“El juego del ahorcado”, de Inma Turbau

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LIBROS

“Su retrato de la adolescencia, todavía cerca de la infancia pero con actitudes adultas, es sencillamente magistral”

 

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Imma Turbau
“El juego del ahorcado”
NAVONA EDITORIAL, 2018


Texto: CÉSAR PRIETO.

A los libros, a los discos y a los vinos hay que darle segundas oportunidades. Es posible que lo que en un momento determinado no haya sabido acompañar nuestra sensibilidad, o no haya tenido éxito, revele nuevos sabores al enfrentarse a ello. Imma Turbau, gerundense y asesora cultural, tiene también dos novelas, una reciente —“El rostro del tiempo”— y otra publicada en 2005 por Mondadori, “El juego del ahorcado”. El empeño del editor Pere Sureda ha hecho que vuelva a la luz una historia de amor perfectamente encadenada, escrita con un pulso certero y con una tensión que hace que cada palabra vibre y tiemble.

David y Sandra se conocen desde niños en un barrio que se balancea entre clase media alta y baja en lo que puede ser cualquier ciudad española. En la adolescencia su amor es intenso y loco. Diez años después, cuando Sandra ya le recuerda como el perfume intenso del primer amor, David aparece ahorcado. Es el primer párrafo de la novela.

Es muy difícil contar una historia de amor, algo tan inefable no puede tener traducción verbal como sentimiento, así que lo único que puede hacer el narrador es recrearlos en el lector con simbologías y metáforas, a poder ser que no sean directas, que el detalle de una escena sea el que haga temblar al receptor. E Imma Turbau lo consiguió de manera magistral cuando no tenía aún ni treinta años. Su retrato de la adolescencia, aún cerca de la infancia pero con actitudes adultas, es sencillamente magistral.

Como las mejores narradoras norteamericanas, a lo Alice Munro o Flannery O’Connor, la novela tiene una agresividad latente, esconde un malestar que va horadando la relación, pero no se observa. Los pequeños incisos ofrecen verosimilitud, y a la vez quitan dramatismo a las escenas; pero bajo esas frases cortas, apenas sin sentimiento, tan neutras, bajo esas palabras sin alma, se despeñan abismos de sentimientos.

Como hemos advertido, se trata de una impactante historia de amor, de las que no se olvidan; flores bellas que se pudren. “Eramos invencibles, puros y fuertes”, dice la narradora diez años después. A lo largo de las 261 páginas hay una única acción, pero es algo más que una novela corta. Las últimas escenas son desgarradoras, la breve y final conversación entre Sandra y David, impactante. Y todo ello nos habla de cómo hacernos fuertes ante la vida. Sandra parece que supo; David, no.

Anterior crítica de libros: “Mañanas negras como el carbón”, de Brett Anderson.

 

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