Zenet: «Quería poner la electrónica a disposición de lo orgánico»

Autor:

«Hay momentos en los que la voz se queda sola y hay por debajo una atmósfera oscura muy trabajada»

 

Bebiendo de la tradición y con la elegancia por bandera, Zenet incluye herramientas electrónicas en su nuevo disco, La estación del momento, en el que trabaja con poetas contemporáneos. Javier Escorzo charla con él.

 

Texto: JAVIER ESCORZO.
Fotos: MARTA AGUILAR CEREZO / CÉLINE BESLU.

 

La estación del momento es el título del nuevo álbum de Zenet. En él pone música a varios poetas contemporáneos y fusiona la electrónica con los instrumentos orgánicos. Un proyecto ambicioso que ha requerido de un largo proceso de trabajado conjunto. Una vez escuchado el resultado, al malagueño le sobran los motivos para sentirse satisfecho, pero no se duerme en los laureles y sabe que este tren le llevará, irremediablemente, al siguiente disco.

 

¿Cuál es el germen de La estación del momento? En entrevistas que hiciste con tus dos discos anteriores, hace varios años, ya adelantabas que querías grabar un disco más experimental.
Recuerdo que comimos con Santiago Menéndez-Pidal, que ahora es el presidente de mi editorial, Warner Chapell; el que lo era entonces, Juan Ibáñez, que fue mi primer valedor; y Javier Liñán, el director de mi discográfica independiente, El Volcán. Hace ya varios años de esto, pero allí me preguntaron qué tenía pensado hacer, y yo les expuse tres proyectos. Uno era hacer boleros, una especie de estudio antropológico musical. Otro era un disco de duetos que quería aprovechar para meterme en otros territorios sonoros y llegar así también a otros públicos. Y el tercero era hacer algo más experimental. Me propusieron empezar por uno, y grabamos el de boleros, La guapería, con el que nos dieron un premio maravilloso en Cuba, el Cubadisco al mejor disco extranjero. Durante la pandemia hicimos el de duetos, Zenetianos, que vino al dedillo con el hecho de estar encerrados, con toda su filosofía interna de hacerlo gratuito en el canal de YouTube, porque era un disco para ser escuchado y también para ser visto. Y por fin ha llegado este, que se estaba mascando desde entonces.

 

¿Tenías claro desde tan atrás cómo querías que fuese el disco?
No sabía bien cómo hacerlo. Me dejé aconsejar por Pepe Rivero, que fue quien me llevó al productor musical, Kumar Sublevao-Beat. Es muy curioso, porque él se promociona diciendo que hace afro beat. Ha grabado discos en Senegal, en Francia… Trabaja mucho con la música africana beateada. En un principio pensé que me iba a quedar bastante lejano, pero Pepe me animó a probar, me dijo que lo que hacía era poner la electrónica al servicio de lo que yo cantase. Y efectivamente, así fue. Establecimos una serie de referencias, hicimos una playlist. Yo tenía distintos colores a los que me quería acercar, desde el low fi y poner loops antiguos que sonasen como una vieja radio estropeada, hasta el funk de Cimafunk, así de loco. Ahora veo que todas esas referencias están en el disco. No fue fácil destilarlas y unificarlas.

 

Los textos son poemas de escritores contemporáneos. ¿Cómo has hecho la selección? ¿Buscabas alguna temática concreta?
No buscaba una temática concreta. He llenado estanterías enteras de libros de poesía. Siempre me ha gustado mucho, yo soy más de la generación del 27, por ejemplo. Pero me propuse ver lo que se cuece hoy, y la verdad es que se cuecen muchas cosas. No todo es bueno, por supuesto, pero la juventud sigue escribiendo. En Instagram, por ejemplo, hay mucha gente que escribe, y las editoriales se han puesto a publicar, hay ediciones de bajo coste muy interesantes. He buscado mucho. Ya conocía a algunos de los poetas que aparecen en el libro, como Chipi de La Canalla, con el que llevaba mucho tiempo queriendo hacer algo, o una de mis debilidades, Alexis Díaz Pimienta, el rey de la improvisación. O a algunos otros de ese pequeño grupo de WhatsApp al que tuve el honor de entrar gracias a El Kanka, que se llama Guasa Decimal, donde hay gente como Jorge Drexler, el propio Alexis, que hace de gurú, Tito Muñoz, que ha trabajado con Serrat y también está en el disco… También quería meter sangre fresca. Abrí la mente y empecé a descubrir gente que me parecía interesante, como Nica Sobri.

