Y volvimos a abrazarnos, de Pablo Guerrero

Autor:

DISCOS

«Canta buscando la emoción precisa, el eco del paisaje entrevisto, la herencia campesina, el vaivén de las palabras finamente construidas»

 

Pablo Guerrero
Y volvimos a abrazarnos
AUTOEDITADO, 2021


Texto: LUIS GARCÍA GIL.

 

Pablo Guerrero es un ejemplo de resistencia dentro del muchas veces proceloso ámbito de la canción de autor. El extremeño ha construido durante décadas un cancionero de gran potencia lírica, sin naufragar ante las mudanzas que marcan los tiempos o la hostilidad de las modas y públicos cambiantes. Guerrero resiste desde aquel recital en el Olympia parisino que albergó su canción en los años setenta, siguiendo el ejemplo y el magisterio de Paco Ibáñez, hasta este presente de postrimería luminosa que marca la aparición de Y volvimos a abrazarnos, de título elocuente, con la voz y el eco pandémico marcando todo lo visible y lo invisible.

El cantautor extremeño ama la palabra y no gusta de adornarla o de envolverla en fuegos de artificio. Es un poeta que canta buscando la emoción precisa, el eco del paisaje entrevisto, la herencia campesina, la dulce metáfora, el vaivén de las palabras finamente construidas. Con la voz que le queda sublima lo pequeño, acompañándose del oficio y talento de Luis Mendo, viejo compañero de camino.

Y volvimos a abrazarnos es un disco reposado, idóneo para acompañar las tardes otoñales. Las canciones, más que cantar, se susurran, trazan su hermosa levedad minimalista con el acompañamiento musical exacto. Una de las más redondas es “Islas en bajamar”, un contemplativo carpe diem con luz de verano y letra, en este caso, de Santos Domínguez, al que Pablo Guerrero ya había cantado en su disco de poetas extremeños, Luz de tierra.

Al margen del poema de Santos Domínguez, Pablo Guerrero firma la letra y música del resto de las canciones del disco. En todas ellas late esa concreción y contención del verso madurado. Algunas poseen una inevitable melancolía, marca de la casa, como la que dibuja el chelo de Juan Pérez de Albéniz en “Hoy me conformo”, casi una letanía estoica y amorosa.

Pablo Guerrero se despoja de lo sobrante. En “Lleno, vacío”, la primera del disco, le acompaña Olga Román y muestra su querencia por los ritmos africanos. A la manera juanramoniana desnuda la palabra cantada. En “Madrid Río”, pincelada crítica, se acompaña de Depedro y en la citada “Islas en bajamar” de Rozalén. Algunas de las colaboraciones muestran hasta qué punto Pablo Guerrero es un referente para toda una nueva generación de cantautores. Como antes lo fue para Ismael Serrano, que impulsó discográficamente aquel Hechos de nubes con el que se le rindió homenaje en 2007.

Volviendo al disco, cabe detenerse en “Mitades”, que cuenta con el acompañamiento jazzístico de Christian Pérez. En ella destaca la presencia del contrabajo. La instrumentación importa a la hora de salvar el disco de una posible zona de recurrencia melódica. Es el mismo efecto que propicia el sitar en “Cercana siempre”, que es otra de esas acuarelas que Pablo Guerrero canta como si pintara un cuadro impresionista. «Pasan pájaros y sueños / por todo lo que yo miro…», dice el cantautor con aire místico, trovadoresco, que se torna helenizado y juguetón, al modo Krahe, en “Anastasía”, mezclando a Platón con las sibilas y rimando sin rubor Elytis —guiño al poeta griego— con bronquitis.

Todo el disco configura un mosaico de sensaciones cantadas, de sentimientos atemperados, que no se fuerzan. “Dile” empieza a capela, antes que entre el acordeón de Javier Palancar. Amor y naturaleza vuelven a fundirse y el lenguaje se adelgaza como en “Las palabras de Ana”, en la que Pablo Guerrero se acompaña de la aragonesa María José Hernández, voz invitada, como lo fue Javier Álvarez en “Anastasía”.

En “Abierto” la voz del cantautor extremeño parece dibujar una plegaria en el aire, con rúbrica desiderativa, y en diálogo con la trompeta de Santi Vallejo. Los contrapuntos vocales e instrumentales son importantes. En “Amiga” entra en escena la voz de Cristina Narea, una de las mejores canciones del disco con certeros pareados.

El verso de Pablo Guerrero fluye rítmicamente. En Me queda la palabra, libro de entrevistas musicales que a finales de los años setenta firmaron Ramón Trecet y Xabier Moreno, Pablo Guerrero declaró su filiación cernudiana y la voluntad de ser maldito. De Cernuda decía gustarle la frialdad aparente de sus poemas, pero provistos de un gran fuego interior. Y ese mismo fuego interior es el que recorre la mayoría de las canciones de Y volvimos a abrazarnos.

El disco se culmina con dos piezas que actúan de colofón. Una canción final, “Si estuvieras tú aquí”, en la que José María Guzmán, otro viejo compañero de camino, sustituye a Luis Mendo en la dirección musical. De ahí el guiño que Pablo Guerrero le dedica a “Linda prima”, una de las canciones grabadas por Guzmán con Solera, aquella legendaria formación setentera. Tras “Si estuvieras aquí” Pablo Guerrero desaparece vocalmente de su propio disco y le entrega a Alicia Sánchez el recitado de “Caminantes” con el único acompañamiento de la batería de Miquel Ferrer y un verso final a modo de conclusión: «El agua es agua porque tú la bebes». En esa desnudez y despojamiento final cifra Pablo Guerrero el modus operandi de un disco que rezuma esa verdad y esa difícil sencillez de quien nunca entendió la canción al margen del don mismo de la palabra poética, esa que siempre floreció de los labios del cantautor extremeño.

Anterior crítica de discos: Day / night, de Parcels.

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