Un gusano en la Gran Manzana: Patinando sobre los derechos humanos

Autor:

 

«Se les escuchaba porque disponían de un cerebro ácido, brillante o siquiera peleón y estaban dispuestos a enfangarse en líos políticos por esa cuestión tan antigua de mantenerse fieles a unos cuantos principios»

 

El rechazo de Blondie a actuar en los juegos de invierno que organiza Rusia en Sochi, le da pie a Julio Valdeón Blanco a recordar esos tiempos en los que los músicos de rock influían en la opinión pública.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Habrán leído que Blondie se han negado a actuar en Rusia. No quieren engrosar la lista de bufones al servicio de una satrapía, coros y danzas imperiales que, como resulta habitual en el COI, ocultan vergüenzas a base de confeti. Rusia es un coto de caza de homosexuales y disidentes, el último grito en tiranías perfectamente homologadas por la «realpolitik», burbuja ultracapitalista que no respeta los códigos democráticos, quizá porque entre los Romanov y el gulag no hubo tiempo para estudiarlos. Como sea, las televisiones repiten estos días las imágenes de atletas que no saben/no contestan ante las repetidas denuncias de violaciones de los derechos humanos. Como nuestra queridísima infanta, la de la servidumbre sin papeles y las firmas por amor, les va en el sueldo ser modelo o espejo de cachorros, incapaces de articular una idea propia o evaluar un problema, dura y pura máscara que apenas sirve para aplicar photoshop a sus palabras.

Según explicaba EFE EME, Blondie han tuiteado una fotografía de la oferta que recibieron para actuar durante 45 minutos ante 25.000 personas, el 13 de febrero, en el festival Red Rocks, en la Plaza de las Medallas de Sochi. Sobre la oferta, en rotulador, escribieron Derechos Humanos. Poco después, en una entrevista para el «Huffington Post», Debbie Harry añadía: «Blondie siempre ha sido parte de la comunidad del ‘downtown’ de Nueva York, con muchos, muchos amigos que representan estilos de vida alternativos. Nos sentimos muy unidos con esas amistades y socios, y nos enfermaría participar en un lugar donde los prejuicios resultan evidentes».

Cuando lees cosas así recuerdas que durante mucho tiempo pareció que los músicos de rock and roll, algunos, influían en la opinión pública. Se les escuchaba porque, a diferencia de los ídolos de la moda o el couché, disponían de un cerebro ácido, brillante o siquiera peleón y estaban dispuestos a enfangarse en líos políticos por esa cuestión tan antigua de mantenerse fieles a unos cuantos principios. No se trataba de cambiar el mundo, sino, al menos, de no ejercer a tiempo completo de cerdos codiciosos o mamporreros del príncipe, expertos en la siempre viscosa equidistancia. Con frecuencia metían la pata y/o tomaban decisiones injustas, pero aprendías a quererlos. Al menos no vivían según el modelo de conducta patrocinado por un mendaz diseñador de calzoncillos, un vendedor de refrescos o un estratega comercial al servicio de un banco.

Yo ya sé que nuestros músicos no pueden boicotear unos juegos olímpicos porque primero necesitarían que los inviten, y nadie va a invitar a unos sujetos invisibles a nivel internacional y, ay, nacional, respaldados por una industria en llamas y cuyo público, hablo de gente que compra lo que consume, puede equipararse, en términos cuantitativos, al de potencias culturales tipo Andorra. Aunque hubiera sido bonito que en España alguien, un valiente, hubiera dicho algo al respecto. No sé, acaso avergonzar un poco a esos esquiadores, patinadores, etc., que de tan obedientes callan como putas respecto a unas políticas dignas del Santo Oficio.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Mike Bloomfield, la merecida recuperación del genio de la guitarra.

Artículos relacionados