Bob Dylan: La mágica cosecha del 65-66

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“Escapa a toda lógica que un año y medio le bastara al joven Dylan para editar tres obras maestras y escribir algunas de las páginas más brillantes y arriesgadas que jamás haya protagonizado un artista”

 

De las más de cinco décadas musicales que atesora el de Minnesota, Fernando Ballesteros escoge tres discos brillantes y consecutivos: “Bringing it all back home”, “Highway 61” y “Blonde on blonde”.

 

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

 

Dice Giles Smith, autor del imprescindible “Lost in music”, que siempre que le preguntan por el primer disco que compró, contesta que fue el single del ‘Let it be’ de los Beatles. Luego reconoce que miente de una forma casi inconsciente y se muestra convencido de que la mayoría lo hace cuando le piden que revele su primera compra. Y cuando explica los motivos, la cosa tiene su lógica, porque hablamos del momento que marca el flechazo con la música, el kilómetro cero, y ese punto que tendemos a idealizar, no nos engañemos, suele quedar muy lejos de grandes obras y nombres sagrados.

No hablaré de mi inicio en el vicio de las compras discográficas porque no quiero comenzar mintiendo. Me limitaré a la primera vez, ya crecidito, que entré en una tienda y me fui de allí con material de Bob Dylan, un momento del que creo salir especialmente bien parado. Aquí no hay nada que maquillar, tuve la suerte de aterrizar en su mundo en la temporada 65-66. Pura magia.

Escapa a toda lógica que un año y medio le bastara al joven Dylan para editar tres obras maestras y escribir algunas de las páginas más brillantes y arriesgadas que jamás haya protagonizado un artista. Cualquier comparación sería incluso cruel para la otra parte y pueden poner aquí el nombre que se les ocurra.

 

screw the RIAA

Y miren que su techo ya estaba alto con su quinto disco, “Bringing it all back home”, que dejaba claro que el listón seguía subiendo y que el estado de gracia amenazaba con ser eterno. Era difícil siquiera imaginar lo que se avecinaba. La guitarra eléctrica de ‘Maggie’s farm’ y ‘On the road again’ con sus solos de armónica señalaban al futuro. ‘Mr. Tambourine man’ o ‘It’s all over now Baby Blue’ tocaban la excelencia. El mismo Dylan reconocía que fue en este disco, con sus textos complejos y cargados de ironía, en el que se encontró como cantante y como persona. Ya había en él algo distinto a todo lo anterior. Pero la revolución estaba aún por venir. A la vuelta de la esquina.

 

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Ocurrió en junio de 1965, cuando Dylan se metió en el estudio para alumbrar “Highway 61 Revisited”. Sin embargo, antes de que saliera al mercado tropezamos con otro momento clave no ya de su carrera, sino de la música popular del último medio siglo. El joven Robert se presentaba en el festival de Newport, era el folk singer del momento, un icono para los adoradores de la canción protesta. Pero iba a dejar de serlo de forma abrupta y por voluntad propia. Aquel 25 de julio de 1965, Dylan se atreve con un sonido eléctrico, muy lejos de lo que esperaban los más puristas que le despiden con silbidos. Dicen que Pete Seeger, allí presente, contó que si hubiera tenido un hacha cuando comenzó a descargar la tormenta de ‘Maggie’s farm’ le habría cortado el cable de la guitarra.

Nada volvió a ser como antes. El productor Joe Boyd, responsable de la sonorización, explicaba años después cómo fue consciente, en ese mismo momento, de la trascendencia histórica de lo que allí estaba sucediendo.

Con las vestiduras rasgadas del purismo folk aún sin reparar, Dylan apostaba por el rock and roll. Lo hacía con un disco que se abría con ‘Like a Rolling Stone’ posiblemente una de las canciones que más listas de las mejores de la Historia ha coronado. Probablemente una de las tres mejores de esta obra. Solo probablemente. Y la cosa no terminaba aquí.

 

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“Blonde on blonde” pondría el colofón a la trilogía. El 16 de mayo de 1966, se publicaba el que pasaría a la historia como el primer disco doble del rock, otra pica en Flandes. Una obra maestra indiscutible que reúne todos los grandes hallazgos del músico en el lustro anterior, y en sus propias palabras: “Lo más cerca que he estado nunca del sonido que oigo en mi cerebro”.

Curiosamente, las míticas sesiones del disco tuvieron lugar en Nashville, que es casi tanto como decir country. Allí, ironías del destino, Dylan daría forma con la ayuda del guitarrista de The Band Robbie Robertson y del teclista Al Kooper, a perlas de melodias brillantemente pop como ‘I want you’ y ‘Sooner or later’ o a piezas tan bellas como ‘Just like a woman’. De ‘Visions of Johanna’ mejor no decir nada. Sería incapaz de hacer justicia a algo tan grande. Escuchar es comprender.

Pero en directo la electricidad seguía enfrentándole al público. En la gira inglesa, noche tras noche tenía que aguantar que los más intransigentes de la trinchera folkie le silbaran en cuanto encaraba con la banda la segunda parte de su actuación, tras un primer tramo acústico. Daba igual, nadie por mucho que proteste le puede toser a un hombre que presumía con semejante obra bajo el brazo. Nada le iba a desviar de su camino.

Muchos miles de kilómetros después, cuatro décadas más tarde, el 17 de julio de 2004, Dylan tampoco se lo puso fácil a sus fieles. En Santiago, en mi primera vez con él en directo, se presentó todavía con la luz del día, en lugar de su guitarra un piano, un repertorio difícil y unas versiones vestidas, disfrazadas para la ocasión, hasta hacerlas casi irreconocibles. Como en Newport, ‘Maggie’s farm’ abrió la actuación. Esta vez no hubo silbidos, claro, pero sí alguna que otra ceja arqueada. Esa noche, nadie hubiera cortado los cables de Dylan. Hombre, yo con un hacha, quizá hubiera hecho algo con aquellos The Corrs que actuaron a continuación. Pero esa es otra historia.

Hace unas horas el “Never Ending Tour” ha vuelto a pasar por mi ciudad. No hay espacios para críticas, solo para sensaciones. La principal es que ver a Dylan hoy,  con la sensacional banda que le acompaña, es asistir a la representación del repertorio de un clásico a cargo de la mejor orquesta del mundo. El plus de noches como la pasada es que el autor también estaba frente a nosotros en el escenario. Y eso es mucho.

 

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