Coque Malla en Madrid: elegante, furioso y bailable

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«Anoche, mientras volvía a pisar el escenario del WiZink, le contemplaban 5.600 personas, casi el tripe que hace tres años»

 

La gira ¿Revolución? de Coque Malla aterrizó este sábado en el WiZink Center de Madrid, donde el músico disparó su mejor arsenal de canciones con un show potente. Allí estuvo Arancha Moreno, autora del libro Coque Malla. Sueños, gigantes y astronautas. 

Coque Malla
WiZink Center, Madrid
15 de febrero de 2020

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

Tres navidades atrás, en 2016, Coque Malla llevó al WiZink Center la gira de su penúltimo disco de estudio, El último hombre en la Tierra. Fue la misma quincena que lo hicieron varios compañeros de profesión: Quique González, M Clan, Iván Ferreiro y Leiva. Los dos últimos eran fans confesos de Los Ronaldos antes de ser músicos; ninguno de los cuatro tiene una carrera tan larga como la de Coque. Sin embargo, aquellas navidades Malla tuvo el aforo más reducido de todos ellos: tocó para 2.000 personas. A pesar del camino. A pesar de su maestría escénica. A pesar de presentar el mejor disco posible. A veces, el talento no es suficiente.

Pero cuando la vida nos zarandea solo se caen los más débiles. Coque, no. Por difícil que sea tener que demostrar que uno ha nacido para esto una y otra vez. Por frustrante que resulte sacar discos bellísimos y obtener un eco reducido. Cuando uno cree en sí mismo, y se empeña en seguir haciéndolo, el tiempo acaba dándole la razón. O debería. Y a Coque le está ocurriendo. Porque anoche, mientras volvía a tocar en el WiZink, le contemplaban 5.600 personas, casi el tripe que hace tres años. Entre una cita y otra han pasado muchas cosas: decenas de conciertos, un Irrepetible disco en directo y un nuevo trabajo que le ha devuelto a la carretera, ¿Revolución? Ahora hay miles de oídos más sumados a la causa; convencidos concierto a concierto, canción a canción. El público más gratificante para un artista, y el más difícil, no es el que llega rápido en masa, sino el que se queda. Y ese es el que está acompañando a Malla en los últimos años.

Una sigue leyendo estupideces en las redes, como limitarse a comentar “Adiós papá” cuando se habla del Coque Malla compositor, porque la gente sigue paseando su ignorancia sin ningún pudor. Absurdeces que solo puede escupir alguien que no ha escuchado al Malla de la última década, un artista que —precisamente— hace un «rock adulto» del que pocos pueden hacer gala. El rock and roll es un género peligroso a partir de los treinta: si no sabes ir más allá, te quedas anclado en el tópico juvenil para siempre. Malla lo aprendió hace muchos años; es un artista río, no un artista estanque. Anoche quedó claro durante más de dos horas en las que desplegó toda su artillería, acompañado por su sólida banda base (Toni Brunet a la guitarra, David Lads al teclado, Gabriel Marijúan a la batería y Héctor Rojo al bajo) y una jugosa sección de vientos capitaneada por su hermano Miguel Malla (junto a Daniel Rouleau —saxos y flauta, Evgeni Riechkalov —trompeta— y Roberto Lorenzo —trombón—). Coque nunca apuesta a medias tintas; si va, va con todo.

«El público más gratificante para un artista, y el más difícil, no es el que llega rápido en masa, sino el que se queda»

El eje de lo que vivimos anoche fue, cómo no, su reciente ¿Revolución? Disparó los cinco primeros temas de su nuevo disco con un único intruso del álbum anterior: “Escúchame”, que sonó el tercero. La homónima “¿Revolución?” se encargó de introducirnos en harina; “Solo queda música” nos hizo bailar y pensar en los sesenta. Pero cuando llegó “Un lazo rojo, un agujero”, todo hizo ¡boom!, como en la canción. Bien empezada y por sorpresa, apareció Kase O. sobre el escenario para impulsar ese rompepistas setentero tan Motown y marcarse un rap vis a vis, revolucionando la sala en el momento más álgido de la noche. Escuchando aquello, ¿quién dijo que el rap no puede ser elegante? Anoche lo fue, y en pleno éxtasis, Malla se subió a lo que parecía un altavoz para desplegar un número de baile que habría enorgullecido al difunto Michael Jackson. Qué envidiable sentido del ritmo. Qué gozosos los vientos invitándonos al baile. Difícil saber si disfrutaron más de los de abajo o los de arriba.

Pero no hemos venido a estas líneas a brindar solo por los grandes momentos; también a decir que, a veces, después de un pico viene un valle. Y justo ahí, con el concierto tan arriba, el inicio de “América” nos resultó demasiado tibio, un choque frontal. ¿Una gran canción? Lo es, pero quizá solaparla a la anterior nos enfrió un poco, aunque a medida que avanza se vuelve esplendorosa y grande. Después llegó “Extraterrestre”, se fueron los vientos, Coque abandonó la guitarra y nos dejamos mecer por su vaivén.

Madrid es la ciudad más divertida del mundo para Coque Malla, un guiño chovinista a su tierra antes de encarar ese vals tan delicioso y arrullador que es “Berlín”. “La carta” llegó para romper la calma, como un conjuro de ultratumba que nos deja siempre inquietos. «Qué intenso eres, Coque», se burla el cantante de sí mismo. «Mi madre sí que era intensa. No habéis conocido la intensidad emocional si no habéis conocido a Amparo Valle». Pide un rugido para ella, y realiza una confesión: «No he podido volver a cantar la canción de la misma forma desde que la cantó ella».

