Un gusano en la Gran Manzana: Las siete vidas del gato Johnson



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“Cuando ya estaba todo perdido, cuando ya solo quedaba plegar velas, hacer testamento y pagar el nicho, a Johnson lo absolvió la ciencia”

 

La inesperada recuperación de Wilko Johnson, que acaba de pasar de gira por España, y la polémica racista de los Oscar llegan al gusano neoyorquino de Julio Valdeón.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

 

–2 de febrero
Wilco Johnson por España. Le entrevista Luis Hidalgo en “El País”. Las noticias de su muerte, como las de Mark Twain, fueron francamente exageradas. El tumor que lo liquidaría en diez meses era operable. Ahí está el tío, puro nervio, rock and roll para las venas, como un torbellino. El disco que hizo con Roger Daltrey, “Going back home”, un proyecto aplazado que recuperaron ante la inminencia del fin, es uno de los trabajos más emocionantes de los últimos años. Fibroso, corajudo, efervescente y lírico. Caramelos eléctricos y mazapán en llamas brotan de unas canciones arrebatadas y excitantes. Cuando ya estaba todo perdido, cuando ya solo quedaba plegar velas, hacer testamento y pagar el nicho, a Johnson lo absolvió la ciencia. Eso que gana él, bendito sea, y el resto, fervorosos devotos de su arte bonhomía y su música gozadora, regalo impagable para quienes preferimos creer que el rock no ha muerto y apenas restan sucedáneos.

 

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–4 de febrero
Polémica por el biopic en el que un actor blanco, Joseph Fiennes, interpretará a Michael Jackson. No entiendo el lío. Jackson había interpretado a su manera los viejos espectáculos en los que un puñado de blancos salía a cantar con la jeta tintada de negro. Él hizo el camino inverso. Una sátira involuntaria del problema racial. Un delirio valiente del que habría que eximirle porque andaba un poco ido. Ahora que anuncian el boicoteo de los Oscar, donde por segundo año consecutivo no hay actores negros, el cantante blanqueado, adelantado a su tiempo, o quién sabe si atrasado, demostró que no era para tanto y que uno podía elegir raza a condición de que dispusiera de los millones necesarios para costear el capricho.

¿Vitíligo? Un familiar muy querido tuvo vitíligo. El blanco España de Jacko, uniforme y unánime, no tiene pinta de vitíligo. Por lo demás, volviendo a los Oscar, me espeluzna el argumento de que una Academia más plural en el apartado de razas y minorías dará mayor visibilidad a negros, hispanos, etc., en futuras ediciones de los premios. ¿Quieren decir que uno, por el hecho de tener abuelos chinos, ser homosexual o gitano, o de ascendencia guatemalteca, ha de votar a sus iguales, a los suyos? Esto supondría, en primer lugar, que no somos iguales. Peor todavía: que los futuros académicos votarán en función del color de su piel o su orientación sexual. Con lo que, imagino que de forma involuntaria, redoblamos la lacra racista al afirmar que bueno, bien, vale, sí, lo que importa no es el talento, el trabajo particular de tal o cual actor, sino su raza, la denominación de origen, las afinidades políticas, gastronómicas o sexuales que compartamos. Cualquier cosa, lo que sea, excepto el juicio desapasionado y lúcido sobre lo único que debería de importarnos. O sea, su trabajo. Felices contradicciones de la discriminación positiva y las cuotas. Aunque nunca tuve muy claro que la discriminación y las desdichadas cuotas, sean cuales sean los motivos, excusas, coartadas, aspiraciones, disfraces, justificaciones o empeños, tengan algo de positivo o feliz.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Suena mal, ¿y?

 

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