Toda la verdad sobre los señores de provincias, de Bruno Belmonte

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LIBROS

«El libro fascina por su estilo, con dejes de todo el enredo español que esconde coña de la buena y una irreverencia de asombroso sarcasmo punk»

 

Bruno Belmonte
Toda la verdad sobre los señores de provincias
PEPITAS DE CALABAZA, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El libro de Bruno Belmonte es un volumen curioso por el ámbito en que discurre, por su tono y por su tipología, crónicas periodísticas que no han visto nunca las páginas de un periódico. Comencemos. Bruno Belmonte nació en Logroño, al asomo de la ciudad provinciana que era, con una vida regulada, lejos de las prisas y lo cosmopolita. Todo estaba cercano y nada urgía. Los horarios de vermut, siesta y bar estaban más regulados que un lanzamiento de la NASA. El periódico y el fútbol de los domingos eran la espiritualización del ocio.

De repente, lo encontramos convertido en un niño estudioso —su primera maestra lo detectó y él no quiso llevarle la contraria— que decide aprobar una plaza de profesor de instituto. Como buen viaje de fin de curso, lo destinan a Canarias una década y acaba emparejado con una cantante indie, natural de las islas, de cierta fama.

Y de estos dos extremos trata el libro, de la vida provinciana y de la España que deslumbra en los grandes festivales a los que acude con su esposa en calidad de hombre florero, experiencias cuyas alejadísimas dimensiones se tocan en una especie de vuelta de tuerca cuántica. El padre de Bruno Belmonte era viajante de comercio. Vendía tejidos y novedades por las tierras del norte de la península, así que debía tener el temple y el mando necesario para engatusar a impracticables comerciantes de comercios centenarios para que estos comprasen telas floreadas y hippies. El artículo que cierra el conjunto precisa que su pareja, la cantante indie, tiene el mismo trabajo: «embaucar a todo bicho viviente», es decir, vender tejidos y novedades sonoras haciendo creer al público que lo que le da es exactamente lo que necesitaban en ese justo momento.

Pero sí por alguna cosa fascina el libro es por su estilo, arcaico ma non troppo, con dejes de todo el enredo español que esconde coña de la buena —ese que va de Julio Camba a Manuel Jabois— y una irreverencia de asombroso sarcasmo punk. Cada frase es un festival.

Poco a poco, el texto se va convirtiendo en un sinfín de anécdotas. Desde la vida de los señores de Logroño, esos que parodiaba La Codorniz, hasta la vida moderna, existe un amplio campo en el que la existencia hispana puede recibir una vuelta de tuerca y ser vista como esos artículos que hacían Mesonero Romanos o Estébanez Calderón, con su estilo clásico que ahora, en el siglo XXI resulta, más que paródico, divertido. Así, los campos de fútbol, los festivales, los bares de pueblo y las áreas de servicio reciben una mirada bienintencionada y sumamente lúcida, ácida y suave. Estos tres adjetivos, que parecen antitéticos, son los que sustentan la amplia fiesta del lenguaje. Fuegos artificiales, quizá poco espectaculares, provincianos, pero íntimos y agradables.

Anterior crítica de libros: Macarras ibéricos, de Iñaki Domínguez.

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