2018: El año en el que perdimos el miedo al flamenco

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«Nunca antes ni con tanta trascendencia han brotado las propuestas que miran el flamenco libres de corsés»

 

Acabamos de decir adiós a un año marcado por el efecto Rosalía y la ambición de obras como la de Niño de Elche. 2018 queda señalado por la heterodoxia flamenca. Un fenómeno en el que también tienen mucho que decir artistas como Fernando Vacas, Soleá Morente o Rosario La Tremendita. Eduardo Tébar analiza esta nueva tendencia en la música española.

 

Texto: Eduardo Tébar.

 

En 2016, con motivo del vigésimo aniversario de Omega, preguntábamos en EFE EME a Antonio Arias y Eric Jiménez por la hipotética escuela surgida a partir del disco con el que Enrique Morente y Lagartija Nick fisionaron el flamenco y el rock. «Todo es imitación de Omega. Nunca en la vida he visto a más gente fusionando rock con ruido o música disco con cantos místicos. Hoy todo el mundo quiere hacer su propio Omega», sentenciaba el batería. «Porque este álbum se hace más grande cada temporada. Parece Saturno: nos va a devorar a todos. Hay quien dice que no le influye, pero acaba de hacer no sé qué con un cantaor. Incluso Youth, el productor británico afincado en Granada. Creo que los guiris son menos vergonzosos para admitir las influencias», añadía Arias.

Conviene recordar que, antes de 1996, la idea del maridaje de rockeros y cantaores atravesaba un largo estancamiento. Apenas Kiko Veneno representaba la feliz metabolización de ambos mundos. En 2007, La leyenda del espacio de Los Planetas pilló a crítica y público con el pie cambiado. Se asumió como obra relevante, pero tardamos en entender por qué. Por el camino, un fenómeno innegable: el oyente no aficionado se ha familiarizado con el flamenco. O le ha perdido el miedo. De manera tozuda, 2018 ha sido el gran año de la heterodoxia flamenca. Ya no hablamos de casos aislados, sino de una actitud cada vez más extendida. Dos tótems de la música española actual, Rosalía y Niño de Elche, han publicado sus trabajos más ambiciosos. Pero a la ristra se suman nombres como Soleá Morente o Rosario La Tremendita. En paralelo, el océano emergente del trap. Nunca antes ni con tanta trascendencia han brotado las propuestas que miran el flamenco libres de corsés: como una herramienta ventajosa y no como la profanación de un templo cerrado.

 

De Morente a Rosalía

Antes de morir, hace ahora ocho años, Enrique Morente colaboró con el proyecto de electrónica Ruizpantaleón y con la banda de rock andaluz 5 Duros. También protagonizó un encuentro poco memorable con Sonic Youth. Gestos que se seguían aparcando en el capítulo de excentricidades. Eso sí, le dio tiempo a una gira triunfal de Omega, con paradas en Latinoamérica y la foto del abrazo con Leonard Cohen. Una década después, el juego de antagonismos está naturalizado. Rosalía se ha erigido en la figura de España con mayor potencial. Su segundo disco, El mal querer, ha sido elegido mejor lanzamiento nacional de 2018 por la redacción de EFE EME. Y ha sido reconocido, a su vez, por medios internacionales del calibre de The New York Times, NewYorker, The Guardian, Pitchfork o Billboard. ¿Cuál es el techo, pues, de la catalana que apabulla con coreografía a lo Michael Jackson en la MTV? Los treinta minutos de El mal querer brillan con la chisposa producción de Pablo Díaz-Reixa, El Guincho. Por momentos, uno intuye una versión asequible de Hiperasia (2016).

