Vinicio Capossela, levantándose la pena en noche de luna llena

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“Casi una canción por año de oficio, con la pena y el plenilunio muy presentes durante toda la velada. Con cierto regusto a limoncelo, sangría y tequila. Entre olor a salitre portuario, a tabernas ocultas, a fiestas populares y a mitología diabólica. Con la sensación de volver a sentir música popular aún viva en vivo”

 

Ante un abarrotado teatro de paisanos y españoles, el italiano recaló en Madrid y desplegó los ases de su manga en la gira retrospectiva “Qu’Art de siècle”. Allí estuvo Miguel Tébar A.

 

Vinicio Capossela
27 de octubre de 2015
Teatro Caser Calderón, Madrid.

 

 

Texto: MIGUEL TÉBAR A.
Fotos: LABUITRE.

 

 

«La música, el tiempo en música, se divide en cuartos. Por lo general el primer cuarto está en ‘golpear’ y el segundo en ‘levantar’. En lo que a mí respecta, el primer cuarto ha golpeado ya bastante, una auténtica caza en batida. Una campaña de bufonerías. Ahora espero el cambio de tiempo, y comenzar a frecuentar el “levantar“: quitar, secar, despojar efectivamente, reducir las cosas a lo esencial, que, dicen, es la gran ventaja de envejecer: aprender a distinguir aquello que es importante de lo que no lo es”. Con estas palabras anunciaba Vinicio Capossela su gira retrospectiva “Qu’Art de siècle”.

Para quien aún lo desconozca –consta que en su país así sucede–, se trata del italiano (nacido en Hannover pero con raíces en la Irpinia de Campania) que más vítores ha recibido en nuestro país en la última década. Cual vagabundo sin objetivo preciso, se embarcó a principios de otoño en una nueva nave que lo está llevando a celebrar sus veinticinco años de carrera por algunas capitales europeas –en España la de Madrid fue su segunda parada tras la de Girona–. Después de cada exhibición en directo de Capossela sus seguidores aumentan apreciablemente y la crítica especializada no duda en alabar su genio y figura, escribiendo sin prejuicio comparativos que a cualquier artista harían más mal que bien –quien suscribe esta crónica reconoce haber asistido a las bodas de plata en cuestión sin la esperanza de ser sorprendido y haber terminado aún más caposseliano si cabe–.

 

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En las butacas del readaptado para conciertos Teatro Calderón se escuchaba rumorear en italiano, lógicamente. A la salida, fueron los españoles quienes expresaban su admiración. Durante los quince minutos de espera, un escenario apretado nos avanzaba que no serían solamente sus cuatro fieles jinetes quienes harían música popular. Pero con mayúsculas, sin necesidad de entrar en definiciones estilísticas. Imaginando por un instante la fortuna de los asistentes al concierto de dos días antes cuando viesen la gran maquinaria de CaboSanRoque y olvidándolo nada más apagarse las luces y apareció Vinicio Capossela, con la máscara de Minotauro y la multitud de cencerros que desde su obra maestra “Ovunque proteggi” (Atlantic/Warner, 2006) viene exhibiendo en la delirante “Brucia troia”. Vincenzo Vasi, el ecléctico polinstrumentista y modulador (de voz y theremin) junto el guitarrista (de la escuela Marc Ribot) Alessandro “Asso” Stefana siguen estando estratégicamente colocados a la izquierda y derecha del catalizador músico.

Tras el impactante comienzo, Vinicio se va (des)vistiendo en escena: que si un sombrero de copa, que si otro de copa más alta, que si un “bearskin”, que si uno de ala ancha, que si otro de ala muy ancha, que si un “fedora”, que si uno rojo, que si una gorra… Que si recupera el chaleco de tentáculos para adentrarse durante un par de capítulos en su temático “Marinai, profeti e balene” (La Cupa / Warner, 2011), que si se saca solamente una manga de la chaqueta “como aquellos hombres de honor, con códigos, que se distinguían por su elegancia en el vestir y en la manera bohemia de comportarse” para revivir la esencia griega que le cautivó y le provocó “Rebetiko Gymnastas” (La Cupa / Warner, 2012).

Que si invita al interesante guitarrista toledano Víctor Herrero para poner un certero punto ibérico a las canciones, uniendo a Portugal y a España bajo un mismo concepto. Que si rememora su primera visita al malvendido teatro Albeniz –cuando el Festival de Otoño de Madrid no era en primavera– volviendo a invitar a Raúl Chiacchio, un argentino llamado que tocó con él la adaptación de ‘los Ejes de mi carreta’ del paisano Atahualpa Yupanqui. Que si se da el lujo de contar con el Mariachi Mezcal durante el último cuarto de concierto.

 

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Como anecdótico, por encontrase fuera de su propia discografía, fue ver al propio Vinicio relegado como oyente del conjunto mariachi durante la canción del mejicano exiliado Narciso Serradell Sevilla, con dedicatoria “a todos aquellos que no pueden poner los pies en (su) tierra” y cantar a dueto la ranchera ‘Prisionero de tus brazos’ de Antonio Aguilar, con el desastroso aunque divertido colega Tonino Carotone “mi padrino”, travestido de torero charro. O escuchar por vez primera la versión ‘Nachecici’ del pullés Matteo Salvatore “que aparecerá en mi próximo trabajo doble y folk “Canzoni della cupa’” y volver a escuchar la inédita ‘Canción mixteca’.

Casi una canción por año de oficio, con la pena y el plenilunio muy presentes durante toda la velada. Con cierto regusto a limoncelo, sangría y tequila. Entre olor a salitre portuario, a tabernas ocultas, a fiestas populares y a mitología diabólica. Con la sensación de volver a sentir música popular aún viva en vivo y que un cuarto de siglo da para mucho arte.

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