Esta sí es manera de decir adiós: Diez grandes discos de despedida

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Hay despedidas programadas, despedidas previstas y otras inesperadas. Fernando Ballesteros escoge diez discos brillantes que supusieron el epílogo de sus autores, de David Bowie a Joe Strummer.

 

Selección y texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

A veces los últimos capítulos de una trayectoria son los mejores. Ha ocurrido a lo largo de la historia con muchos artistas. Algunos lograron despedirse desde la madurez (y la conciencia de la marcha), como David Bowie, pero otros han visto como sus últimos episodios discográficos han puesto final a carreras que podrían haber durado más y que se vieron interrumpidas de forma definitiva e inesperada.

En las siguientes líneas desfilan músicos que crearon hasta el último minuto viendo ya de cerca a la muerte. Sí, así de crudo y casi heroico. Pero también están aquellos a los que el trágico desenlace sorprendió en plena juventud y cuando apenas despegaban. También hay espacio para grupos que lo dejaron con buenos elepés porque quisieron poner el punto final en su mejor momento, por cansancio o porque creyeron que ya lo habían dicho todo.

Vamos con diez grandes finales.

 

1. David Bowie: “Blackstar” (Sony, 2016).
Recuerdo algún debate durante los días posteriores a la muerte de David Bowie. El entusiasmo por “Blackstar”, el disco que publicó apenas tres días antes, era rebatido con el argumento de que tantas alabanzas estaban muy condicionadas por lo que había pasado. Partiendo de la base de que no se puede separar un disco de su momento y de todo lo que rodea su publicación, ha pasado tiempo —tampoco demasiado, dos años— y mi opinión no ha cambiado.

Aquellas siete canciones sintetizaban el año y medio que el artista había vivido desde que le diagnosticaron un cáncer de hígado mortal. Por el doloroso camino, Bowie creó prácticamente contra el crono y sin la certeza de poder finalizar la obra. Lo consiguió: llegó a la meta y lo editó el día de su 69 cumpleaños. Emocionante.

“Mira hacia arriba, estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no pueden ser vistas” son las primeras frases de ‘Lazarus’. La imagen del vídeo, con David tumbado en la cama, pone los pelos de punta. Y así todo, porque el disco rebosa emoción, pero también talento y las ganas de un artista por seguir explorando hasta el último minuto. Los momentos más Scott Walker que jamás se le habían escuchado a Bowie redondean un album colosal.

‘Lazarus’ y los diez minutos de ‘Blackstar’ son el centro neurálgico de una obra en la que hay espacio para rebajar algo la tensión en ‘Dollar days’ o en ‘Girl loves me’. En cualquier caso, su última voluntad musical, estos cuarenta minutos de arte, supone un suculento testamento. Si continuase vivo, seguramente nos hubiéramos emocionado menos escuchándolo, pero “Blackstar” seguiría siendo un discazo. Difícil, oscuro, exigente… pero discazo, al fin y al cabo.

2. Leonard Cohen: “You want it darker” (Columbia, 2016)
El caso de Leonard Cohen recuerda al de Bowie. El canadiense ya tenía terminado “Your want it darker” cuando hizo que se dispararan las alarmas. La culpa la tuvieron las palabras que se publicaron en un artículo en “The New Yorker” en el que decía con toda la crudeza: “Estoy listo para morir. Espero que no sea muy incómodo. Esto es todo para mí”.

Había repasado con el Pulitzer David Remnick toda su carrera en el salón de su casa angelina y aquello tenía sabor a despedida. Con ese panorama, quien más quien menos hizo frente al álbum con la inevitable sensación de que podía ser el último. Tanto fue así que él mismo tuvo que salir al paso para, con ironía y tratando de quitar hierro, aclarar que siempre había sido un poco dramático y que tenía intención de vivir para siempre o, por lo menos, hasta los ciento veinte años. Pero los peores presagios se cumplieron: apenas unas semanas después de la publicación del disco, Cohen nos dejó. “You want it darker” era su adiós y éste se respiraba desde el inicial verso ‘I’m ready my Lord’. El primero de muchos, porque el álbum está repleto de la poesía con la que Leonard deleitó a sus fans durante cinco décadas.

El disco tiene el sabor de las obras clásicas de su autor y constituye un broche de oro a su trayectoria. Cohen tuvo la capacidad de organizar su despedida y, como no podía ser de otra forma, estuvo a la altura. Igual que Bowie, cerró el círculo. Lo que no pudieron disfrutar fue la respuesta entusiasta que generaron y los premios cosechados.

