Un día en el mundo (2008), de Vetusta Morla

Autor:

OPERACIÓN RESCATE

«La obra desprende la seguridad de piezas cocinadas a fuego lento que brillan por sí solas, fruto de nueve años de trabajo duro e ilusiones perseguidas»

 

Días antes de que Vetusta Morla cierren el año con una actuación especial en el Wizink Center de Madrid (el próximo 30 de diciembre), David Pérez bucea hasta el debut de la banda, que ha cumplido ya una década.

 

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Vetusta Morla
Un día en el mundo
PEQUEÑO SALTO MORTAL, 2008

 

Texto: David Pérez. 

 

Una década de Un día en el mundo (2008), el sobresaliente disco de debut de Vetusta Morla, platillo volante que bañó de incertidumbre y vértigo al acomodado indie rock patrio, provocando un nuevo despegue y su posterior expansión. Pero detrás de uno de los estrenos nacionales más rompedores y refrescantes de los últimos veinte años, había mucho trabajo previo. La banda comenzó a fraguarse en 1998 en la localidad madrileña de Tres Cantos, tomando el nombre de la tortuga de La historia interminable, con Juan Pedro Martí «Pucho» como vocalista, David García «El Indio» a la batería y coros, Jorge González a las percusiones y programaciones, Alejandro Notario al bajo y Guillermo Galván y Juan Manuel Latorre a las guitarras, teclados y coros.

A principios del 2000 grabaron su primera maqueta, 13 horas con Lucy, con la que consiguieron, ese mismo año, la segunda posición en el Concurso Musical de Hortaleza y el primer premio del Concurso Estatal de Pop-Rock de Rivas-Vaciamadrid. Le siguieron otras dos demos, una homónima y La cuadratura del círculo, más un primer epé autoeditado, Mira (2005). Alejandro Notario abandona el grupo y es sustituido por Álvaro. B. Baglietto, afianzando la formación titular que llega a la actualidad. Durante todo este tiempo la banda no para de girar y conquista poco a poco el circuito madrileño, con un directo que es combustión instantánea y pide a gritos aforos cada vez más grandes. Entonces, llega el momento del gran salto con el primer largo, que como no termina de captar el interés de las discográficas (pronto se arrepentirían), decidieron autoeditar bajo su propio sello, Pequeño Salto Mortal, mostrando desde el principio otra característica del ADN de la banda, su total independencia creativa.

Manuel Colmenero y Javibu Carretero se encargaron de la producción, y las bases de la obra se grabaron en el Taller de Creación de Alfredo Martínez, combinando sus trabajos con las horas de estudio, en una antigua bodega de Alameda de Cervera (Ciudad Real), con una acústica que recordaba a los míticos estudios Abbey Road, aportándole una resonancia muy especial al álbum. Finalizaron la grabación en los estudios Sonobox de Madrid y el disco salió a la calle el 11 de febrero de 2008.

Doce canciones que, aun siendo su puesta de largo, no reflejan el estreno nervioso o algo dubitativo de una banda novel, al contrario, la obra desprende la seguridad de piezas cocinadas a fuego lento que brillan por sí solas, fruto de nueve años de trabajo duro e ilusiones perseguidas. El sexteto está tan bien engrasado que suena como si fuera una única persona.

 

Canción a canción

El disco comienza a andar y hoy, una década después, volvemos a sentir esa misma bocanada de aire fresco que nos levantó un palmo del suelo tras aquella primera escucha. Un sonido propio, muy depurado y con letras crípticas en español, pero altamente evocadoras y contagiosas, con frases que se te quedan grabadas en la piel sin que te des cuenta, palpitantes de luz y vida. Si habías tenido la suerte de verlos en directo antes de escuchar el disco, podías sentir esa misma rabia, ganas de comerse el mundo y emocionante delicadeza, en cada surco.

El viaje se abre con “Autocrítica” y quedamos en un parpadeo envueltos por su misterio, absorbidos por el primer ojo del huracán, en el que giramos sin poder dejar de repetir ese mantra de «nadie le cree, nadie se lo cree» que rezuma verdad. Nos atropella la épica del primer gran hit del lote y ya no hay vuelta atrás, sin pensarlo, «hacemos de la rabia nuestra flor y con ella nuestra bandera», un “Sálvese quien pueda” en el que la banda desprende todo su poderío, con Pucho a tumba abierta, utilizando su portentosa voz como un instrumento más. Y por suerte y por desgracia, que relajado se quedaba uno hace diez años y que bien sienta ahora, sumarse a ese crescendo y explotar en la frase final de «Puede ser que mañana esconda mi voz / Por hacerlo a mi manera / ¡Hay tanto idiota ahí fuera!».

