The New Raemon: «Mientras haya emoción en las canciones habrá humanidad»

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«Todos tenemos la maldad inherente dentro, lo que pasa es que tenemos que aprender a lidiar con ella»

 

Un periodo de crisis y un conjunto de canciones perpetradas de madrugada han dado como resultado Coplas del andar torcido, el nuevo disco de The New Raemon. Carlos H. Vázquez entrevista a Ramón Rodríguez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: NOEMÍ ELÍAS.

 

Sin las canciones, en realidad, el mundo sería un lugar peor. Otro gallo nos cantaría si por las mañanas sonara en el despertador una melodía que nos delatara un hilo de baba y una expresión infantil, para jurar después en arameo que te ves «completamente feliz», como cantaba Jaime Urrutia en su disco Patente de corso.

Pero hay a quien le cuesta dejar la noche o, mejor dicho, empezar la mañana. «Levantarse, acostarse, sentarse a trabajar…», dice Ramón Rodríguez en “Ruido de explosiones”, tema del séptimo y nuevo disco de The New Raemon Coplas del andar torcido (BMG, 2020), un álbum de recortes nocturnos que guarda similitudes con la anterior entrega, Una canción de cuna entre tempestades (BMG, 2018), aunque con un poso más de dramatismo. El catalán advierte —en la letra de “En la feria de atracciones”— que «cada verano es el último verano», y será por eso por lo que habrá que emocionarse con una canción, como Ramón, para poder ver en las sombras un gramo de luz.

 

Encuentro que en Coplas del andar torcido hay ciertas referencias a la noche, a la oscuridad… Esto no es una novedad, pero temas como “Luna creciente” o “La feria de atracciones” pueden ser dos ejemplos. ¿Qué es lo que te atrae de la noche?
Supongo que es esta dualidad que tenemos todos: la luz y la oscuridad, el día y la noche, lo bueno y lo malo… Es un poco ser conscientes de que tú y todos los humanos tenemos esta maldad inherente dentro, lo que pasa es que tenemos que aprender a lidiar con ella. Es una referencia a estar andando en el filo entre esas dos cosas que crean un equilibrio.

 

¿La noche es un sinónimo de locura?
No. La imagen que a mí me transporta es algo más salvaje, pero en el buen sentido, a un nivel más ancestral, como cuando sales a la calle una noche a las tres de la mañana, por ejemplo; la sensación que tú recibes físicamente es muy distinta de la de la mañana.

 

Supongo que también habrá un tipo de luminosidad en la noche por estar más en silencio, algo que no va mal para la gente creativa. Como que por el día hay que guardar una imagen…
Sí, hay más libertad y está relacionado con lo que te dije de lo salvaje, que por la noche tienes la impresión de que no te ve nadie y a lo mejor tu actitud o tu lenguaje corporal está más relajado y no tienes que seguir las convenciones de la sociedad, que al final no dejan de ser unas convenciones artificiales que son autoimpuestas por nosotros mismos para que haya cierto orden y esto no sea natural, porque lo natural es el caos. Yo escribo de noche porque no tengo más remedio, porque tengo que esperar a que mi hijo se duerma para empezar a escribir, pero este año, que ya había comenzado la escuela, podía volver a trabajar por las mañanas, porque me despierto bastante temprano y me gusta aprovecharlas para componer, aunque en los dos últimos discos, por la juventud del niño y su biorritmo, los tuve que hacer mientras mientras dormía todo el mundo en casa.

 

Una canción de cuna entre tempestades es, en efecto, un disco muy nocturno, pero no tiene el poso dramático de Coplas del andar torcido. ¿Puede ser?
Sí. Una canción de cuna entre tempestades era un disco más nocturno, pero la esperanza estaba más visible en los versos, mientras que en Coplas del andar torcido hay más opresión y es mucho más denso, además, aunque absurdamente hay mucho más aire y espacio; no hay apenas guitarras, muy pocas en comparación con el otro, que era mucho más rockero.

