Family, el soplo y un eco de tres décadas

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«La inesperada aparición de Family se hizo presente de forma autónoma en una escena local absolutamente a desmano»

 

A raíz de la de nueva edición de Un soplo en el corazón, el gran disco de Family, Vicente Fabuel repasa los orígenes del dúo donostiarra como banda, sus primeros pasos, el homenaje de la escena indie a su obra y la imborrable huella del álbum por el que siempre serán recordados.

 

Texto: VICENTE FABUEL.
Foto principal: ELEFANT RECORDS.

 

Treinta años tras la feliz aparición de su debut y despedida, Un soplo en el corazón, originalmente publicado por Elefant a finales de 1993, se reedita una vez más esta portentosa grabación de Family que, previamente, había contado ya con seis ediciones diferentes, dos de ellas en exclusivas tiradas numeradas. Y obligado es añadir a su currículo el cedé de tributo que el dúo recibió uniendo fuerzas discos Elefant y la revista Rockdelux, Un soplo en el corazón. Homenaje a Family (2003), y que con alguna modificación se reeditaría en 2015. Y por último, al menos por ahora, cerrar el inventario con el rescate de la maqueta original cuando Javier Aramburu e Iñaki Gametxogoikoetxea se hacían llamar El Joven Lagarto: la casete de cuatro pistas de 1991 que realmente lo inició todo y que ahora mismo luce sobre un hermoso vinilo llamado Casete (2015). ¿Alguien da más tratándose de un oscuro combo indie sin apenas rostro y de tan exigua discografía?

 

Coordenadas de una identidad

Tras su novedosa aparición y aporte, el dúo bien pudo necesitar un buen prospecto aclaratorio explicando sus externas características formales. Ni se dio, ni se tardó apenas nada en buscarles supuesta raíz e influencia foránea: ¿New Order?… Podrían optar, pero a los ingleses les faltaba la espiritualidad de su previa formación pospunk. ¿Pet Shop Boys?… Bueno, qué quieres que te diga, pero Family no apuntaba precisamente a la pista de baile. ¿La guitarra de Johnny Marr con los Smiths?… Sí, tal vez, y aunque ayer todos estos argumentos pudieron ser un punto de inflexión, a día de hoy, y tras el singular vuelo alcanzado por los donostiarras, todos estos presuntos ascendientes resultan meramente anecdóticos.

Al respecto de influencias y fijaciones, el periodista Ricardo Aldarondo, antiguo compañero de Aramburu en su primer grupo, La Insidia, apuntaba en aquellos días que el título escogido para el álbum, Un soplo al corazón (nombre sugerido por el film francés de Louis Malle, Le souffle au coeur, 1971), curiosamente le recordaba a otra enfermedad cardíaca. Exactamente a la taquicardia, sí, tal cual el mismísimo álbum de las reverenciadas Vainica Doble, creadoras de la inmensa “Sígueme” que, recreada a la altura del mismísimo original (a salvo de esos privativos suspiros vainiqueños, of course), siempre formó parte del repertorio del dúo: disfrutable solo en la maqueta, pero finalmente excluida de Un soplo en el corazón. En origen, una canción de amour fou, cuando no mágico, servida por voces llanas con sabor a tierra y que bien pudo ser el real y creativo kilómetro cero de los donostiarras. Y aunque bienvenidas sean siempre las buenas compañías, lo cierto es que con la inesperada aparición de Family, un extraño tono egregio se hizo presente de forma autónoma, y a través de un par de orillados músicos vascos, en una escena local (mayormente basada en el rock radical) absolutamente a desmano. Y a pesar de su exclusividad, tan de dentro, Un soplo en el corazón, un trabajo desnudo y sentimentalmente impúdico, no tardó en hacerse presente con insólita autoridad. Pero los primeros pasos artísticos del dúo se habían dado antes. Y se dieron sobre maquetas.

 

«Todo un majestuoso cancionero que debía asustar al más atrevido y que fue defendido con colmillos por voces de su misma escena y generación que acabaron sintiéndolo como propio»

 

Los orígenes, las maquetas y un disco

El mencionado e inicial trío La Insidia presentó la primera. Una formación carente aún de conexión con la posterior evolución, a salvo quizá del tema “El aprendiz” (1988) que, aunque sugerente, se trata de un dubitativo acercamiento hacia modelos posteriores. El siguiente paso como El Gran Lagarto (1989-1990) ya sentaría bases fijas de la línea que Javier e Iñaki emprenderían felizmente. Dos maquetas publicadas: una de ellas producida por el donostiarra Javier Pez, la segunda íntegramente facturada ya por el dúo y conocida como maqueta plateada o maqueta azul, y la que —merced a su actual recuperación vinílica— acabará haciendo historia mayor. Con sutiles diferencias técnicas, sin duda, aunque emocionalmente muy parejas, y ambas repletas de ardites propios a considerar según cada oído.