3. Ramones: “Adiós amigos” (Radioactive Records, 1995).
He aquí una despedida programada y bonita. Por eso aparece en esta lista. Porque está claro que “Adiós amigos”, el último disco de los Ramones, no está entre sus mejores trabajos, para la inmensa mayoría de sus fans. En 1995, no es que lo hubieran dicho todo, es que lo habían dicho ya muchas veces, aunque no nos hubieran importado unas cuantas más.

En cualquier caso, es una obra más que digna y supone un bonito broche a su trayectoria. Siguieron visitando canciones ajenas, una costumbre que habían llevado al extremo en el anterior, “Acid eaters”, compuesto exclusivamente de versiones. Su último disco se abre con el ‘I don’t wanna grow up’ de Tom Waits, que llevan a su terreno sin pestañear. Entre las trece canciones aparece ‘I love you’ de J. Thunders, y la voz de Joey le da una nueva dimensión.

No hubo tiempo para que estos temas cobraran mucha vida en directo, pero ‘Makin monsters for my friends’, ‘Life’s a gas’ o ‘Scattergun’ no hubieran desentonado en el desenfreno de sus actuaciones y demostraban que seguía latiendo rock and roll en la máquina neoyorquina. Daba igual, lo habían decidido, aquel era su último disco y unos cuantos bolos después el grupo era historia.

Y ya que de despedidas hablamos, con todos los miembros de la formación original ramoniana fallecidos no conviene pasar por alto otro adiós sonado: el de Joey Ramone. El vocalista debutaba en solitario en 2002 con el también maravilloso título “Don’t Worry About Me” que cobraba un sentido más que especial, teniendo en cuenta que la voz del punk rock había muerto en 2001 y ni siquiera pudo ver publicado su trabajo.

4. The Georgia Satellites: “In the land of salvation and sin” (Elektra Records, 1989).
Cuando los Georgia Satellites editaron su tercer disco, el grupo ya había disfrutado las mieles del éxito. ‘Keep your hands to yourself’, el single extraído de su debut, había escalado un par de años antes en las listas, los sonidos rockeros hacían fortuna y aunque su factura era bastante más clásica que muchos de aquellos con los que compartieron saco, parecían llamados a reeditar esos momentos de popularidad.

La respuesta de los de Atlanta fue, además, colosal. “In the land of salvation and sin” es, sin duda, su trabajo más completo, una apuesta ganadora. O eso parecía. El propio Dan Baird reconocía años después que su segundo álbum, “Open all night”, contenía canciones de las que no estaba orgulloso y que para el siguiente asalto se propuso que solo hubiera grandes temas. Un trabajo urdido mientras pasaba por una complicada etapa personal y grupal que se tradujo en los textos tristes que adornaban sus tonadas rockeras y a veces festivas.

Durante la grabación, Baird ya sospechaba que aquel iba a ser el último disco del grupo. La tensión se cortaba entre sus miembros y él decidió que se despediría a lo grande. El resultado es un ramillete de canciones variadas, sonidos acústicos, baladas emotivas —y tristes—, rock and roll acelerado… Un festival de una versatilidad en la que les influyó la gira con Tom Petty. Baird le veía como un ejemplo de libertad y autoafirmación que le ayudó a ampliar horizontes y parir canciones como ‘All over but the cryin’’ que hubiera sido muy difícil escucharle un par de años atrás.

Más allá de alguna reunión sin Baird, los Georgia clásicos pasaron a mejor vida: Rick Richards se embarcó con Izzy Strandlin y sus Ju Ju Hounds y Dan comenzó una magnífica carrera que conviene no perder de vista y que amplía cada año con su frenética actividad de ilustrismo obrero del rock and roll.

5. Gram Parsons: “Grievous angel” (Reprise Records, 1974).
En sus escasos 26 años de vida, a Gram Parsons le dio tiempo a hacer mucho y muy bueno. Su broche fue de oro. Cuando comenzó a editar en solitario, en su currículum ya figuraban International Submarine Band, los Byrds —junto a los que creó aquella obra maestra que fue “Sweetheart of the Rodeo”— y los Flying Burrito Brothers, un camino en el que fue poniendo las bases del country rock cuyos frutos recogerían otros. Eso, sin contar la influencia que ejerció en los Stones de “Exile on Main Street” a través de su amistad con Keith Richards, con quien tenía muchas cosas en común y a quien introdujo en las bondades del folk.

