A los que nazcan más tarde, de The New Raemon, Marc Clos y David Cordero

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DISCOS

«Una suerte de ambient pop muy evocador, también contenido porque regatea al riesgo de la grandilocuencia vacua»

 

The New Raemon, Marc Clos y David Cordero
A los que nazcan más tarde
BMG, 2021

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Quizá algún día alguien tenga a bien resumir cuál fue el reflejo de meses de confinamiento en la creación musical que ve la luz desde mediados del año pasado. Un espectro que igual puede ir de aquel disco que grabaron David Ruiz (La M.O.D.A.) y Raül Fernández “Refree” a bote pronto —el proyecto nostalgia.en.los.autobuses— hasta lo último de, pongamos por caso, Sleaford Mods, por citar solo dos ejemplos. Y separar el grano de la paja, claro, que ya se sabe que, en términos de creación, no siempre el aislamiento es garantía de provecho: la perspectiva externa suele venir muy bien, el ensimismamiento es peligroso cuando deriva en diarreas mentales sin un mínimo control de calidad. A todos nos viene bien que alguien nos cante las verdades del barquero de vez en cuando.

No es el caso, por suerte, de esta alianza a seis manos. Un triángulo creativo en el que Ramón Rodríguez, Marc Clos y David Cordero hacen de contrapesos, ya que su trabajo a tres bandas ha tenido la virtud de enriquecerse a distancia con cada nuevo meneo que le daban (desde el Maresme, la Costa Brava o la bahía de Cádiz) partiendo de una premisa esencial: el diálogo y la ausencia total de ataduras o prejuicios. Eso sí, con un bagaje previo. Tanto The New Raemon como el líder de los extintos Úrsula o el percusionista de Love of Lesbian (entre muchos más) habían trabajado juntos, de un modo o de otro, y lo que hacen aquí es plasmar una suerte de ambient pop muy evocador, también contenido porque regatea al riesgo de la grandilocuencia vacua, gracias a una instrumentación escueta —el piano y la marimba de “La peor parte” ya avisan del tono general— y al perfecto equilibrio que muestra entre sus intenciones y sus resultados.

Priman unos textos mucho más descriptivos que narrativos, como pinceladas de trazo estético que juegan con la repetición y se amoldan a la sonoridad requerida, colchones de electrónica sutil, medidos arreglos de cuerda y, sobre todo, una atmósfera general que aboga más por los espacios abiertos y la esperanza que no por la claustrofobia ni los ambientes opresivos. Quizá tenga mucho que ver la cercanía del mar. En los tres casos.

Hay momentos, como “Cámara lenta”, en los que uno recuerda a los Esclarecidos de aquel monumento del pop español que fue La fuerza de los débiles (1997), en el que tanto pesaba Suso Saiz. Otros en los que la sombra confesa de The Cure —“Una infancia”— se hace carne en uno bajo hercúleo y una aclimatación inquietante. Y otros en los que las melodías, prácticamente ingrávidas, apenas colgadas de un hilo casi invisible (“Orión brillando en lo alto”, “Lanzo piedras al mar”), obligan a congratularse por su forma de somatizar las enseñanzas de Brian Eno, Steve Reich o Robin Guthrie. Un paisajismo muy conseguido, al que siempre correremos la tentación de asociarle adjetivos tan socorridos como «onírico» o «vaporoso», aunque lo mejor que podamos hacer ante nuestra bancarrota expresiva es simplemente disfrutarlo.

Anterior crítica de discos: Winter is for lovers, de Ben Harper.

 

 

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