Con “El último hombre en la tierra” vuelve la magia del carrusel que provocan los vientos, en contraste con la oscura “Todo el mundo arde”, donde Malla se convierte en un hechicero invocando a las tinieblas bajo una luz rojiza. Un largo final instrumental es la previa al siempre emocionante “Me dejó marchar”. Al mencionar a Iván Ferreiro, con quien la cantó a dúo en Irrepetible, se escuchan algunos grititos entre el público, pero la sorpresa de la noche es otra: invita a Jaime Urrutia a cantar con él “La sangre de tu tristeza”, de los míticos Gabinete Caligari. Y aparece Urrutia, trajeado y solemne, enfrentándose al gran público con la seguridad de antaño, encargándose de liderar toda la canción con firmeza, recordándonos quién fue. Durante toda la gira han versionado este tema, pero es la primera vez que cuentan en el escenario con su autor. Y, cuando se va, Coque no olvida su guion habitual: desmitificar el sonido de los ochenta. Sí, Urrutia y él estuvieron allí, ellos hicieron grandes canciones, pero no fue todo tan bonito como alguna gente se empeña en contar. Pero la nostalgia, ya se sabe, siempre fue un poco mentirosa.

«Un show desplegado con toda la artillería, acompañado por su sólida banda base y una jugosa sección de vientos»

El bloque siguiente, más calmado y acústico, lo comprenden “El gran viaje a ninguna parte”, “Un ángel caído”, “Una moneda” y “Hace tiempo”, cuyo bello final a capela nos llega difuso por culpa del ruido que hace el gentío. Tras él se hace la oscuridad y Coque se acerca al borde del escenario —ese altísimo escenario que accidentó a Joaquín Sabina el pasado martes— para rasgar con furia la Cigarbox que fabrica su teclista, rugiendo con fiereza en el bloque ronaldo formado por “Quiero que estemos pegados”, “Guárdalo” y “Por las noches”. Viejos buenos tiempos para los hermanos Malla, que seguramente nunca llegaron a imaginarse tocándolas de nuevo, juntos, en 2020. Qué suerte que sus vidas profesionales hayan crecido tanto y aún, por las noches, sigan haciendo lo de siempre.

La grandeza de “La señal” nos devuelve a la gloria del presente, aunque un grupo de imprudentes en el lateral izquierdo del recinto se atrevan a canturrear “No puedo vivir sin ti” cuando no toca. Desubicados ha habido siempre. El escenario se queda en silencio; la sala grita. Aún queda algo más. Los músicos regresan para encarar “El árbol”, donde Coque advierte que resistirá «mil años» porque, como cantaba el Dúo Dinámico, es «como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie». Remata con dos grandes canciones: “Hasta el final”, que incide en esa capacidad de levantarse tras la caída, y “No puedo vivir sin ti”, imprescindible cierre de fiesta. En este último bloque le ha acompañado a la guitarra su telonero, Fon Román, que antes desplegó sus atmosféricas canciones en formato trío. Lástima que, teniendo al coautor de la canción tan cerca, no se hayan marcado juntos la enorme versión de “El equilibrio es imposible” que Malla incluía en la gira anterior. Dadas las circunstancias, esta noche hubiera merecido la pena saltarse el guion. En el tintero ha quedado también “Polvo cósmico”, la gran olvidada y, precisamente, una de las canciones de las que Coque estaba más seguro cuando preparaba el disco. En la grabación contaba con el recitado de Urrutia; hubiera sido la noche perfecta para cantarla juntos. Pero Coque, que no da puntada sin hilo, tendrá sus motivos.

«Hemos vuelto a ver al maestro Malla en una de sus mejores noches: perfecto en la voz y en la ejecución, contagiándonos de ritmo y belleza a partes iguales»

Salgo del WiZink convencida de que hemos vuelto a ver al maestro Malla en una de sus mejores noches: perfecto en la voz y en la ejecución, contagiándonos de ritmo y belleza a partes iguales. Desprendiendo elegancia, derrochando furia, contagiándonos de baile. Pero sí me voy con la sensación de que este ha sido un recinto demasiado grande para la dinámica del show, que funcionó perfectamente en el teatro Arriaga de Bilbao, pero que, con casi seis mil personas de pie, en algún momento resulta algo frío o denso cuando bajan las revoluciones. ¿Pedía un recinto tan grande un ligero cambio de estrategia en el repertorio? Tal vez, aunque pocas veces he visto a alguien tan sólido como Coque en la dinámica y la puesta en escena del show. El público masivo en una sala grande a veces necesita un giro de timón, pero anoche grabaron el concierto en vídeo y sospecho que, si en el futuro vemos el concierto en deuvedé, disfrutaremos de lo lindo viéndolo desde el sofá de casa. Si algo falló, Coque lo resolverá en las próximas giras. Y ojalá que, dentro de otros tres años, haya crecido tanto su público como lo está haciendo él.

 

Repertorio:

¿Revolución?
Solo queda música
Escúchame
Un lazo rojo, un agujero
América
Extraterrestre
Berlín
La carta

El último hombre en la tierra
Todo el mundo arde
Me dejó marchar
La sangre de tu tristeza (con Jaime Urrutia)
El gran viaje a ninguna parte
Un ángel caído
Una moneda
Hace tiempo

Quiero que estemos pegados
Gúardalo
Por las noches
La señal

Él árbol (con Fon Román)
Hasta el final (con Fon Román)
No puedo vivir sin ti (con Fon Román)

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