«Una pequeña parte del mundo», de Amaral

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OPERACIÓN RESCATE

«Mostró todo el potencial del dúo y sirvió para que muchos nos fijáramos en ellos y los escucháramos con la debida atención, percibiendo que ese no era el típico grupo-pop-con-chica-al-frente. Para nada. Aquí había dos compositores, dos músicos»

Amaral
«Una pequeña parte del mundo»
VIRGIN, 2000

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Un axioma clásico del rock es el de los primeros discos deslumbrantes. Esas primeras obras que quedan en el recuerdo y que, parece, luego nunca serán igualadas. Otro clásico suele ser el del segundo disco, el que asevera que los segundos álbumes, de ninguna manera, pueden superar a los primeros (y serán más flojos que los terceros). Sin embargo, en el caso de Amaral las cosas no fueron así: el primer disco pecó de mezclas torponas que no ayudaron a desarrollar con tino lo que era una buena colección de canciones. Por el contrario, el segundo álbum, «Una pequeña parte del mundo», producido por Cameron Jenkins, los posicionó a años luz de aquel debut y sí mostró todo el potencial del dúo, sirvió para que muchos nos fijáramos en ellos y los escucháramos con la debida atención, percibiendo que ese no era el típico grupo-pop-con-chica-al-frente. Para nada. Aquí había dos compositores, dos músicos que (quedaba claro) habían escuchado mucha música, sabían lo que se llevaban entre manos y de la suma de las más diversas influencias (que se confirmarían a lo largo del tiempo mediante sus declaraciones) habían hallado un sonido, una manera particular de hacer plenamente identificable desde ese momento en un trabajo en el que la tradición anglosajona se daba la mano con algunas soluciones que parecían proyectarse hacia lo más logrado del pop español de los años setenta (particularmente en los arreglos de cuerda y viento, en algunas líneas melódicas e incluso, por momentos, en la manera de encarar Eva el canto). No sé si aquello fue premeditado o fruto del inconsciente, de la música apegada a la memoria, pero ahí queda. Además, lograban aunar folk-rock, pop y rock en unas canciones que gravitaban alrededor de las emociones más intensas y contrapuestas (melancolía, alegría, tristeza, vitalidad, nostalgia) pero como aportando siempre unas muy saludables dosis de optimismo, de ganas de salir a flote y comerse la vida.

Se abre «Una pequeña parte del mundo» con ‘Subamos al cielo’, un tema en el que van buscando ese sonido que evoca la frontera entre Texas y México, con la guitarra de Juan Aguirre sonando con la claridad con la que no pudo hacerlo en el estreno, como avisándonos de que en esas seis cuerdas se va a apuntalar la mitad de la personalidad del dúo. Por detrás, pintando el horizonte, suenan unas bases programadas que parecen romper con las formas netamente orgánicas con las que podíamos identificarlos (y que avanza lo que serán más inmersiones electrónicas en el siguiente disco, «Estrella de mar»). Inmediatamente entra la voz de Eva Amaral, rebosante de naturalidad, con esa dicción precisa y clara que hoy tan bien conocemos, sobre una melodía que explota contenida en el estribillo (esos luminosos versos en los que canta: «Quiero que nos subamos al cielo, / yo quiero que nos subamos al cielo, / quiero ver desde el aire, la tierra y el mar, / yo no quiero morirme, / yo quiero que nos subamos al cielo»), mientras un clásico Hammond (seguimos con los contrastes) se suma a esta historia amorosa y sensual. No hay que perder detalle, así que resumamos: en una sola canción han unido una estructura formal de folk-rock, han apuntado hacia la contemporaneidad de la electrónica, han incluido instrumentos del pasado más rock y han dejado ver los dos elementos sobre los que trabajarán (las guitarras densas y ambientales de uno, la voz magnética y portentosa de la otra). ‘Subamos al cielo’ es como el resumen (o la presentación) de todo lo que será Amaral.

El segundo tema, ‘Cabecita loca’, los presenta más sinuosos mientras se desarrolla una melodía vaporosa arreglada con sentido clasicista, como aquellos temas orquestales del pop europeo continental en sus años dorados, pero con una base electrónica percutiendo constantemente. Eva canta, a ratos en falsete, una letra de amor entregado, con esa mirada al pasado que tanto impregna el cancionero de Amaral («Me decías cabecita loca / por seguir mis sueños, / por romper las olas»). ‘Cómo hablar’ es uno de los puntales mayores del disco, una balada formidable, con unas guitarras que, en algunos instantes, brindan por Bowie. Eva interpreta con fragilidad una de las letras mayores del disco (no podemos otorgársela a uno u otro pues firman bajo la fórmula de los dos nombres), absolutamente sugerente («Si volviera a nacer, / si empezara de nuevo, / volvería a buscarte / en mi nave del tiempo. / Es el destino quien nos lleva y nos guía, / nos separa y nos une a través de la vida. / Nos dijimos adiós y pasaron los años, / volvimos a vernos una noche de sábado. / Otro país, otra ciudad, otra vida, / pero la misma mirada felina»). Como apoyo, una sección de cuerdas aporta profundidad y abre espacios sonoros.

