Cine: «Miss Bala», de Gerardo Naranjo

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«Hace falta tener agallas para retratar la escena político-social mexicana en un estado de excepción tan clamoroso como el que deja en parálisis permanente al país norteamericano desde hace más de dos décadas»

«Miss Bala»
(Gerardo Naranjo, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

Por qué será que nos hemos malacostumbrado a ver las cosas en términos duales. O blanco o negro, o estás con nosotros o contra nosotros, José Luis o Mariano. Esta paupérrima percepción del mundo de dos extremos (supuestamente) contrapuestos nos empuja sin rémora a dos inminentes contingencias: equivocarnos o equivocarnos dos veces. Nada más digestivo que afrontar la representación de la realidad de forma simplificada, reclinarnos ante la puesta en imágenes e identificar sin titubeos al malo, el feo y el bueno sin claroscuros, bien perfilados en sus roles.

Las grandes películas se distinguen de las mediocres –entre otros atributos– por ofrecer un análisis poliédrico de los hechos, por coquetear con lo políticamente incorrecto, por meter el dedo en la herida y rascar y rascar. Y «Miss Bala» responde a estas virtudes. Aunque les joda a muchos, o no quieran verlo. Hace falta tener agallas para retratar la escena político-social mexicana en un estado de excepción tan clamoroso como el que deja en parálisis permanente al país norteamericano desde hace más de dos décadas. Gerardo Naranjo las tiene, y así emprende los primeros minutos del metraje, sacudiendo el enjambre en el que narcos, policía y autoridades zumban en una colmena de corrupción, extorsión y servidumbre política. Mientras tanto, a la miel acude el Ursus arctos horribilis californiano (por cierto, ya no queda ninguno en todo el estado), que con el chaleco de la DEA se pone a la faena.

En todo conflicto bélico se manifiestan cuestionables choques morales en cuyo nombre se siegan las vidas de inocentes. La guerra contra el narcotráfico no es una excepción; los daños colaterales alcanzan aquí una huracanada magnitud que levantaría la sotana a la felliniana comparsa del Vaticano y sus güeyes los Legionarios de Cristo Rey tras pasearse risueños por tierras aztecas (esto sí que es de ciencia ficción; dar cancha a la gira de semejante elenco de torcidos).

Al sur (siempre al sur) de las oportunidades no hay otra salida que la que plantea lo extraordinario: ganarse un puñado de dólares saltándose las reglas o hacerse con el boleto ganador por la vía rápida. Laura Guerrero (Stephanie Sigman), una chica cualquiera, un alma ordinaria, acude a un concurso de belleza y sin quererlo se ve involucrada en una masacre. Una hembra de corazón cantan Los Tigres del Norte, que sin quererlo, se convierte en el único testigo, que sin quererlo se convierte en víctima del intercambio de intestinales envites por el control del territorio norte de la Baja California donde la violencia regulariza la supervivencia del pueblo mexicano.

La cohabitación con el enfrentamiento se consuma en uno de los afortunados movimientos de cámara que traza Gerardo Naranjo. Bajo el clamor de los fusiles de asalto, desde el extrarradio, una panorámica nos lleva del plano general de la ciudad, dominada por una columna de humo, hasta encuadrar la barriada. De la urbe se fuga una limusina de la que asoman dos jubilosos recién casados para cruzarse con las patrullas que acuden al refuerzo. La secuencia continúa, sin mover el tiro de cámara, desarrollándose como plano-secuencia captando un episodio clave en la estructura argumental. Este coreográfico plano es solo un eslabón de la cadena de destacados componentes técnicos y formales que articulan la película; al servicio de los diferentes segmentos narrativos con los que se construye también el posicionamiento ético del director.

Las laudatorias intenciones que persigue «Miss Bala» no esconden sin embargo algunas imperfecciones a nivel textual. El guion peca de estirar el planteamiento inicial, sin presentar excepciones que ayuden a reencontrarnos con el personaje. Los escasos puntos de inflexión precipitan al personaje principal a un agujero negro, a un continuo declive paralelo a la creciente sensación de desplazamiento; distanciamiento empático que se mantiene constante durante toda la película.

«Miss Bala» merece la pena a pesar de acabar en una verdad que nunca se supo. La hierba mala no está en las llantas del carro.

Anterior entrega de cine: “Martha Marcy May Marlene”, de Sean Durkin.

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