El hermano perdido de Lou Reed y Bruce Springsteen

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COMBUSTIONES

«Entre los surcos perdidos y encontrados, y en los cegadores destellos de las maquetas remozadas, se adivina a uno de los elegidos»

Julio Valdeón está entusiasmado con la caja que reúne la obra de Peter Laughter, componente de Pere Ubu muerto a los 24 años y que dejó una obra inédita entre Lou Reed, Dylan o Jonathan Richman.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Atiendan. Ni Woodstock ni leches. La caja del verano, la mierda buena, pura, rica, obscena, gotea de los cinco discos que integran Peter Laughner. La box set quíntuple ha sido publicada por el sello Smog Veil Records. Recoge, meticulosamente restaurados (¡hasta donde resulta posible!), no menos de cincuenta canciones inolvidables a cargo de Peter Laughner. Un músico esencial en la escena underground de los años setenta, especialmente en Cleveland. Miembro de los Rocket From the Tombs y de la primera formación de Pere Ubu. Un tipo culto, intenso, que simultanéa el oficio a las seis cuerdas con la escritura en Creem, el fanzine pionero, y que nunca entró en el estudio para grabar en solitario. Por lo recuperado, en un trabajo detectivesco que ha durado una década, vemos pronto que el Laughner más íntimo abandonó los pastos del avant-garde. Menos ruido y más huella de los cantautores urbanos, eléctricos, con un pie en Highway 61 y otro en la irisada poesía adolescente y el eco del rythm and blues y el pop negroide de dioses como Doc Pomus, Gerry Goffin y Carole King.

Perdidos en cajones, archivos, garajes, sobrevivían trallazos de su incipiente genio, grabaciones low-fi y deliciosas maquetas que lo emparentan con Johnny Thunders y Jonathan Richman. Auténticas gemas como “Baudelaire”, “Amphetamine” o “Silvia Plath”. Ensoñaciones del asfalto, poemas nocturnos, que sintonizan el blues de los pioneros y demuestran que el joven campeón del punk rock más lírico poseía un conocimiento del canon que iba bastante más allá de sus amados Television. Basta con escuchar su interpretación de “Pledging my time”, que desempolva la filiación blues del clásico dylanita hasta que luce con potencia asesina, para entender que entre sus evidentes talentos destacaba, rara y preciosa, la capacidad para mostrar ángulos poco evidentes en las canciones ajenas. 

Piensen en un discípulo/compañero de Lou Reed menos misántropo, en el Bob Dylan anfetamínico, en el Bruce Springsteen de las revisiones acústicas, circa 1974, de Incident on 57th street, en el Van Morrison de His Band and the Street Choir y en el Willie DeVille que arrulla a Jack Nitzsche en la habitación de un motel al ritmo de Carmelita, de Warren Zevon, y The way we make a broken heart, de John Hiatt. Todos estos nombres, en mayor o menor medida, ocupan su espacio en la torre de la canción. No así Laughner, fallecido a los 24 años de una pancreatitis aguda a consecuencia del consumo inmoderado de alcohol. Muerto de su propia mano para mejor honrar «el fin de la era de la más intensa adoración del nihilismo y la fascinación por la muerte en todas sus formas vendibles». Esto último lo escribió Lester Bangs, que fue su amigo, su por tantas razones alma gemela, en su obituario. Tiempos oscuros, de chavales talentosos que palmaban con la violencia absurda de sus veinte años y dejaban a cambio un puñado de grabaciones ardientes, en contraposición a los nuestros, infinitamente más sensatos, pero también menos interesantes en lo que se refiere al rock and roll, afluentes y derivados.

Ya hubo un recopilatorio, Take the guitar player for a ride, publicado en 1993 y hoy descatalogado… aunque pueden encontrarlo en Youtube. Escúchenlo y, si disponen de los recursos necesarios, busquen la box set. Entre románticos aguijonazos propios y estimulantes revisiones de material ajeno asoma un artista semisecreto, sensible, roto, elegante, lírico y con el punto justo de abrasiones en la escritura. Entre lo que dejó había material de primera para armar, al menos, un par de discos formidables. Quién sabe si el talento que asoma arrollador estaba llamado a arder gloriosamente, como las médulas del otro, antes de consolidarles. No hubo tiempo para una carrera en condiciones. Especular con los tesoros que anunciaba pertenece al dudoso y literario terreno de los contrafácticos. Pero entre los surcos perdidos y encontrados, y en los cegadores destellos de las maquetas remozadas, se adivina a uno de los elegidos.

Anterior entrega de Comnustiones: Viva México, cabrones.

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