 

 

Bajan las revoluciones y nos hacen flotar en la magia ensoñadora que tejen en “Un día en el mundo” y los paisajes sonoros de una eterna “Copenhague”, donde nos dejamos llevar con los ojos cerrados, sin «Nunca saber dónde puedes terminar o empezar», para acabar despertando en el fuego interior de “Valiente”, himno mayúsculo que más de una banda veterana habría dado media vida por componer y que, aunque Guille y Juanma son los principales compositores de la banda, esta vez es Pucho el que firma la letra.

Tras ese imborrable «Pensad que ya no estoy / que el eco no es mi voz…», aplaudimos, pero ni nos vamos, ni termina la función, nos dejamos moldear por “La Marea” que esconde mil aventuras en el paso del tiempo, para volver a perdernos y encontrarnos, dando un nuevo salto mortal junto a las estatuas de sal de “Pequeño desastre animal”.

 

 

Anochece y soñamos despiertos, viendo reflejados en nuestros propios ojos los fuegos artificiales y la montaña rusa de ese laberinto de significados y emociones que es “La cuadratura del círculo”, pieza que no define, pero sí transmite en su explosión continua, el Big Bang que supuso este disco y la energía incontrolable y definitoria de la banda. Nos dan un necesario respiro en el alba de “Año nuevo”, donde brindamos juntos «Por un año más, un año menos / que dolerse de esta herida y de esta luz», para proseguir aprendiendo «con la duda entre los dedos y a tientas», saltando una vez más “sin red ni hogar” y arder para ir más allá en “Rey Sol”, con la herida prendida en un nuevo torbellino de riffs, percusiones y voces marca de la casa.

Y si «los días están contados, no hay más que temer», nos dejamos llevar por «la tormenta y el tiempo» y quemamos las naves en la fiesta interminable de “Saharabbey Road”, otro himno (con espíritu Beatles) que es imposible separar del directo.

 

 

Los puntos suspensivos los pone la belleza sobrecogedora de “Al respirar”, donde más que un final, se respira un nuevo comienzo, un nuevo paso que nos devuelve a la fantástica foto de la portada (obra de David Martin Page) de Un día en el mundo, donde un niño salta entre dos bancos en un muelle, con la inmensidad del mar y del cielo de fondo. Una pequeña aventura dentro de una mayor, que hay que disfrutar hasta el siguiente salto.

 

Primera tirada

Se lanzó una primera edición especial con una tirada de 2.080 copias, compuesta por el cedé con las doce canciones y el deuvedé La canción número 13, realizado por Guillermo Galván, que muestra el proceso de grabación del disco, las letras en transparencias individuales y una pieza de un puzle. En total había trece puzles (tantos como canciones), y cada uno tenía 160 piezas, con las que se componía la imagen de la portada del álbum.

Como dijo la banda, «Todas las piezas juntas componen el gran puzle de Vetusta Morla, lo que significa que tú también formas parte de él, parte de nosotros y parte de las canciones. Tenemos la aspiración de hacer una música que presente huecos, espacios en blanco que cada uno ha de completar con lo que sentís o pensáis. Eso significa que las canciones crecerán con vuestra energía y su significado se ampliará con lo que vosotros aportáis. Significa que también os pertenecen y que habéis participado en la creación de algo mayor y más hermoso. Las piezas que poseéis son la manifestación física de esto».

El diseño fue realizado por Pucho y cada una de las copias se empaquetó de forma artesanal por el grupo. Hoy día esa edición es un tesoro, como casi el resto de ediciones físicas que salieron posteriormente del mismo, ya que el disco está prácticamente descatalogado, por lo que tendrás suerte si aún no lo tienes y encuentras alguna copia suelta. Todo esto apunta a una inminente reedición especial, aprovechando el décimo aniversario de una obra totalmente imprescindible y necesaria para entender el pasado, presente y futuro del indie rock español.

 

Anterior entrega de Operación rescate: Elastica (1995), de Elastica.

 

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