Trece días de bruma, de Clyde

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DISCOS

«Canciones exquisitas, bellísimas, tiernas a veces, otras llenas de potencia, que seguramente no nos merecíamos en este país»

 

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Clyde
Trece días de bruma
DISCOS DE LA BAHÍA, 2018


Texto: CÉSAR PRIETO.

El final de una banda siempre es motivo de tristeza para sus seguidores, y quizá solo lo pueda atenuar que regalen un último disco, aunque sea recopilatorio. Es el caso de Clyde, el proyecto de Luis Verne, que nació un día del lejano 1999 y que ha aguantado veinte años. Veinte años en los que su producción ha sido escasa —dos discos largos, un epé y algunas canciones sueltas— y no ha llegado al gran público; pero que ha generado canciones exquisitas, bellísimas, tiernas a veces, otras llenas de potencia, que seguramente no nos merecíamos en este país. Para compensar un poco este desconocimiento, queda para los anales este recopilatorio de despedida, con algunas revisiones de sus temas.

Es un capítulo de la historia del pop que, bien, no es definitorio, no ha marcado tendencias —aunque con su primer elepé en 2003 se empezó a hablar de tristipop—, pero no se puede negar que deja canciones sensibles y elegantes, y sobre todo muy cuidadas en los arreglos e instrumentación. No en vano, Pedro Vigil ha vestido algunas y Paco Loco las ha grabado.

A pesar de lo escaso de su producción, Clyde ha mantenido una evolución en cada disco. En el primero —Cosas que dejó el verano— se abría un mundo de delicada decadencia. Hoteles, vasos llenos de Martini blanco, una lluvia persistente… eran su mundo estético; el pop acústico con detalles de viento o chelos era su sonido. De él se recuperan “Cosas que dejó el verano”, a la que se añaden para la ocasión las cuerdas de la británica Joni Fuller, y “Tenemos que dejar el hotel”, con sus arreglos de órganos.

Tres años después vino Amor, cinco canciones que desarrollan una historia sentimental; son estas las canciones a las que dan brillo las instrumentaciones creadas por Pedro Vigil. “Dudas” y “Adios, amor”, de este disco, se incluyen como adaptaciones instrumentales inéditas. Y por fin, en 2013, aparece La suerte, con un sonido más americano y la importante presencia de guitarras eléctricas y estribillos magnéticos. Es especialmente sereno el de “Intermediarios” junto a Isabel León, de IS o Surfin Bichos, y especialmente punzante la canción que da título al conjunto, llena de riffs claros y ligeros. Aún hay una última estación antes de que se quebrara el proyecto: “Septiembre”, una canción de hace un par de años, espléndido cierre lleno de sensibilidad y placidez.

Yo, de ustedes, me haría un par de favores: correría a comprar este disco para tener en casa unas canciones que van a deslizarse por su sensibilidad y estaría muy atento a Marino, el nuevo proyecto que está germinando en las manos de Luis Verne. Seguro que da otros veinte años de placer.

Anterior crítica de discos: Breve encuentro, de Kikí d’Akí.

 

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