15 canciones de amor, barro y motocicletas, de Miqui Puig & ACP

Autor:

DISCOS

«Sus canciones están hechas de toda esa sensibilidad que atesora y que le sirve para rozar siempre la canción pop perfecta»

 

Miqui Puig & ACP
15 canciones de amor, barro y motocicletas
UNIVERSAL, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Aunque lleva muchos años en el mundo de la música, Miqui Puig ya le tenía cogida la medida a las canciones desde sus primeros grupos. Porque eso es lo que sabe hacer de manera impecable: canciones. Las prepara, las viste y las saca al mundo en colecciones como la presente, fresquitas y guapas. Cada una de las quince de este disco es más sobria de lo que nos tiene acostumbrado, pero siguen siendo reconocibles, siguen habitando un mundo propio y personal entre la melancolía y los anhelos vitales; “Doulton” es un buen ejemplo. En las palabras y en los sonidos. Ya los cinco primeros segundos de “Cómics” evocan la electrónica doméstica de Family, aunque la canción pronto toma músculo orgánico y encara la pista de baile en un retrato nostálgico de ese 85 en que hacía más frío, pero dolía menos.

En “Hunos”, por otra parte, se recuerda a sí mismo y la hace sonar a “Bonito es”, creando tensión entre la excitación del pasado y la dejadez del presente. También pertenece a su mundo esa cadencia tropical que genera en “Graduado”. Y sobre todo ese aire de exquisitez que se derrama por la mayor parte de las canciones, aunque en todo el elepé son directas y básicas, con los arreglos justos y naturales. “Montjuic” es puro funky blanco y “Karaoke” lo alía con estructuras y fraseos de soul y un coro mediterráneo. En “Tinta” la elegancia ya es total y los fondos parecen sacados del Avalon de Roxy Music. En general todo tiene toda la cadencia de esa música de clase y estilo, la que va de Orange Juice a Saint Etienne.

También es experto el barcelonés en crear los mejores estribillos, esos que sin ser explosivos, van calando a cada escucha. Ahí está “Plum cake” —con texturas de Carlos Berlanga—, el imbatible recorrido por la saudade de “Chill out” o el más delicado —y cercano a La Buena Vida en sus principios— “Doulton”, ya citado. Todas ellas están trabajadas con el mimo del artesano para que rebosen buen gusto, equilibrio, luminosidad.

Seguramente es el mejor disco de Miqui Puig tras Los Sencillos, pero no piensen ni en momento en la palabra madurez. Son canciones ilusionadas, como las de cualquier joven que esté empezando, sin asomo de complacencia. Miqui Puig hace música no porque quiera, sino porque él es música: la escucha, la enseña, la difunde. Así que, al fin y al cabo, sus canciones están hechas de miles de otras canciones, de mil recuerdos, de toda esa sensibilidad que atesora y que le sirve para rozar siempre la canción pop perfecta.

Anterior crítica de discos: California son, de Morrissey.

 

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