 

«He hecho las canciones de noche, metido en un garaje, con unos auriculares haciendo el loco y probando cosas»

 

“Cielos estrellados”, de Una canción de cuna entre tempestades, es una canción muy ochentera, aunque con una letra pesimista. Sin embargo, no es tan dramática como “Días de rachas grises” o “Aunque maldigas entre dientes”, por ejemplo, que tienen un aire más trianero.
Sí, tío. Y también son un poco más apocalípticas. “Cielos estrellados”, que de todas las que he escrito es de las que más me gusta, es una canción aparentemente bonita con un medio tiempo —que es lo que vengo haciendo en los últimos años— que va contando algo dramático y galopa construyendo el castillito. En cambio, Coplas del andar torcido es un poco más a saco. Lo que me hacía gracia de “Rachas de días grises” era esa introducción arabesca y pseudoflamenca, aunque yo tampoco controlo mucho de flamenco y lo que conozco es lo que hace Fosforito o cosas así que me han ido pasando amigos como Fernando Vacas (Córdoba), Javier Vega (Sevilla) o Dani Llamas (Jerez). Ellos controlan mucho de flamenco, todos sus palos, y me enseñan cosas. Yo, todo eso, lo filtro por mi batidora. No sé, me apetecía mucho hacer una canción como esa, que es totalmente una improvisación; primero escribí esa parte y luego, al cabo de unos días, salió la otra.

 

¿Salieron las dos partes por la noche?
No. La introducción salió por la mañana, pero sí hay mucha nocturnidad por eso que decías antes: la he hecho de noche, hasta las cuatro de la mañana, metido en un garaje, con unos auriculares haciendo el loco y probando cosas.

 

¿Pero de dónde viene ese dramatismo? Entiendo que hay un cierto desasosiego por el paso de la edad… En “Ruido de explosiones”, dices: «Ya cumplidos los cuarenta y tres, la comedia está ya muy avanzada, cadavérica, hermosa…».
Hay cierto componente de la edad, pero también es por el momento que estaba pasando, aunque ahora estoy en otro muy distinto y muy tranquilo. Pasaba por un momento complicado, sobre todo a nivel profesional, porque no han sido años muy fáciles. El disco anterior funcionó mucho a nivel de escuchas y de repercusión, tanto a nivel de crítica especializada como de público, y parecía que le gustaba a todo el mundo, pero tuve mucha dificultad para tocarlo en directo. Incluso con el recopilatorio [Quema la memoria] tampoco se hizo bien la gira; fue un desastre absoluto tal y como se planteó. Quema la memoria tiene casi siete millones de escuchas, pero después no se traduce en gente que está interesada en lo que estás haciendo y en poder montar una gira en condiciones, en ese sentido este país es un desastre. Estaba un poco ofuscado porque sentía que estaba como en una especie de cruce de caminos en el que tienes que decidir si te vas con papá o mamá o si te vas de casa. Estos discos los hice en plan «me da igual». Al final ha servido para reafirmarme en la máxima de hacer algo porque me gusta, porque me apetece hacer canciones y quiero emocionarme mientras las hago. Solo así la gente podrá emocionarse si realmente tiene interés en escucharlas. Y si no, hay otras cosas. No quería someterme a este sistema de comercio de la música, de vender en las redes un éxito que es mentira. Conozco grupos que tienen muchas menos ventas y escuchas que yo y están girando. Es todo muy absurdo. ¿Quién controla esta industria? ¿Cómo la moldean? ¿Cómo moldean al público para que acabe escuchando cosas que no están contando nada? Al final me reafirmé haciendo estos discos, también un poco enfadado; voy a seguir haciendo esto, porque esto es lo que hago, y lo defenderé a capa y espada. Ahora estoy en un momento muy tranquilo porque decidí dar un giro: paso de tocar en festivales, paso de tocar en estos sitios, paso de todo. Si quiero montarme un bolo, me lo monto yo, aunque sean uno o dos al año con mi banda para poder hacerlo bien y disfrutarlo en las ciudades donde nos quieran ver. Y después, tocar en teatros y en condiciones, que pueda dar un buen concierto y estar a gusto, y si no, no voy a tocar. Pero seguiría haciendo discos porque es lo que me mueve.