Gram había debutado como solista con “GP”, y cuando vio la luz este segundo y último disco, “Grievous angel”, ya no vivía. Le mató un cóctel de heroína, morfina y alcohol en la habitación de un motel de Joshua Tree. Su disco póstumo era un catálogo de todo lo bueno que Parsons había ido dejando por ahí desperdigado en los años anteriores. Canciones emotivas en las que la voz de la maravillosa Emmylou Harris constituía un valor añadido. ‘Hearts on fire’ o ‘Love hurts’ eran buenas pruebas y la voz de Linda Ronstadt en ‘In my hour of darkness’ ponía un brillante punto final.

El disco supera a su predecesor y cuando aumenta revoluciones en ‘I cant’t dance’ o en ‘Ooh Las Vegas’, también se hace querer, demostrando todo el talento que atesoraba este mito y eterna referencia del rock de raíces que no conoció el éxito masivo en vida —el disco apenas se metió en el top 200 en USA—, pero cuyo culto no ha hecho más que crecer.

6. Roy Orbison: “Mystery girl” (Virgin Records, 1989).
A Roy Orbison le persiguió la mala suerte. También podíamos haber empezado con otra evidencia y es que primero fue el éxito. Caminando desde el country hasta el rockabilly, alcanzó el reconocimiento masivo con unas maneras que alcanzaban su punto álgido en las baladas, como ‘Only the lonely’ en 1960.

Los primeros años 60 fueron de éxito: ‘Crying’, ‘It’s over’, ‘Candy man’ y una ristra de títulos entre los que sobresalió ‘Pretty woman’. Era tal su fortaleza que incluso resistió los primeros temblores sísmicos de la invasión británica que, no obstante, terminó llevándoselo por delante, como a tantos otros. Lo peor es que el descenso de popularidad vino acompañado de la desgracia, ya que en 1966 moría su mujer Claudette en un accidente de moto, y sin tiempo para levantar cabeza, dos años después perdían la vida dos de sus hijos en el incendio de su casa.

Fueron años negros y de olvido. Un ostracismo del que parecía que nunca saldría. Pero los milagros ocurren, y aunque el cine también le rescató para el gran público, su segunda y brillante vida artística llegó de la mano de los Travelling Wilburys, el mejor supergrupo de la historia. Allí, junto a Harrison, Lynne, Dylan y Petty —que alguien lo supere— volvió a brillar su melancolía.

El interés por su figura se reactivó y llegó a una nueva generación. El resultado fue “Mystery girl”, su último Álbum, una obra con canciones como ‘You got It’ otro clásico para su cancionero, ‘A love so beautiful’ o ‘She’s a mystery to me’ escrita por Bono y The Edge para él. Otra vez el éxito, pero esta vez llegó antes la mala suerte, pues Roy no lo pudo ver publicado. Murió semanas antes, el 7 de diciembre del 88, a consecuencia de un infarto que acabó con su vida y con el renacer artístico que estaba viviendo a sus 52 años.

7. Joy Division: “Closer” (Factory Records, 1980).
Menos de dos semanas necesitaron los chicos de Joy Division para grabar “Closer”. Una obra maestra póstuma, porque el 18 de mayo de 1980, Ian Curtis decidió marcharse de este mundo.

“Unknown pleasures” había sido un debut mayúsculo, pero “Closer” es un poquito más en todo. Es aún más oscuro, más arriesgado, más doloroso y me atrevo a decir que tiene mejores canciones. Aquí hay menos punk y mucha más experimentación. Desde ‘Atrocity exhibition’, la máquina angustiada se pone en marcha y abrasa cada segundo de grabación. ‘Isolation’, ‘Passover’, ‘Colony’ y su sonido pesado, sufrimiento, referencias literarias… bienvenidos a un mundo que podía dar ya pistas del futuro de Ian Curtis.

No fue necesario sacar conclusiones, porque cuando el mundo escuchó “Closer”, Ian ya no estaba entre nosotros. Años más tarde conocimos de primera mano, gracias al testimonio de su esposa Deborah, lo que estaba sucediendo en aquella cabeza.

8. Jimi Hendrix: “Electric Ladyland” (Reprise Records, 1968).
Jimi Hendrix fue un trueno que duró tres discos de estudio. El último de ellos, “Electric Ladyland”, es una maravilla que ejerció una influencia poderosa en muchos de los que a partir de entonces se hicieron con una guitarra. El disco amplía el horizonte de Hendrix con grandes canciones —ahí no hay novedad respecto a sus predecesores— y espacio para la experimentación, búsqueda de nuevos sonidos y rienda suelta a aquello que se le pasaba por la cabeza.