 

No te has dedicado a poner música a esos poemas. Has trabajado con los autores.
No quería limitarme a musicar un poema, por lo que necesitaba poemas que fuesen susceptibles de poder ser desarmados. Es decir, que las células que componían las estrofas pudiesen reconvertirse, porque a veces me venía bien utilizar un soneto, como es el caso de Steward Mondini, con el que hice “Término medio”. Necesitaba que el poeta me dejase reconvertir su poema. A partir de esa ductilidad yo entraba al trapo en un trabajo al alimón con el poeta. Los poetas que no permitían un cambio quedaron en el camino, igual que los que tardaban mucho en contactar. Juanlu Mora, autor de La estación del momento, vive en Madrid y se venía a casa y nos poníamos a tachar cosas y a reescribir. O Alexis Díaz Pimienta, que como es el rey del repentismo, según le decías lo que querías, te hacía la sustitución sobre la marcha que encajase en la métrica que buscábamos. O Magdalena Lasala, con la que hicimos el electrotango “Amarte”; yo le decía que se fijase en la estructura de un bolero o de una canción pop, para que viese cómo se hace una cuarteta y cómo se hace un estribillo. Aunque, en la mayoría de los casos, los estribillos los he tenido que inventar yo, porque eso no existe en poesía. Yo intentaba hacer síntesis de la síntesis, quitar hipérboles, quitar adjetivación, quitar el peso y el ruido para dejar el haiku. A partir de ahí, el estribillo es el haiku de la canción. Ha habido mucho trabajo para sintetizar el mensaje de la canción en un estribillo que se pudiera repetir.

 

 

O sea, que eran textos más amplios que tú has ido podando para que encajasen en el formato de canción.
Eso es. En el caso de Magdalena Lasala, llegué a podar una primera parte de la canción hasta conseguir al estribillo, y le pedí que me hiciera un espejo invertido con la misma estructura. Así hicimos la canción. Yo solo hice unas pequeñas rectificaciones con algún adjetivo y algún sustantivo para que cuadrase la rima perfecta, y ella me lo permitió todo.

 

La temática principal es el amor, visto desde distintos puntos de vista: el amor carnal, el amor platónico, eso que llaman ahora poliamor… Aunque también hay una visión más social en algunas canciones como “Automático”.
Sí. Hay varias canciones que tienen una visión más personal. Una de ellas es, como bien dices, “Automático”, que es la única que es una versión, es de Jonathan Pocoví y la he reconvertido en un nuevo soul. Es la reflexión de un tipo que va a la fábrica todas las mañanas. Tiene una frase que he reconvertido y a la que le he dado mucha potencia, que es «hay que abrirse camino hacia la luz». En la versión de Jonathan pasa más desapercibida, yo la he puesto con un coro al final para darle un cierre feliz. Luego está “Cóctel molotov”, que es como un diario personal hecho por Tito Muñoz. Pedí a algunos poetas que hablásemos de polaridades, me parecía interesante, y Tito llega a ese contraste entre el tú y el yo. Así surgen las cuartetas que terminan en ese estribillo fantástico: «Te dejo con lo tuyo, me quedo con lo mío que es lo nuestro».

 

Esa polaridad también se ve en “Término medio”, que tiene una frase que me ha llamado la atención: «Estoy en el término medio del desfase».
Sí, es como una especie de limbo, es verdad, que no sabes exactamente dónde estás. Hay que prestar mucha atención a Steward Mundini, está madurando muy bien, está ganando muchos premios y le están publicando en buenas editoriales. Va a hacer cosas muy interesantes, igual que Juanlu Mora, que está en Arscesis. Para mí, una de las mejores editoriales de poesía, con un papel exquisito y un gramaje espectacular. Las portadas son exclusivas, las diseña un ilustrador a mano.