 

«No quería someterme a este sistema de comercio de la música, de vender en las redes un éxito que es mentira»

 

Supongo que ponerse expectativas altas y no cumplirlas conduce a la depresión.
Más o menos he ido tirando y aguantando, porque nunca me pongo expectativas. Para mí, la meta es terminar el disco. Luego, entiendo que no depende de mí montar una gira bien, sino de la gente con la que trabaje y de que entendamos todo de la misma forma dentro del equipo y que haya un diálogo para poder organizar las cosas de una forma ordenada. Y ya está. Pero esa canción [“Ruido de explosiones”], básicamente, de lo que habla es del hastío de llegar a cierta edad, cuando te das cuenta de que todo esto, toda esta estructura, es una mierda, una mentira, una falacia y un engaño. Esta situación en la que estamos es producto de esta forma de vivir dentro de un sistema. Es el hartazgo de ver tu vida muy mecanizada. «¿Qué más hay aquí? ¿Sólo esto?». Me planteaba estas preguntas a mí mismo, pero también para que el oyente se las planteara y se sintiera identificado y se preguntase qué más hay aquí, aunque puede que no haya grandes cosas. A lo mejor no hace falta que me caliente tanto la cabeza, porque grandes cosas no hay, ni tampoco grandes verdades, y todo es mucho más simple.

 

¿Nos dan entonces la libertad para engañarnos?
Frecuentemente pienso que sí, que es así. Bueno, frecuentemente también pienso que ese concepto de libertad que nos venden es un engaño. La libertad es otra cosa, es una forma de sentir y de pensar, de entender y de vivir, de disfrutar las cosas y de aprender a vivir. Eso es la libertad, aprender a vivir y a ir por la vida, porque nadie nace con todo aprendido, por supuesto.

 

La vida da y la vida quita. ¿Pero la vida es justa?
La sociedad no lo es. La vida es cruda, la vida no te engaña si la miras sin toda la estructura que hay encima.

 

¿Y qué sería de la vida si le quitáramos el drama?
No lo sé. Yo veo la vida como una tragicomedia.

 

Encuentro que hay partes del disco —«me alegré al verte marchar» de “Aunque maldigas entre dientes”— en las que parece haber una sensación de desvanecimiento en tu voz. No como un fade out, pero parecido.
Es algo que hago en casa. Hago uso del recurso de doblarse la voz, pero no del mismo modo que lo utilizaba John Lennon, que es como el estándar: doblarte la voz para darle más cuerpo, porque a lo mejor el intérprete no se sentía cómodo escuchando su voz sola. Lo que hago es doblar algunas partes que no están presentes de una forma tan clara y tan limpia, entonces panoramizo algunas voces en un lado, que están repitiendo la misma melodía, pero con cien mil millones de kilos de un reverb que casi no se distingue, como una cosa fantasmal. Vengo haciéndolo mucho desde Oh, rompehielos hasta aquí, porque como me quedé sin dinero para grabar discos de forma más seria, iba haciendo mis tomas de voz en casa. Lo bueno es que a Raúl Pérez, con el que he hecho ya cuatro o cinco discos, le mola lo que le llevo. Coge esa idea y lo hace sonar mejor.

 

¿Crees que desde Oh, rompehielos has conseguido un sonido más característico?
Sí, creo que es un sonido mucho más definido. Los dos primeros los hice con Ricky Falkner. Ricky es muy bueno y tiene una forma de plantear las cosas que también llevan su firma. Pero a partir del tercer disco, que también lo hizo Ricky conmigo y con Santi García, me metí en medio y sugerí probar otras cosas con las voces, empecé a ir cogiendo mi terreno. Y a partir de Oh, rompehielos, todas las voces se grabaron con un Sennheiser 441, como los de la radio. Es un micro de setecientos pavos que tengo hace veinticinco años. Grabo siempre las voces con ese micro, que es un micro dinámico, no uno de condensador, porque me mola el rollo de que tengas la sensación de que llevo el micro en la mano.

 

¿Cómo se grabaron las voces de Anni B Sweet?
Las hizo ella en su casa. Anni y Noni tienen un estudio en Granada, en el garaje. Tienen esa suerte.

