Todo era posible. Revistas underground y de contracultura en España (1968-1983), de Manuel Moreno y Abel Cuevas

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LIBROS

«Eran bombas de relojería que, poco a poco y con el tiempo, han ido abriendo vías de escape»

 

Manuel Moreno y Abel Cuevas
Todo era posible. Revistas underground y de contracultura en España (1968—1983)
LIBROS WALDEN

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Era necesario y por fin Libros Walden se ha decidido a hacerlo. La nómina de revistas españolas que pueden considerarse underground o contraculturales es, si nos ponemos a mirar, escasa. Algunas cabeceras sí que cuentan con una brillante trayectoria que incluso llega hasta nuestros días, pero otras aguantan un par de números. En los primeros momentos, problemas de censura y la falta de una horquilla de público —aunque a este cronista le da en la nariz que seguramente era más numeroso que ahora— provocaron que resistieran poco más de un lustro. Y a duras penas.

Pero es esencial recuperar un contexto y una evolución, por varias razones. La primera, por las especiales circunstancias de este país. Si en Estados Unidos y en casi toda Europa las revistas de aire más libertario fueron crisol de las ideas de una época, al llegar a España —tarde— su labor fue empezar a salvar al país de las ínfimas cotas de libertad, de comunicación con el mundo. Digamos que, aunque hablaran de música, su intención era trasmitir qué se estaba haciendo en el mundo. No tanto una labor de escaparate sino de canalización.

La segunda razón es que gran parte de los locutores, críticos o activistas culturales que aún tienen presencia importante en nuestro país estaban allí, en los primeros momentos, a principios de los años setenta. Si uno revisa el consejo editorial de Ozono, la primera revista que se aparta de la prensa oficial según este libro, se encontrará con sorpresas. Diego A. Manrique, Gonzalo García Pelayo o Julio Ruiz colaboraban en esa redacción. Incluso el novelista Rafael Chirbes. Habían formado una cooperativa desde Radio Popular en la que trabajaban como locutores, que entró en una revista confeccionada por estudiantes del Colegio Mayor Chaminade y le dio un aire mucho más receptivo a cuestiones musicales en general, aunque bien pronto se abrieron a asuntos sociales. Bien es cierto que Karmele Marchante o Jiménez Losantos también pululan por estas cabeceras, pero esto importa poco a nuestra historia.

Y es muy destacable, desde luego, que se recupere Ozono, porque de Star —la segunda de la lista— hay diversos libros monográficos y hasta un artículo que fue publicado en un número de Cuadernos Efe Eme (que puedes consultar aquí). De ella se recogen portadas a gran tamaño, algunas páginas dedicadas a Roxy Music, Lou Reed o el gay rock, y su historia en una breve introducción.

Cuatro son las cabeceras a las que se presta mayor atención. Aparte de las comentadas, hay un ingente número de páginas que se dedican a Ajoblanco y Los Cómics de El Rrollo. Podemos incluir aquí las publicaciones musicales, desde Disco Exprés y toda su descendencia. Pero tras ellas viene lo interesante: el underground del underground, las que no están en la historia. Y aquí tenemos a Los Marginales, editada por jóvenes expresidiarios; Globo, la primera dedicada al mundo de las drogas, o El Pollo Urbano, parecida a Star y que todavía sigue viva.

Son capítulos en que abunda el material gráfico y que se ordenan por temáticas: cine, cultura, política y hasta arquitectura. No olvidemos que en una revista de este último tema se publica el manifiesto de Smash, el primer texto underground en castellano. Palabra que se analiza en un completo y efectivo prólogo que sitúa el concepto, su historia y su aparición en España.

¿Todavía existen revistas underground? No se puede negar, pero seguramente no en los quioscos. Ya a principio de los años ochenta fueron sustituidas por fanzines —sobre los que la editorial prepara también un volumen—, que se podían vender en bares y, más dúctiles a la calle, ofrecían una información más directa. Las revistas ya habían cumplido su misión y, como señala Pau Riba en una cita, no fracasaron. Nadie esperaba que hubiera una explosión de cambio inmediata, pero sí que eran bombas de relojería que, poco a poco y con el tiempo, han ido abriendo vías de escape.

Anterior crítica de libros: Hilario Camacho, el trovador de Chamberí, de Álvaro Alonso.

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