Balmoral. Loquillo, por un instante, la eternidad, de Javier Escorzo

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LIBROS

«Disecciona cada canción como si fuera un mundo cerrado en sí mismo —que lo es—, pero en órbita junto a otras»

 

Javier Escorzo
Balmoral. Loquillo, por un instante, la eternidad
EFE EME, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Los libros que tratan de manera monográfica sobre un disco son el paraíso para los devotos de ese álbum, los seguidores del artista o los que simplemente sienten interés por la época en que fue publicado. Lo que en una obra más generalista solo puede aparecer como breve capítulo, se explaya en ellos con entresijos, la palabra extensa de los que participaron, el análisis detallado de cuestiones instrumentales y un exprimidor que le saca el jugo a cada canción. Quizás no te lleven estas obras a emocionarte más con el disco; pero sí a conocerlo mejor, lo cual es otra forma de emoción.

Tras su excelente trabajo sobre Duncan Dhu, Javier Escorzo, cronista de conciertos y canciones, apunta ahora sus miras sobre Balmoral, uno de los proyectos grandes de Loquillo, atendiendo a sus resultados. La estructura de este tipo de obras está ya muy cantada y apenas hay margen, pero lo que se escribe ha de tener el ritmo adecuado e hilvanar un hilo conductor que se centre en el proyecto. Y Escorzo lo hace de maravilla.

Primero contextualiza; pero no sigue su narración un continuum, sino que focaliza en escenas muy concretas: el contacto con Carlos Segarra a raíz de un anuncio en una tienda, la zona de la Universidad —con billares y bares como el Marienbad— donde se movía un chico llamado Sabino Méndez, la aparición de Gabriel Sopeña o el despertar diario de Loquillo en su condición de soldado con “Caperucita feroz”, de la Orquesta Mondragón, en la que participaban Jaime Stinus y Luis Alberto de Cuenca, de quien juró vengarse. Todos ellos tienen algo que decir en Balmoral. Al hacerlo de esta manera, evita que el lector iguale aspectos poco definitorios del disco con otros que, aún lejanos en el tiempo, supusieron el germen de esa obra maestra.

Sí se detiene, algo más, en los años noventa. Loquillo pasa una crisis en la inspiración, lo cual le lleva a separarse de los Trogloditas y a explorar nuevos caminos: sus discos sobre poetas, su interés por la música francesa o el jazz. Y también está Balmoral, esa elegante coctelería del barrio de Salamanca, que le hizo conocer Jaime Urrutia y donde se siente a gusto y siempre recala. Su faceta de dandy se fortalece.

El material complementario también tiene detallada presencia: las fotos del álbum —le abrieron la coctelería tras su cierre para hacerlas—, el recorrido posterior, las diversas ediciones… Y claro está, el repertorio del álbum: un apartado para cada canción.

Ahí Javier Escorzo sigue el buen criterio de dejar hablar a los protagonistas: todos los que hemos citado, más Igor Paskual, su banda en aquel momento y hasta Calamaro, que canta con él “Cruzando el paraíso” para el mercado americano, la canción en que Johnny Halliday lo acompañó para el europeo. El autor escucha y comenta, no pontifica; aclara las referencias literarias o cinematográficas, las conecta con corrientes europeas, destaca lo importante en el sonido y, al fin y al cabo, disecciona cada canción como si fuera un mundo cerrado en sí mismo —que lo es—, pero en órbita junto a otras.

La prueba de que un libro de estas características tiene la calidad suficiente es clara: si disfrutas de él sin tener presente el disco es que el autor ha conseguido su propósito. Y les aseguro que, leyéndolo, olvidé muchas veces que había unas canciones detrás.

Anterior crítica de libros: En compañía de fantasmas, de Amyas Northcote.

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