Coque Malla: Una fiera en el Arriaga

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«Despliega el ímpetu de una adicción incontrolable: salir, enchufar la guitarra y engatusar al público con su manejo del show»

 

De nuevo en la carretera con ¿Revolución?, su último disco, Coque Malla recaló este miércoles en el Teatro Arriaga de Bilbao. En el segundo concierto de su nueva gira estuvo Arancha Moreno.

 

Coque Malla
Teatro Arriaga, Bilbao
13 de noviembre de 2019

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

Un año de encierro, para un animal de escenario como Coque Malla, llega a hacerse eterno. Tanto, que Coque asegura -bromeando- que ha envejecido diez años. Por eso salta a las tablas del majestuoso Teatro Arriaga de Bilbao dispuesto a recuperar el tiempo perdido, a rejuvenecer a través de la música. Nos engaña solo un par de minutos, mientras transcurre la aparente calma chicha que da inicio a “¿Revolución?”, y después da rienda suelta a la energía estancada. Despliega el ímpetu de una adicción incontrolable a la que lleva enganchado más de treinta años, y que Antonio Vega describió con sencillez en un par de versos: “Salir, tocar, para verte sonreír” (“Lo que tú y yo sabemos”).

Malla sale con una vistosa camisa de flecos, empuñando su guitarra y dispuesto a engatusar al público, una vez más, con su impecable manejo del show. Al César lo que es del César: su ritmo escénico es envidiable. Cuesta creerle cuando entre bambalinas admite que ha salido nervioso; que todavía no se sabe al dedillo el guion porque es solo el segundo directo de la gira. En directo solo exhibe seguridad. Tira de oficio y de tablas y consigue manipularnos: sentimos que tiene absolutamente todo bajo control. Es un eficaz ilusionista que ha preparado un espectáculo del que es imposible escapar: ocho canciones del presente y casi el doble del pasado.

Confiesa que está ilusionado con tocar en el Arriaga por primera vez, aludiendo a esa nostalgia por lo no vivido, por las veces que ha paseado cerca de este edificio imaginándose cómo sería tocar en pleno casco histórico de Bilbao, ante un aforo de más de mil butacas. Hoy le observa un animado patio de butacas y tres pisos de gente en las alturas, además de unos cuantos ángeles que bordean el escenario y que, en los momentos de juego de luces, parecen siluetas humanas mirándole. Son los más veteranos del lugar, aunque gran parte del respetable también peina canas.

Coque dispara sus primeros tiros sin conceder tregua, anudando “¿Revolución?” con la joya pop energética de “Solo música”, atravesando después “Escúchame” con un piano y una garra vocal que le gustaría al mismísimo Joe Cocker. Cree que el público está frío y él se empeña en integrarlos, en hacerles parte de lo que está ocurriendo arriba. Sin embargo, desde las butacas el espectáculo es muy diferente. Es casi inenarrable cómo hileras de espectadores bailan sentados “Un lazo rojo, un agujero”. No se levantan porque están en un teatro y todavía no se atreven. Pero su nuevo hit les hace entrar en calor, y su autor aprovecha para desprenderse de la guitarra y resucitar con destreza sus viejos dotes de bailarín, aprendidos a base de imitar a clásicos como Fred Astaire o ídolos de juventud como Michael Jackson.

 

«Tira de oficio y consigue manipularnos, hacernos creer que lo tiene absolutamente todo bajo control»

 

“América” no suena orquestal como el disco, pero la solventa con maña junto a sus músicos habituales: Toni Brunet (guitarras), David Lads (teclados), Héctor Rojo (bajo) y Gabriel Marijuán (batería). Cuando un quinteto suena bien no hace falta más brujería. Rojo y Marijuán son una base sobre la que deslizar cualquier pieza, y Brunet y Lads dibujan exquisitamente las melodías de “El último hombre en la Tierra”, para que no extrañemos los ausentes arreglos de cuerda.

De ¿Revolución? sonarán todas, salvo “Mantras en la oscuridad” y “Polvo cósmico”, que esperamos para los bises sin éxito. Las novedades eliminan del repertorio algunas canciones fijas de la gira pasada y, sorprendentemente, se recupera también alguna que otra vieja gloria. Permanece la acústica “Berlín”, que sigue siendo recibida con ilusión desde los primeros acordes. Cuando el público ya está conmovido y arrullado, Malla prepara la siguiente estocada y rompe el ambiente idílico imprimiendo tensión con “La carta”, una pieza teatral, inquietante, que en su día compartió con su madre, Amparo Valle, y a la que tal vez no hubiera llegado si no hubiese sentido un dolor profundo y no hubiese crecido viendo a sus padres actuar, noche tras noche, al pie del escenario.

«Qué intenso es Coque», se dice a sí mismo al terminar, y la gente ríe en las gradas. Volverá a recrear el infierno cuando ataque “Todo el mundo arde”, y descubriremos entonces que ya nos advertía de sus intenciones en esa canción de su anterior disco: «Que arda la ciudad, también los ciudadanos / que ardan los que no quieran bailar». Avisó que volvería bailando y lo ha cumplido.