 

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«El mal querer de Rosalía revela a una artista total, una autora avispada, un valor ciclópeo. Una estrella hecha a sí misma y contra todo pronóstico»

 

Varios de los álbumes que han transgredido con el flamenco o a partir del flamenco en 2018 tienen en común su planteamiento de obra conceptual. Rosalía, Rosario La Tremendita o Fernando Vacas, con su ópera flamenca, han apostado por secuencias con hilo argumental. Marketing y debates estériles sobre apropiación cultural al margen, El mal querer revela a una artista total, una autora avispada, un valor ciclópeo. Una estrella hecha a sí misma y contra todo pronóstico: el vacío de poder de la industria ya no permite divas de laboratorio. Cuestión aparte son las alabanzas desenfocadas. Dice Rosalía que El mal querer es un producto de inspiración flamenca. Ella, que canta todo en falsete, tampoco se reivindica como cantaora. Pero el internet mediático, ansioso, frívolo y a menudo ignorante, se empeña en canonizarla como «lo más importante que le ha pasado al flamenco en los últimos años». Y seguro que en el futuro aparecerán nuevas cantaoras marcadas por la silueta y las formas de la barcelonesa. Pero Rosalía no ha revolucionado el cante: ha puesto patas arriba el pop creativo.

 

A través de la luz

Tanto Rosalía como Niño de Elche intervienen en la joya tapada del año, el disco que conecta los demás y que aúna con verdadero genio la tradición del rock jondo en sorprendente hallazgo. Se trata de A través de la luz, la ópera flamenca del músico y productor cordobés Fernando Vacas bajo el alias colectivo de Vallellano & The Royal Gypsy Orchestra. Vacas culmina aquí una labor de rompecabezas que le ha tenido ocupado durante media década. El montaje, un viaje de la muerte a la vida y de la vida a la muerte, cuenta con colaboraciones de relumbrón. Este califa musical resuelve con habilidad el atolladero de colocar las piezas. Vacas fue santo y seña del indie de Córdoba en Flow, expandió su visión del pop psicodélico en Prin’ La Lá, emparejó a Howe Gelb y a Raimundo Amador en Alegrías (2010), y llegó a los Grammy Latinos en 2016 con Rompiendo el silencio, el estremecedor regreso de Remedios Amaya, que grabó en una iglesia y en el que introdujo el arpa como novedad tímbrica en el flamenco (hoy sigue la estela Ana Crismán en Arpa Jonda).

Nada sobra y todo sobrecoge en A través de la luz, que, como Omega, investiga el sampleo valdelomariano en su arranque, tras el taconeo de Javier Latorre. “Estrella negra” ocupa ya un lugar honorífico en el podio de adaptaciones de Bowie al castellano (también “El hombre desde las estrellas”, de Alondra Galopa, cosecha de 2018). A Vacas le sobrevino la epifanía y advirtió una caña por tientos en la canción de despedida del icono del glam. Magistral. Y el ramillete de audacias continúa. Encontramos a Steve Shelley (Sonic Youth) marcando el compás del martinete y acompañando a Remedios Amaya. Rosalía luce espléndida en unos tientos de letra subyugante (“Un largo viaje”). Lin Cortes envuelve su quejío en cuerdas de réquiem (“Sinfonía Boronía”). Incluso Howe Gelb deja una suerte de bulería rag. Shelley y Lee Ranaldo alfombran a Niño de Elche en un villancico distópico y ruidista (“Feliz nada de nada”), con desenlace en la silla eléctrica en Estados Unidos en ecos del desaparecido maldito cordobés Miguel Bocamuerta. Al final, la “Bulería del caldero”, con flauta de Jorge Pardo, remite por igual a Los Planetas y a La leyenda del tiempo.

 

 

Antología del cante flamenco heterodoxo

¿Revoluciones? Rosalía y Niño de Elche han acabado con la imagen del cantaor sentado y quieto encima de un tablao. El relato de Francisco Contreras guarda algo de quien huye de un régimen opresivo, aunque en su tono predomina mucho más una ligera sorna que el ánimo de ajustar cuentas. Un título tan pomposo como Antología del cante flamenco heterodoxo recuerda a cuando el irrepetible bailarín Vicente Escudero glosaba a principios de los sesenta su Antología selecta del cante flamenco auténticamente puro. Declarado exflamenco, la palabra de marras le sirve al ilicitano para entrar y salir a su antojo en según qué circuitos. Su grueso álbum atesora la incontinencia de quien se suele meter en la cama con una charla de filosofía reproducida en YouTube. Es un compendio incandescente, que seguirá abriendo puertas dentro de un par de décadas.