Para que todo eso tenga cabida, tira de formato doble, como ya había hecho su admirado Dylan, del que aquí se marca un ‘All along the watchtower’ que le mira a los ojos al original.

Por el estudio de Nueva York que acogió la grabación, rebautizado como Electric Ladyland, se pasaron músicos como Steve Winwood de Traffic, Al Kooper o Jack Casady de Jefferson Airplane. No había límite de tiempo para crear, él propio Jimi había construido su propia guarida para reducir costes en las grabaciones y no tener que preocuparse de lo desmesurado de la factura.
Finalmente, el 19 de octubre de 1968 salía a la venta el álbum, a la postre el más vendido de su producción y el último en estudio que pudo ver publicado antes de morir el 18 de septiembre de 1970.

9. Leño: “Corre, corre” (Chapa Discos, 1982).
Para preparar su tercer disco, Leño se fueron a Londres y allí, con Carlos Narea a los mandos, perfeccionaron la fórmula. Sin los largos desarrollos de su debut ni los teclados de su segundo trabajo, “Corre, corre” es, probablemente, su mejor colección de canciones, con estribillos que son consignas y títulos que se convirtieron en himnos.

Tras la transición de su disco en directo y el agridulce sabor de boca de “Más madera”, el colofón de su carrera iba a poner las cosas en su sitio. Allí había potencial para sonar en las radios. ‘Corre, corre’ y ‘Que tire la toalla’, con su crítica mordaz al poderoso, no eran solo carne del rockero urbano de barrio madrileño, sino de media España que las coreaba con entusiasmo. ‘Sorprendente’ y ‘No se vende el rock and roll’ silguen emocionando como el primer día y ‘La fina’… y las ocho que integran el disco. Es que no tenía desperdicio.

Su popularidad no dejó de crecer. Formaron parte del cartel del “Rock de una noche de verano” de Miguel Ríos y después, el final. Leño se convirtieron en uno de los mejores ejemplos de grupo que lo deja en su mejor momento. Es posible que tuvieran la sensación de que lo habían dicho todo, que había que buscar nuevos caminos. España cambiaba a velocidad de vértigo y se avecinaban nuevos tiempos también en nuestra música. Podríamos seguir especulando hasta el infinito, pero lo único cierto es que en 1983 dejaron de existir y se convirtieron en una leyenda del rock en español.

10. Joe Strummer: “Streetcore” (Hellcat Records, 2003).
Joe Strummer cumplió cuarenta años en Granada. Aquel 21 de agosto del 92 no andaba fino de ánimo. No vivía su mejor momento, y su carrera tras la ruptura de los Clash, la banda de su vida, no terminaba de despegar. Su buen amigo Jesús Arias contó en más de una ocasión cómo transcurrió aquella tarde, cuando la mujer de Joe le dijo que le animara, que lo necesitaba.

Aquel día lo terminó feliz, cantando ‘Jimmy Jazz’ con un músico callejero que le negaba —al final de coña, claro— que fuera Strummer. Pero a lo que íbamos: había llegado a Granada de bajón porque sentía que la mediana edad y su crisis atacaba y él no había hecho nada. De acuerdo, había formado uno de los grupos más importantes de la historia de la música, pero la mente es así de puñetera a veces.

Strummer no había encontrado su sitio tras los Clash. Sus pasos habían sido erráticos y muy lejanos de los días de gloria. No fue hasta los Mescaleros que pareció sentirse pleno, con un proyecto que estaba llamado a tener continuidad y buenos frutos. Lo triste es que no pudo ver publicado el que hubiera sido su tercer disco, sin duda el mejor y lo más destacado que grabó tras la disolución de los Clash. Había montado una banda sólida y disfrutaba junto a Tymon Dogg. Nunca volvería a ser un ídolo de masas, pero no parecía importarle. Había encontrado su propio lenguaje, que plasmó en ‘Streetcore’, un disco que, lamentablemente no pudo ni terminar de grabar.

El 22 de diciembre de 2002, Joe murió de forma repentina. “Streetcore”, más que un álbum propiamente dicho, es una recopilación de las canciones en las que trabajaba en aquel momento, pero eso no lastra el brillante resultado. ‘Coma girl’, ‘Get down moses’ o ‘All in a day’ son motivos de sobra que demuestran el buen momento artístico que vivía y cómo había sabido amalgamar sus múltiples inquietudes. Todo terminó como había comenzado más de un cuarto de siglo atrás: con canciones, con grandes canciones.

 

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