 

«Es casi inenarrable cómo los espectadores bailan sentados “Un lazo rojo, un agujero”, su nuevo hit»

 

La romántica “Me dejó marchar” suena esta noche sin vientos, ni metales, ni la voz de Iván Ferreiro, pero sí menciona a este último para aclarar que, si en la última gira versionaba a Piratas en su honor, esta vez hará lo propio con uno de los colaboradores de su nuevo disco: Jaime Urrutia. Nos sorprende con una versión de “La sangre de tu tristeza” de Gabinete Caligari que nadie espera, huyendo quizá de alguna más tópica como “Al calor del amor en un bar”, “Cuatro rosas” o “Camino Soria”. Después pide una banqueta para relajarse brevemente interpretando la etérea y entrañable “Un ángel caído”, antesala de “Una moneda” y “Hace tiempo”. Cómo gusta en el teatro el final a capela y teatralizado de esta última ranchera, y cuántas sonrisas despierta mientras interpreta la vuelta a casa, como tambaleándose mientras canta sin micro. La escena final, entonada a tres voces con Toni y Héctor cual mariachis, nos deja tan relajados que no vemos venir el próximo impacto.

Lo primero que vemos, engaña: parece una guitarra pequeña, confeccionada artesanalmente con una caja de puros. Se llama Cigar box y las fabrica su teclista, David Lads, con una curiosa destreza de artesano luthier. La aparente fragilidad del instrumento, más pequeño que una guitarra al uso, desaparece en cuanto escuchamos los primeros acordes grasientos del “Quiero que estemos pegados” de Los Ronaldos que enloquecería a Leiva —reconocido fan de la pieza—, seguido de un “Guárdalo” que dejaría muy satisfecho a Dani Martín. “Por las noches” cierra la trilogía dedicada a su exbanda, y ni que decir tiene que el público se ha pasado las tres canciones de pie en los asientos. Los teatros infunden respeto hasta que se impone por fuerza el rock and roll. Y aunque a continuación se bajan un poco las revoluciones con “La señal”, una señora del público se niega a sentarse, y la canta de pie, de principio a fin, bailando y completamente absorta en lo que está ocurriendo, como si en ese momento en el Arriaga no existiesen más que ella y la canción. A ella, como a Coque, el concierto también le ha quitado algún año de encima.

El escenario se ha quedado vacío. El público grita algo en euskera pidiendo su vuelta repetidamente. Coque regresa de nuevo para defender “El árbol”, una canción que habla de echar raíces, raíces tan fuertes como las que sujetan a su autor al micrófono y a las cuerdas de su guitarra. Después vuelve la vista atrás tocando “Hasta el final”, la favorita de Mikel Erentxun, una canción de resurrección que bien vale como victoria pausada para un fin de fiesta. Entonces se hace el silencio, porque llega el momento de despedir a un amigo que deja de acompañarle en la carretera: su road manager Txisco Velasco, la única persona que le ha acompañado casi desde el comienzo de su carrera solista. Un momento para sellar dándole las gracias, regalándole una guitarra y compartiendo con él un hermoso abrazo acongojante para los que conocen su historia, para los que saben cómo Txisco acompañó y cuidó a Coque en sus horas más bajas, en bares seudovacíos e ingratos. Ahora, que Malla vuela, él para un poco el motor y recupera una parcela de vida propia. Y aunque el bilbaíno Txisco no se anima a seguir la invitación de tocar con ellos la última, Malla le dedica la canción que cierra el concierto: la aplaudida y coreada “No puedo vivir sin ti”.

 

«Salió como fiera enjaulada, pero cuando se retiró a los camerinos lucía una enorme sonrisa»

 

Han volado dos horas, y al salir del teatro me viene a la cabeza la imagen de Coque, ataviado con su camisa de flecos bailones, empuñando una guitarra como hacía desde Los Ronaldos y cantando “Me dejó marchar”. Estéticamente es chocante, pero también da qué pensar, porque hemos visto a Malla cruzándose consigo mismo artísticamente a lo largo de toda la noche. Esta vez ha venido solo con su banda, pero en su cancionero hemos visto a todos los Coque que existen, o casi. Al Coque reconciliado con su pasado de éxito rockero; al de las canciones dramáticas y oscuras; al de las melodías limpias; al de las piezas orquestales y a ese que, por un momento, rompe sus corsés conceptuales autoimpuestos y simplemente se deja arrastrar por la música de baile. El Arriaga ha sido testigo de un viaje musical de más de treinta años en el que caben muchas vidas distintas, pero en el que todas las canciones son capaces de darle la mano gracias al sello de su autor. El pasado más rockero, el minimalista, el grandioso y el presente más lúdico. Malla salió a escena como una fiera enjaulada, pero no se dejó nada en el tintero. Por eso, cuando se retiró a los camerinos lucía una enorme sonrisa y la anestesiante sensación de estar de vuelta.

 

Repertorio:

¿Revolución?
Solo queda música
Escúchame
Un lazo rojo, un agujero
América
Extraterrestre
Berlín
La carta
El último hombre en la tierra
Todo el mundo arde
Me dejó marchar
La sangre de tu tristeza (Gabinete Caligari)
El gran viaje a ninguna parte
Un ángel caído
Una moneda
Hace tiempo
Quiero que estemos pegados (Ronaldos)
Guárdalo (Ronaldos)
Por las noches (Ronaldos)
La señal

Bises:

El árbol
Hasta el final
No puedo vivir sin ti

 

 

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