“Dentro del laberinto” (1986), de Jim Henson

Autor:

EL CINE QUE HAY QUE VER


“Es en la propia creación material y representación de ese mundo donde está gran parte de la magia y encanto del filme”

 

Elisa Hernández vuelve la mirada a “Dentro del laberinto”, la última película de Jim Henson y una de las memorables intervenciones de David Bowie. Un fracaso en taquilla que con el tiempo se ha convertido en título de culto.

 

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“Dentro del laberinto”
Jim Henson, 1986

 

Texto: ELISA HERNÁNDEZ.

 

“Dentro del laberinto” es la última película que dirigió Jim Henson (creador, entre otras muchas cosas, de los Teleñecos) antes de fallecer en 1990. Esto quiere decir que nunca vio cómo aquel estrepitoso fracaso de taquilla se convertía en uno de los mayores filmes de culto de los años 80, especialmente para todos aquellos que la consideramos como una parte fundamental de nuestro crecimiento y formación como espectadores.

 

 

Como cualquier cuento de hadas, “Dentro del laberinto” es un viaje iniciático, una alegoría del paso a la edad adulta de la joven Sarah (Jennifer Connelly), que tiene un plazo de trece horas para llegar hasta el castillo que está en el centro del laberinto, más allá de la ciudad de los goblins, y rescatar a su hermano Toby, que ha sido secuestrado por el perversamente atractivo Jareth (interpretado por el siempre brillante y ambiguo David Bowie) solo porque ella lo ha pedido. Así, el filme utiliza el laberinto en todas sus formas posibles como principal esquema narrativo y formal, una noción literaria asociada casi desde siempre no a la necesidad de llegar al otro lado sino a la importancia de lo aprendido en el viaje. Y con ello nos cuenta el momento en que Sarah se ve finalmente obligada a afrontar las consecuencias y asumir la responsabilidad de sus acciones y decisiones, su transición de la niñez a la madurez (también sexual, como se ve en la extraña relación de fascinación y amor-odio que mantiene con Jareth).

Todo sucede dentro de un mundo de fantasía creado con la imaginación de la propia joven como base, lleno de personajes, escenarios y situaciones desarrollados hiperbólicamente a partir de los objetos, libros, peluches y juguetes que hay en la su infantilizada habitación. De un modo casi quijotesco, “El mago de Oz”, “Alicia en el País de las Maravillas” y “Donde viven los monstruos” (presentes todos ellos en dicha estancia) se presentan como los modelos narrativos de la historia contada, la inmersión de un protagonista inmaduro en un universo estrambótico y mágico que tanto podría ser real como estar dentro de su cabeza.

 

 

 

Pero en realidad no importa si existe o no, sino que es en la propia creación material y representación de ese mundo donde está gran parte de la magia y encanto de “Dentro del laberinto”, y es esa extravagancia la que conforma el hechizo que sigue teniendo sobre los que la ven una y otra vez. Rara vez tanto talento creativo alejado de la normatividad se combinó tan magistralmente en un único proyecto, desde el guion, originalmente de Terry Jones (Monthy Python) y reformado por Jim Henson y George Lucas, hasta las creaciones musicales del propio David Bowie, pasando por las ilustraciones de Brian Froud y la colaboración de Frank Oz. El resultado es inigualable y ha de verse (una y mil veces) con mucha atención para poder percibir el mimo y cuidado hasta el mínimo detalle que hay en los decorados, las marionetas, los movimientos, las canciones, que trasladan y transmiten a la perfección la enorme ilusión detrás de un proyecto que sólo se ha hecho más y más grande en los treinta años que han pasado desde su estreno.

Y, si bien es cierto que la nostalgia está más en los ojos del que mira que en el objeto observado, también lo es que hay pocas películas capaces de concentrar tanta fantasía, emoción e imaginación como esta.

 

 

Anterior entrega de El cine que hay que ver: “Rashômon”, de Akira Kurosawa.

 

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