 

Musicalmente, introduces la electrónica, que tiene mucha importancia, pero queda en un segundo plano, no llega a comerse las canciones.
En parte sí, pero en parte también está todo el trabajo de Kumar, que tiene todo un banco de sonidos inmenso. Ha utilizado mucho el subgrave, ha sabido meterlo muy bien. Hemos cogido samplers de cosas como un rallador de queso en “La estación del momento”, o como los golpes que Lila Horovitz le pega al contrabajo, que han sido cortados, sampleados y beateados. Toda esa cama que hay debajo de las canciones, en mayor o menor medida, es un trabajo que ha hecho en su casa Kumar, la ha ido trabajando capa tras capa tras capa.

 

Es cierto que la electrónica tiene mucho peso, pero no diría que este sea un disco de electrónica. Está muy bien mezclada con los instrumentos tradicionales.
La idea que teníamos era poner la electrónica a disposición de lo orgánico, de mi voz. Es muy interesante, hay canciones como “Molotov”, en la que suena un bombo absolutamente electrónico que parece el corazón de una máquina; o “Automático”, en la que se escuchan marcianitos de las máquinas de vídeo juegos a las que jugábamos antes. Es muy curioso cómo está hecho todo. La mezcla, que la ha hecho Caco Refojo, es maravillosa. Y lo fundamental es el oído de Kumar, cómo ha respetado los elementos orgánicos y cómo ha ido añadiendo todos los elementos que hay detrás, en distintas intensidades, para que no molesten al elemento principal. Ha hecho una labor muy elegante.

 

Mencionabas antes que compartes grupo de WhatsApp con Jorge Drexler, y he encontrado paralelismos entre algunos detalles de este disco y otros del suyo, Tinta y tiempo.
Sí, hay una parte ahí. «Tocarte, tu, tu, tu. Tocarte» [tararea y marca el ritmo]. Puede ser, sí. En la playlist que hicimos, solamente al final, cuando estábamos hablando de la forma de producir el sonido, llegó la referencia de Drexler. Pero durante los nueve meses que estuvimos trabajando, hablábamos de muchas cantantes jóvenes de ahora que están producidas de esta manera, y cuya voz está perfectamente colocada en primer plano. Voces muy bonitas, muy potentes, de buenas cantantes; varias de la escena argentina, por ejemplo, que trabajan con productores que tienen veinticinco años y que son totalmente desconocidos. Yo pensaba en escenarios oscuros, y ahí ha sido de gran ayuda Kumar, porque yo no sabía ni cómo entrar ni cómo salir, pero él ha conseguido esa oscuridad en “Quédate con tu moneda”, en “Molotov”… Hay momentos en los que la voz se queda sola y hay por debajo una atmósfera oscura muy trabajada, es como una cueva en la que uno reflexiona sobre cosas muy potentes.

 

«Ya estoy dándole vueltas al próximo disco, tengo una espinita clavada con el blues»

 

Dame alguno de esos nombres que utilizabais como referencia sonora.
Hubo muchísimos. Por ejemplo, la cantante argentina Cazzu, que la conocí por la banda sonora de la serie El reino, en la que cantaba una canción que se llamaba “Sobre mi tumba”. Me parecía muy interesante cómo conseguía la oscuridad Billie Eilish, prácticamente solo con su voz, casi sin cantar, lanzando las tonalidades en un nivel muy presente con la música muy atrás, creaba esa oscuridad que yo quería alcanzar. O Nana Mendoza, a la hora de hacer un funky pop muy elegante, casi blanco. Durante la pandemia hice una versión de su tema “Suave”, para mí era una referencia de funk suave, con toque soul…

 

Citas mucho la labor de Kumar Sublevao-Beat, el productor, y la verdad es que ha hecho un gran trabajo. ¿Fue fácil la colaboración?
Es difícil, tienes que buscar cosas en común con alguien a quien acabas de conocer. Vas a estar muy apretado, muy poco tiempo, compartiendo muchas horas… Soy muy perfeccionista, y no puedes invadir la vida de los demás. Hacía falta un nivel de implicación muy alto. Le reconozco que se haya dejado invadir, en el mejor sentido de la palabra, para poder llegar a entendernos. Este no era un trabajo de encargo, había que hacer algo más profundo, tenía que implicarse totalmente.

