus camisetas (y con las de AC/DC, y las de Springsteen, y las de…) a gente que no aprecia ni se interesa por el rock, pero el legado de Richards, Jagger y compañía es excepcional. Cualquier calificativo se queda corto. Sus vidas y sus canciones son sinónimo de rock and roll. Incluso ahora. Parafraseando a Loquillo, no fueron al principio santos de mi devoción, pero mi vida se fue ensuciando al ritmo de su rock and roll.

Bob Dylan/John Lennon.
Dylan. Me gusta el acústico, el eléctrico, el country, el que se estrelló con la moto, el que vio la luz… Sus canciones son instantáneas sonoras inolvidables del siglo XX; como la mejor materia prima, se prestan a reinterpretaciones soberbias; y aún hoy sigue dando grandes conciertos. Qué más da si es arisco, no hace turismo, ni se retrata con el concejal de turno, si luego toca ‘Like a rolling stone’. Para mí es el epítome de cantautor.

Neil Young/Elvis Costello.
Neil Young. Su reencuentro con Crazy Horse, hace dos décadas, me enamoró definitivamente. La electricidad que rebosaba «Weld» (otro disco que podría figurar en la terna de preferidos) hizo más llevadera una época crucial de distanciamiento en mi vida.

Youssou N’Dour/Fela Kuti.
No soy un gran entendido en world music, pero aunque Fela Kuti sea un mito, voy a escoger a Youssou N’Dour. Ambos han destacado por su activismo social, pero el senegalés me resulta más próximo, al menos generacionalmente.

¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica musical?
Al nefasto orientador que nos visitó en COU solo le dije una cosa: “yo quiero escribir de música, de rock and roll”. Él me miró con cara de estupefacción, de “eso no es un trabajo”. Yo ya editaba mi propio fanzine («Harlem») y colaboraba con el «Ruta 66». Debe ser lo que se llama vocación.

¿Quién fue tu maestro periodístico?
Admiro la valentía y la sinceridad de mi hermano (Oscar Cubillo), el estilo de Diego A. Manrique y la sabiduría de ambos. Pero procuro no copiar a nadie.

Un equipo de fútbol.
El equipo de fútbol: Athletic Club, Athletic de Bilbao, simplemente Athletic, llámale como quieras. Voy a San Mamés desde que tenía nueve años. Mi «aita» me llevó al homenaje a Txetxu Rojo, que el Athletic jugó contra la selección de Inglaterra (ahí es nada) en marzo de 1982, y tres décadas después sigo siendo socio. ¡Aúpa Athletic!

Un político.
Idoia Mendia, ahora portavoz y consejera del Gobierno Vasco. Quizá no es muy conocida fuera de Euskadi, pero aquí despierta admiración y respeto en todos los ámbitos. Es inteligente, instruida, desenvuelta, honrada, comprensiva, trabajadora, ¡y le gusta Lapido! Llegará donde se proponga. Es la persona ideal para recuperar la fe en la clase política.

Una ciudad para vivir.
Dijo Unamuno que el mundo entero es un Bilbao más grande. Aquí lo tenemos (casi) todo a mano.

El disco que detestas y que despierta alabanzas entre tus compañeros.
No le pillo el punto a «OK computer», de Radiohead.

¿Vinilo, CD o mp3?
Con el mp3 me hago un lío y, además, no me convence su sonido. Siempre llevo un puñado de CDs en el coche, pero nos engañaron con eso del sonido perfecto, el cuento de que durarían toda la vida… Y sus portadas son ridículas. Cada vinilo, en cambio, es como un cuadro, las portadas y contraportadas dan mucho juego, puedes incluso enmarcarlas, colgarlas de la pared. Y es como mejor partido saco a mis Kef Reference Series y al Quad 606 que me regaló mi amigo Javier Arrese.

La película que nunca te cansas de volver a ver.
«The last waltz», de Martin Scorsese.

El libro que nunca te cansas de releer.
Apenas tengo tiempo para leer. Mucho menos para releer. Pero seguro que volvería a sacar partido al «Ensayo sobre la ceguera» de José Saramago.

Una serie de televisión.
De aquí, «El orgullo del tercer mundo», de Faemino y Cansado. Geniales. De allí, «Los jóvenes» («The young ones»). Aunque la tele sí que la tengo aborrecida.

Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los supermercados, ¿qué discos seleccionarías?
Swing. Y jazz del bueno.

Anterior entrega de Fotopress: Carmen Salmerón.

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