¿Y si pongo otra palabra?, de Antonio Vega

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LIBROS

«Moldeadas en el cauce de sus cuidadas melodías, sus letras son hervideros de emoción, precisa fractura de los sentimientos y sello de sensibilidad»

 

Antonio Vega
¿Y si pongo otra palabra?
EDITORIAL DEMIPAGE, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

Antonio Vega es uno de los iconos del pop español, esto es indudable. Tanto en su época con Nacha Pop como en sus discos en solitario construyó una obra que ha calado, que es admirada y que sirve como referente a cientos de grupos de pop sentimental, constructores de canciones entre la pasión y la sugerencia. Sin embargo, las letras de sus canciones es lo último que se destaca a la hora de aportar virtudes. Su sensibilidad, su tristeza, su enfrentamiento al mundo de manera enérgica y melancólica a la vez se han argumentado sobre todo desde sus instrumentaciones y, a mi entender, se ha dado poca importancia a sus letras. O por lo menos no se ha sabido ponerlas en valor, como sí se hace con los que se sitúan en el terreno de los cantautores, del que Antonio Vega —todo sea dicho— no está muy lejano.

Para solventar esta querencia tan sesgada, la editorial Demipage publica un volumen que recoge todas las letras que escribió, las cantara o no. A su nombre aparecen varias canciones en la SGAE que nunca grabó, pero que quedaron registradas y que aquí aparecen, aun siendo meros esbozos. Un volumen del que sorprende, en principio, el cuidado en su edición. Desde la ilustración de cubierta hasta la originalidad en su tipografía, todo suma para hacer un libro sencillo pero exquisito. “Antes de que salga el sol” dibuja la figura de un murciélago, “Luz de cruce” se estructura en dos faros y “Desordenada habitación” expone la letra derramándola por toda la página.

Como siempre que encaro un libro de estas características, conocidas ya las canciones, valoro su talante poético; es decir, las leo como si fueran un texto autónomo, solo palabra, y con su funcionamiento autónomo. No hay muchas de sus letras que tengan consistencia para actuar solas. Hay un uso extremado de las agudas en la rima que corta la musicalidad, o por lo menos la hace demasiado evidente. Sin embargo, hay textos que funcionan con precisión de un reloj. Ocurre con “Reflejo de ti” o con “Tributo a…”, una décima clavada que parece de Jorge Guillén; décimas también son las canciones inéditas en las que remeda —casi hasta el plagio— el monólogo de Segismundo en La vida es sueño. “Agua de río” es puro Lorca y “A trabajos forzados” está construido como un perfecto soneto garcilasiano.

Y aunque la mayor parte dependen de la música, hay tramos poéticos que se vuelcan sobre retóricas conocidas. “Pueblos blancos” es una colección de haikus y “Mi hogar en cualquier sitio” es un ejercicio perfecto de estructura en antítesis. ¿Esto rebaja el valor del resto de su palabra? Ni de lejos. La musicalidad se da donde se ha de dar: en la música. Si a ello se añade la belleza de las imágenes, el resultado es magnífico.

Si me permiten que marque mi etapa favorita son los dos primeros elepés; el primero lleno de retratos adolescentes, tardes lluviosas, teñidas de leves misterios. Pero sobre todo Buena disposición está plagado de imágenes vibrantes, quizás evanescentes pero arraigadas al suelo. Un crisol de lo tangible y lo cósmico, en un grado muy menor, pero que asoma la cabeza. Los juegos de física —“agarra con las manos el tiempo” y “oigo voces a un año luz”— son reveladores y se ven matizados por un ambiente muy callejero. Plásticas y directas, “Juego sucia” o “Atrás” son puros experimentos de angustia urbana.

Aparte de eso, muchas calan en la magia y la precisión. “No puedo mirar” es el mejor retrato de los celos que se ha hecho en castellano, “Lo mejor de nuestra vida”, la más transparente visión de una ruptura y “Ser un chaval” uno de los mejores retratos de la infancia, con permiso de “Volver a ser un niño” de Los Secretos. Sea como sea, diez años después de su fallecimiento, este libro revela la precisión en la palabra de Antonio Vega. Moldeadas en el cauce de sus cuidadas melodías, sus letras son hervideros de emoción, precisa fractura de los sentimientos y sello de sensibilidad. Esenciales para quien quiera saber cómo funciona el pop español.

Anterior crítica de libros: La Quadrophenia de Pete Townshend, de Javier Cosmen Concejo.

 

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