 

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«Nada sobra y todo sobrecoge en A través de la luz, que, como Omega, investiga el sampleo valdelomariano en su arranque»

 

Flamenco primitivista, que no moderno. Historicista, pero solo para hallar tensión. Paco se mueve como elefante en la cacharrería. ¿Pretencioso? Desde luego. Pero ese riesgo va implícito en todo lo que toca Niño de Elche. Y así lo entienden sus aliados, el artista Pedro G. Romero (este disco también se lee, y el libreto interior, con las notas del rastreador del archivo, es una mina de conocimiento), y el director musical y productor, Raúl Refree. Hay algo de extensión de los múltiples acercamientos de Lagartija Nick y Morente a la figura del inventor, cinemista y poeta Val del Omar, a quien ahora pretenden rendir honores como catalizador flamenco con mensaje diafónico. Y Val del Omar engarza con Vicente Escudero, el hombre que se bailaba a sí mismo, en vertical, arrancando ritmos a su propia estructura ósea, y que aquí emula Israel Galván al compás de dos motores.

Es la antología de Niño de Elche una criatura preñada de referencias, hasta el empacho. Comienza hablando de la pereza de Paul Lafargue. Y de perezoso, nada. Ojo a los nueve minutos de “El prefacio a la malagueña de El Mellizo”, al piano de Falla mutado casi en Carles Santos, al momento Sgt. Pepper’s de “Pregones y aleluyas futuristas”, a la conexión jazzística del “Fandango cubista de Pepe Marchena”, a la inclusión de la guitarra anárquica de Diego de Morón, a las seguiriyas en latín, a la popularidad de las letras de Bizco Amate y Corruco de Algeciras en el cancionero latinoamericano. Y a la crítica sobre los estropicios de la bomba de Hiroshima a través del carnaval que irritaba al franquismo vía Beni de Cádiz. El oído roquero vinculará “Caña por pasodoble de Rafael Romero El Gallina” con Omega y con el Morente planetero. Astuto, Niño de Elche ensambla a Lola Flores con el Trío Matamoros. Y a Federico García Lorca con George Crumb y Shostakóvich. Las pistas e hilos resultan inagotables. Todo muy estudiado. Y aún así, es en el directo donde Contreras, con su capacidad performática, su fisicidad y su carisma, termina de pellizcar al oyente. Atención a lo que está grabando en Granada con Los Planetas.

 

 

La heterodoxia flamenca ofrece una doble cara en los proyectos de Rosario La Tremendita y Soleá Morente. Tanto la sevillana como la granadina proceden de familias de cantaores y pisan escenarios y peñas desde que tienen uso de razón. La trianera ha sacado Delirium tremens, el que se rodea de un voraz sexteto con metales, coros y palmas, en un disco de cante sin guitarra. Trompeta y trombón a compás. Un repertorio jazzístico que se electrifica y radicaliza en vivo. Nominada a los Grammy Latinos en dos ocasiones, su tercer álbum encaja a Bill Evans en la soleá de Triana, a Juanito Valderrama en una serrana o los trabalenguas de El Chaqueta en textos inspirados en Wirginia Wolf o Anne Sexton. Soleá Morente, por su parte, y como señalamos en EFE EME, persiste en la educación de su padre para ampliar horizontes en Ole lorelei, su oxigenante acoplamiento con Napoleón Solo y Lorena Álvarez. Muy pop, afrancesada y aflamencada. No extrañaría que en breve sintonizara con Cathy Claret. Algo se está moviendo.

 

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