 

«La libertad es aprender a vivir y a ir por la vida, porque nadie nace con todo aprendido, por supuesto»

 

¿Qué crees que le aporta una voz femenina a un disco como éste? No ya técnicamente, sino simbólicamente.
Lo humaniza. Yo siempre he usado voces femeninas en mis discos: María Rodés, Rocío Márquez… Me gusta ese color. También es cierto que me hago yo los coros, porque llega un momento en el que estoy tan harto de escucharme a mí mismo que siento que necesito otra voz ahí o algo que le dé un contrapunto. Y si hay voces de seres humanos, tanto de mujeres como de hombres, me interesa, porque lo humaniza.

 

¿Por qué crees que es necesario humanizar las canciones?
Porque es como entiendo el oficio. No tengo nada en contra de la tecnología —ahora estoy haciendo un disco de ambient—, pero me gusta que una voz suene humana, tampoco me gusta abusar de la tecnología en ese sentido, para afinar las notas… Me gusta la imperfección, que se vea que son personas las que están tocando. Cuando ves en un gran concierto a un grupo que realmente toca bien, en realidad es un grupo que no toca perfecto; es un grupo que es consciente de que están todos sus miembros escuchándose los unos a los otros. Para mí, un directo de The Band, ya que no hemos tenido el privilegio de verlo salvo en vídeo o en el cine, es un ejemplo muy claro de lo que es la perfección en ese sentido, porque es imperfecto, porque están todos pendientes de todos y nadie está mirándose los zapatos; están todos pendientes de que cuando llegue una parte, si alguien se va hacia atrás, se le recoja. Ahí es cuando pasa algo en un concierto. Eso es lo humano, porque estás viendo que son personas que están comunicando. Pero cuando todo está tan cuadriculado y tan milimetrado es muy frío, se pierde toda la emoción. Yo uso estos recursos más humanos que tengo para humanizar, porque es lo que me emociona mí.

 

Entonces, ¿dónde estaría la perfección y la humanización en este disco de ambient?
En cómo se usan los recursos. No sé ni cuándo lo vamos a sacar. Lo estoy haciendo con David Cordero, que también ha participado en el disco. De hecho, “Ruido de explosiones” y “En la feria de atracciones” son dos canciones que hemos coescrito juntos. Es el primer disco de The New Raemon en el que hay dos canciones coescritas con otra persona. David tiene una forma de utilizar la tecnología que me parece muy interesante, porque hace música con la música que le sugiero. Yo le puedo mandar unas pistas de piano que grabo en casa y luego él las procesa con un radiocasete, con software… Y crea música de la música que tú le mandas. Eso es lo humano, porque lo está haciendo una persona, no está secuenciado. Hay mucha electrónica hecha así. En su día estaban estos grupos de lo que se denominaba indietrónica. Portishead, por ejemplo, es un grupo que me flipa y que usa estos recursos de la forma que estamos hablando. O Aphex Twin. Usan tecnología con cosas orgánicas que luego manipulan, pero siempre estás viendo que hay una persona detrás. También hay otras músicas hechas para comercializarse que sí que están deshumanizadas. Yo veo más deshumanizado mucho del pop que se hace aquí que una música más plástica.

 

Si desaparece la parte humana, ¿dónde van las canciones?
Es una pregunta muy difícil. No lo sé… Yo formo parte de la gente que sigue una tradición. Ya sé que hay poca gente que haga las cosas de la misma forma que yo lo hago. Me miro en el espejo de gente que a lo mejor hacía estas cosas hace treinta o cuarenta años. Siempre va a haber personas que sigan una tradición y vayan un poquito más allá. Aquí tenemos el caso de Rosalía, por ejemplo, que está cogiendo cosas que ya existían para armar otras propias y llevárselas a otros sitios. Mientras haya emoción en las canciones habrá humanidad. Una canción tiene una fuerza muy concentrada, porque en cinco minutos o en cuatro o en tres puedes emocionar a alguien. Una película a lo mejor requiere dos horas, un libro requiere días y un poema requiere su tiempo, pero la canción tiene casi todo eso condensado y te puede hacer viajar en el tiempo. Puedes volver a escuchar una canción de cuando tenías ocho años y llorar como un niño, porque viajas en el tiempo. Eso tiene mucho poder. Siempre quedará gente que, con corazón y ganas de emocionarse, emocione a los demás.

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