Extravagante: Duke Ellington

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ExtravaganteDuke EllingtonDuke Ellington
A drum is a woman
CBS, 1957


Texto: VICENTE FABUEL.


Poner un disco de jazz añejo sobre el plato y enseguida, inevitablemente, venirte el pensamiento a la cabeza. Pinchas a Amstrong, Kid Ory, Bessie Smith o Jelly Roll Morton, se pone por caso, y por momentos pareces no tener duda alguna al respecto: el jazz debe de haber sido la música más elegante del pasado siglo. Durante muchas décadas considerada simple música de baile, por otra lado como buena parte de la música negra en general, basta este sencillo ejercicio arqueológico de pinchar en este siglo XXI vinilos de hace casi 100 años (¿?) para rendirse incondicionalmente ante ese perfecto tratado de talento y elegancia que aquellos sofisticados pioneros –probablemente salidos de los peores antros– regalaban alegremente sin aparente preocupación estética. Todo parecía bien sencillo. Sin tediosos preámbulos podríamos abreviar bruscamente afirmando que el arte musical negro de aquellas primeras décadas del siglo XX consistió en trabajar duro, muy duro –y a muchos músicos les fue la vida en ello– básicamente sobre el ritmo de un tambor, eso era el punto de partida, intentando después con su inspiración superar la rigidez rítmica de ese proceso primitivo. Proceso tan simple como fascinante: nada más y nada menos que una de las semillas evolutivas de la música popular occidental del pasado siglo, probablemente para un servidor el que mejor interpretó ese proceso fue el gran Duke Ellington (1899-1974).

Mostruoso “bandleader”, pianista y compositor desde que se lanzara al estrellato del género en sus años del Cotton Club de Harlem, finales de los años 20, de paso se podría aprovechar el viaje para recomendar grabaciones pertenecientes a sus cuatro o cinco grandes épocas. La mentada de su iniciático “jungle style” que creara en el Cotton Club; la de los años 40 cuando su orquesta compite popularmente con la de la gran estrella blanca del momento, la de Benny Goodman; lógicamente su época de madurez de los 50 con la llegada del sonido Hi-Fi en los sellos Warner y Columbia y sus celebrados encuentros junto a Amstrong, Coltrane o Mingus, y por último sus últimas y aún excelentes grabaciones para el sello Pablo. Cualquier buena antología de esos sellos les colmará, no se corten, antes al contrario, háganse un favor. Recorrida su trayectoria por esa autopista de obras maestras que hicieron de su trayectoria un monumento de la cultura norteamericana del siglo XX, los aficionados de lo vano y casquivano pueden solazarse con obras menores como este su inusual LP de 1957, A drum is a woman.

Disco habitualmente olvidado en las enciclopedias, de seductora portada encuadrable en la estética “lounge” de la época, ni por asomo renuncia a ninguna de las excelencias de su autor. No sólo eso, encajaría además como anillo al dedo en lo dicho inicialmente, porque el disco recorre los orígenes rítmicos del jazz moderno en sus grandes focos geográficos: África, Caribe y Nueva Orleans: “tsunamis” de percusión, pues, y que acaba de ser reeditado con todos los honores (y unos cuantos “bonus”) por el sello Jazz Originals. Rodeado del equipo habitual de la época, Johnny Hodges, Paul Gonsalves, Clark Ferry, Jimmy Woods…, para tan especial ocasión el Duke se hizo acompañar por dos de los más reputados percusionistas del momento, Cándido y Terry Snyder, para que trenzaran las bases de la orgía percusiva. La presencia de la voz del propio Ellington  como hilo conductor y el concurso de la soprano Margaret Tayner añadían al disco un novedoso concepto de musical barroco que hoy invita a imaginarlo sobre un escenario. Efectivamente, un musical, de la nada aquel gigante se había sacado otro descubrimiento de su chistera, ahí quedaba su visionaria intuición creando nuevos paisajes de esos que más tarde acaban siendo colapsadas autopistas atravesadas por infinidad de creadores gustosos de circular por vías seguras. El Duke es aún hoy el mejor cronista de aquella desbordante sensibilidad. De nuevo se termina algo bruscamente: si el disco se cierra con el recorrido por la atractiva –y hoy tristemente devastada– Nueva Orleans, sepan que desde esta ciudad a sus hogares los gastos corren por su cuenta.

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