 

Una cosa que me gusta del disco es que se escucha todo muy bien, cada detalle, cada instrumento… Pasan muchas cosas, pero hay mucho aire, puedes observar bien cada una de ellas.
Sí. Hemos tenido muchas horas de escucha para eso. También te digo que las mayores y las mejores discusiones las hemos tenido ahí, hablando sobre el resultado final. Había que ir puliendo todo, en algunos momentos había que quitar peso y densidad para que el mensaje quedase más claro. A veces lo proponía Kumar y a veces lo proponía yo. Yo tenía muy claro que quería que el mensaje se entendiera bien, porque, con tantos elementos, corríamos el riesgo de que todo quedase demasiado abstracto, de que quedase un mapa extraño del que no se pudiese salir. Yo quería clarificar los episodios a nivel narrativo: planteamiento, nudo y desenlace. Esa narrativa tenía dos protagonistas: por un lado, los textos y la voz, y por otro lado, la música. Esos dos protagonistas son independientes, pero tenían que ir perfectamente sincronizados. Le hemos dado muchas vueltas a eso.

 

Veo en los créditos que en “Dieta de besos” ha participado Susan Santos. ¿Es la guitarrista de rock y de blues?
Sí, es ella.

 

Me ha sorprendido, porque el disco no va por esos estilos.
Me la presentó Lila Horovitz, la contrabajista. Me parecía interesante meter una guitarra eléctrica, quería algunos riffs que no fuesen con la acústica. Ahí está mi punto con el low fi, hemos utilizado pianos rotos, pianos antiguos, guitarras eléctricas, Gibson o Stratocaster antiguas, loops cortados y vuelta a empezar, como su fuera un disco rayado. Me gustaba eso. Ese es el germen de Dieta de besos. Quedamos un día, le pedí un riff, llevé el texto de Alexis Díaz Pimienta y le dimos forma ese mismo día, en un par de horas.

 

¿Cómo piensas trasladar un disco con tanto detalle a los directos? ¿Vas a llevar cosas programadas?
Llevamos muchos ensayos. Eso ha sido mucho trabajo, también. Le hemos dado muchísimas vueltas. No todo lo que está en el disco vale para el directo. Hemos quitado algunos elementos, hemos dejado los más importantes y hemos reconvertido las partes de vacío, lo que serían zonas de espera haciendo unas marcas rítmicas, porque lo que no queremos es llevar auriculares. La electrónica es un instrumento más y la estamos escuchando por los monitores. El tema, desde que empieza hasta que termina, tiene más o menos electrónica, y está adaptado por completo para el directo.

 

Cambiando radicalmente de tema, quería preguntarte por otra actividad que estás desarrollando, y es la terapia musical para luchar contra las adicciones.
No solo para adicciones. Mi tesis escrita es sobre la pertinencia de la aplicación de terapias artísticas para drogodependencias, porque yo soy terapeuta en drogodependencias. Escribí esa tesis como una confluencia natural, estudié Arteterapia y Musicoterapia, lo terminé con el Instituto Superior de Estudios Psicólogos, el ISEP. Terminé mis prácticas en tres institutos de drogadicción y después escribí la tesina. Ahora estoy empezando a hacer arteterapia y musicoterapia, no solo para drogodependencias, también para cualquier persona, porque es un elemento fantástico para la autotransformación y el autoconocimiento. En España todavía no se conoce la capacidad de estas herramientas para la curación y el autoconocimiento. Estoy en el gabinete de la psicóloga que fue la directora de mi tesis, que también estuvo en el gabinete que me examinó. Ella me ha dado la oportunidad y estoy encantado. Intento no mezclar mis dos perfiles en las redes sociales, no quiero que se confundan. Aunque en este país, el heterodoxo siempre ha tenido más problemas, no hay confianza en alguien que hace dos o tres cosas diferentes, parece como que tiene que demostrar que las hace bien.

 

Para terminar: ahora estás en la estación del momento, ¿dónde crees que te va a llevar este tren?
Al siguiente disco. Siempre al siguiente disco. Ya estoy dándole vueltas, tengo una espinita clavada con el blues. Hace poco compartí escenario con Lito, de la Lito Blues Band, con Tabletom… Tengo el blues muy arraigado, soy más bluesero que flamenco o bolerista. Que no te extrañe si hago algo de eso. Todavía no estoy trabajando en nada concreto, pero el germen ya está ahí.

Artículos relacionados