Eva enseña levemente sus dotes con la armónica en el arranque de ‘Los aviones no pueden volar’, pespunteada en su inicio por una guitarra acústica que, rápido, da paso a un tema optimista («No hay nada imposible si tú lo deseas») que transita entre la música de baile y el country (se podría bailar como en esas filas típicas de los honky tonks: hagan la prueba, o imagínenlo, que cuesta menos esfuerzo). El contraste lo trae ‘Queda el silencio’, intensa y bella balada de aires hispanos, festoneada por guitarra y cuerdas. La armónica enredándose con la guitarra abre la soberbia y melancólica ‘Una pequeña parte del mundo’. A ‘Botas de terciopelo’ se le aprecia algo de Dylan en su estructura (y no, no es por las «botas», que las suyas eran de cuero español), quizá por ese toque del órgano o por ese transitar sobre una sencilla melodía folk, de las que parece que no tienen importancia, pero que calan irremediablemente al que las escucha. Personalmente siento debilidad por la letra, desde sus primeros versos: «Dices que tengo el cenizo / y me persiguen las tormentas, / pero no tengo la culpa / de no ver problemas venir. / Dices que tengo la cabeza / como un saco de centellas, / pero te gustan mis pies mojados. / Botas de terciopelo, / nubes de caramelo / cubren el sol de agosto».

Más pop se presenta ‘Volverá la suerte’, una gozosa pieza cargada de nostalgia, con arreglos de metal que parecen hijos de las producciones de Trabucchelli, Pardo o Calderón en los años setenta. Ese pop con dejes setenteros sigue en ‘El día de año nuevo’, un tema evocador narrado en tercera persona. ‘El mundo al revés’, con su historia «carrolliana», muestra a los Amaral más electrónicos aunque… ¡se cierra con una coda jazzística! Inmensos se ponen en ‘Siento que te extraño’: folk-rock de raíz británica para una deliciosa melodía. La letra no se queda rezagada: «La melancolía es un licor bien caro, / no te has dado cuenta, ya te has emborrachado». Eva la canta con sensibilidad y gusto. Es otra de las piezas mayores del disco, quizá la más emocionante del conjunto.

Encarando el final, aparece ‘Nada de nada’, la única versión que Amaral ha incluido en su discografía oficial (al margen de ‘Biarritz’, que era del grupo previo de Juan Aguirre, Días de Vino y Rosas). Canción escrita por la monumental Cecilia (Evangelina Sobredo, 1948-1976) en 1972, la mejor cantautora de la historia del pop español. Amaral releen esta composición feminista a su modo, pero con respeto por el original, conscientes del material tan sensible que manejan. Quizá por ello, el cierre inmediato del disco lo marca una canción tranquila, una pequeña gema acústica, el vals ‘El final’: «Al final / llega la despedida, pero sigue la vida».

¿Al final? Al final queda un disco muy serio (por momentos incluso sobrio), que estableció cómo iba a ser el proyecto Amaral: ese grupo que, libre de prejuicios y ataduras, ha hecho la música que ha creído oportuno y al que su tercer disco los catapultó hacia el éxito masivo. Pero el éxito no tiene que ver con la calidad, aunque tampoco debe de estar necesariamente reñido con ella. Y Eva y Juan siempre han sabido transitar por ambos con naturalidad, sin que uno condicionase a la otra. No seré yo quien diga que este es el mejor disco del dúo. Sinceramente, me cuesta quedarme con uno, mi conexión con su manera de hacer, con sus formas poéticas (casi nunca hablamos de las letras, y algún día tendríamos que hacerlo, con calma) y con la voz de Eva es muy intensa. Tanta que empatizo con el grueso de su obra (además uno los intuye concienzudos y en los discos solo acaba lo que consideran imprescindible, así que no suele haber rellenos) y puedo enredarme y abstraerme con rapidez en cada uno de ellos. Así que «Una pequeña parte del mundo» es, principalmente, el disco con el que me cautivaron.

 

Anterior entrega de Operación rescate: Los Pasos.

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