Operación Rescate: «Sketches for my sweet heart the drunk», de Jeff Buckley

Autor:

Operación Rescate:Jeff Buckley

Jeff Buckley
Sketches for my sweet heart the drunk

SONY, 2006

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Tras el éxito cosechado por el maravilloso Grace, uno de los mejores discos editados en la década de los 90, Jeff Buckley se encontraba trabajando en su segundo larga duración. El álbum iba a titularse My sweet heart, the drunk y las sesiones de grabación estaban prácticamente concluidas, pero el fallecimiento del músico imposibilitó que efectuara los toques finales o que le diera una última vuelta de tuerca al que iba a ser su nuevo trabajo. Tom Verlaine, productor de las sesiones de grabación, advirtío a Jeff una vez finalizadas éstas que lo que habían grabado era un disco completo, al margen de lo que el músico decidiera hacer con las cintas. Por lo visto, Buckley no había quedado especialmente contento con los temas registrados, quizá deseaba volver a grabar el disco de nuevo o componer más temas e incluirlos en detrimento de otros. En cualquiera caso, serían esas grabaciones las que conformarían el definitivo Sketches for my sweet heart the drunk, disco póstumo que, por suerte, vio la luz.

No caigamos en engaños, el título hace referencia a esbozos pero el sonido es plenamente homogéneo y la sensación tras degustarlo es la de haber escuchado un elepé completo, perfectamente estructurado y emocionante, muy emocionante. Es posible que Buckley se estuviera exigiendo demasiado a sí mismo, pues había grabado una nueva obra maestra y todo parece indicar que no se había dado cuenta de ello. En el fondo, Buckley hijo era una persona tímida y frágil, que no conocía el significado de la palabra prepotencia aunque sí el de exigencia.

Las impresiones de Verlaine eran totalmente correctas, Buckley había grabado un disco, un disco excepcional y muy distinto a Grace, mucho más vital, más alegre y muchísimo menos decadente. Es cierto que no gozaba del carácter épico de su obra de debut, pero si atendemos a las composiciones e interpretaciones, el nivel es parejo. No obstante, el mayor cambio tiene que ver con las nuevas sonoridades en las que el autor se empezaba a mover, sonando defintivamente más pop y más limpio, incluso acercándose al soul en temas como «Everybody here wants you».

Buckley no entendía de estilos, simplemente diferenciaba entre buena y mala música, sus influencias se movían entre MC5 y Edith Piaff, y su arte se impregnó de ese espíritu libre que recaló en canciones diversas filtradas por el alma y sentimiento de un artista irrepetible. Con argumentos como la delicada «Opened once», ¿quién es capaz de rebatirle nada? En general, se trata de un trabajo rítmicamente variado y extremadamente intenso, un viaje introspectivo a través de cantos crepusculares («The sky is a landfill», «Morning theft»), sonidos alternativos que le eran contemporáneos («Yard of blonde girls», «Vancouver») e incluso tradicionales puestos al día («Witches rave»). Dentro de la variedad, las canciones encajan y empastan entre sí con una facilidad pasmosa, creando un clímax perfecto.

Como complemento, Sketches for my sweet heart the drunk se editó acompañado por un segundo compacto lleno de demos inéditas, destacables pero de menor calidad auditiva. Un interesante postre, aunque el plato principal era el primero, un disco a redescubrir, el último regalo de un genio.

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