Juego de más calado sería analizar el trasvase cuando esas semillas mutan a disco grande, a ese único disco oficial que hoy nos reúne. Por ejemplo, comprobar que si la maqueta lucía básicamente electrónica, la grabación oficial, además, se beneficia en todo el disco del empuje rítmico de las guitarras, una práctica que acabaría siendo santo y seña del dúo. Igualmente reseñable es cómo va creciendo el papel preponderante de las líneas de bajo a cargo de Iñaki, entre otras canciones, algo muy notorio en “Nadadora”, por ejemplo. Otra diferencia de calado aparece en piezas mayores como “Dame estrellas o limones” o “Yo te perdí una tarde de abril”, sin duda necesitadas de ese punch barroco que sí exhibían las definitivas versiones publicadas. Carencias que en momentos cumbre de la obra, como las deslumbrantes “Viaje a los sueños polares” o “El bello verano”, no llegarían a mostrar al no figurar en la maqueta por ser de creación posterior. No obstante, cada soporte exhibe sus poderes, y tanto el vainiqueño “Sígueme” como el inédito “Sentimental”, una curiosa reflexión acerca de cómo generacionalmente nos relacionamos con la música, solo aparecen en la maqueta. Pocas dudas si me das a elegir; me quedo con ambas.

 

Bendito maremágnum, toda esa feliz confluencia de versiones, maquetas y más versiones, que alcanzaría techo cuando la flor y nata de la escena indie local acabó rindiéndose ante la belleza y pluralidad de significados del inagotable Un soplo en el corazón. Y ya que era, pues, la tarta más golosa entonces posible, nadie con buen gusto decidió perdonar su merecida porción. A por ella: Homenaje a Family: Un soplo en el corazón (2003). A priori, un empeño bien arriesgado tener que medirse frente a un consolidado tótem, tras una década de recorrido y acumulado prestigio. Y aún mejor, urdido por los responsables de tantear los intérpretes. Una ajustada combinación de novatos (Ana D, Ama, Niza, Astrud, Corazón…) y más o menos consolidados (La Buena Vida, Parade, La Casa Azul, Planetas, Chucho…) y con la significativa guinda de Fangoria: emblema colectivo del momento; un claro referente histórico, siempre con el influjo presente de Carlos Berlanga y, además, propietarios del estudio de grabación Vulcano que Family usaría —desde su primer single, “El signo de la cruz” (1992), precisamente junto a Fangoria— en toda su corta trayectoria.

Poco asiduo a estas componendas de los discos de tributo, entonces una pesadita fiebre planetaria, el feliz resultado de esta grabación me pareció muy por encima de las expectativas. Si el repertorio era excepcional, la lectura del mismo llevada a cabo no solo fue respetuosa, sino que, con varios de los partícipes, incluso claramente personal: Ana D, Planetas, Parade, Niza, Corazón o Fernando Alfaro (Chucho) permitiéndose el lujo de alterar el texto de su canción elegida, “En el rascacielos”, intercalando una cita personal al propio Aramburu. Casual o no, este tipo de conexión en una buena versión suele darse cuando al agradecimiento se le une el talento. Todo un majestuoso cancionero que debía asustar al más atrevido y que fue defendido con colmillos por voces de su misma escena y generación, que acabaron sintiéndolo como propio. Y, tras una década desde su publicación, prueba palpable del estatus generacional que la obra tótem, Un soplo en el corazón, continúa atesorando, reeditado en 2014 con algunos obligados cambios probablemente por motivos contractuales.

Por cierto, una más: toda una anomalía discográfica, ya que los discos de homenaje para nada suelen reeditarse. Y es que la odisea editorial y la impronta de Family se justifica por el hecho de que cada septenio/octenio, algo mediático y de calado, ha sucedido con ellos y con su obra. El peso y, sobre todo, el eco de su obra. Y finalmente, ajeno a todo tipo de declaraciones y apariciones públicas, y estricto dueño de su privacidad, hoy, por derecho y por vigencia, Aramburu continúa hablando por todos y cada uno de estos surcos comentados, y por una creciente y paladeable obra gráfica y pictórica que, afortunadamente, no parece tener fin a la vista. Celebrémoslo, pues.

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