Charlie Daniels, pionero en la frontera

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COMBUSTIONES

«Daniels estuvo en la primerísima trinchera del acercamiento del rock al country»

 

La muerte de Charlie Daniels (fallecido el 6 de julio en Nashville) lleva a Julio Valdeón a recordar su legado, en el que destaca su trabajo como músico de sesión de Bob Dylan y Leonard Cohen, además de ser coautor del tema “It hurts me” para Elvis Presley y dar vida a la Charlie Daniels Band. Aquí van unas líneas de despedida.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Charlie Daniels, que ha muerto a los 83 años de un infarto, fue un multiinstrumentista superdotado y un interesante escritor de canciones. Sus mejores trabajos fueron como músico de sesión. Suyas son las cegadoras guitarras, violines, etc., en clásicos de Leonard Cohen y otras luminarias. En su forja como hombre para todo fue capital la intuición del productor Bob Johnston, el iconoclasta reclutado por Columbia para animar el cotarro allá en el sur. Daniels estuvo en la primerísima trinchera del acercamiento del rock al country, cuando animados por el indescifrable Bob los músicos de chupa negra y gafas tintadas comenzaron a mezclar con los virtuosos de Nashville, que cobraban a tanto la hora y trabajaban con la precisión láser de unos reputados profesionales. En unos EE.UU. incendiados por las injusticias raciales y la hemorragia en el sudeste asiático, con Nixon en el horizonte y la bella y contradictoria utopía hippy en marcha, la alquimia entre los pálidos astros neoyorquinos y los leones de Tennessee, rompería unos cuantos tabúes y contribuiría a hacer del país, desde luego de la arena musical, un lugar más tolerante y mestizo.

A partir de los setenta Daniels inició su peripecia al frente de sus propios proyectos, que llegaron a vender millones y donde destacan éxitos como The devil went down to Georgia y Long haired country boy. También estuvo, de nuevo como instrumentista irremplazable, en la eclosión del rock sureño: suyo es el violín que suena en un puñado de discos de la Marshall Tucker Band. En su muerte nada interesa más que su evolución política: ya saben que lo musical ocupa plaza de segunda categoría.

En el obituario que le dedica Bill Friskics-Warren en el New York Times hay párrafo tras párrafo a su conversión, de temprano y visceral combinación de violinista country —aunque hipi— a defensor de la guerra en Irak o campeón del por tantas razones infausto George W. Bush (hasta que llegó el venoso Trump y, por comparación, Bush empezó a parecernos Jefferson o Lincoln). Bien está, aunque uno sospecha que más que un izquierdista al uso Daniels siempre fue uno de esos caracteres antiautoritarios, desconfiados del poder y orgullosos de sus tendencias libertarias tan propios del sur de EE.UU., y tan dificilmente extrapolables, por cierto, a la arena política europea.

Sí, escribió en favor de la invasión de Irak. Y algunos pueden considerarlo anatema. Pero como escribía este viernes el escritor, psicólogo y profesor de la New York University Jonathan Haidt, autor de La mente de los justos (Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata), «Necesitamos ser más tolerantes el uno con el otro. La verdad es muy difícil de encontrar y conviene otorgar a las personas el beneficio de la duda». Qué tal si, para variar, reconocemos que somos imperfectos, capaces de grandes aciertos y morrocotudos resbalones, y generalmente decentes, aunque veamos las cosas de forma distinta. Qué tal, vaya, si nos abstenemos de ladrar durante cinco minutos, descorchamos una cerveza, subimos el volumen al quince y pinchamos Off the grid-doin’ it Dylan, el fibroso homenaje que Daniels dedicó al bardo de Duluth. 

Anterior entrega de Combustiones: El fantasma de James Brown y los buitres.

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