¿Son los Grammy racistas?

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COMBUSTIONES

«Estamos, hoy como ayer, ante el triste conservadurismo de unos dueños del circo a los que aterra jugársela»

 

La entrega de los Grammy, con acusaciones de racismo por el trato al hip-hip, solo muestra una vez más lo conservador de estos premios.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Tyler, The Creator, agraciado con el Grammy a disco de rap del año por el caleidoscópico y soberbio Igor, acusó a los organizadores de estabular el hip-hop. Comentó que «apesta que cada vez que nosotros, y me refiero a los tipos que se parecen a mí, hacemos cualquier cosa que desafía los géneros siempre lo pongan en las categoría de rap o urbano. No me gusta esa palabra, “urbano”, es solo una forma políticamente correcta de decirme la palabra n…». Yo, francamente, no tengo claro que se trate de racismo. Más bien parece que prima el negocio. Basta con reparar en que Vampire Weekend, un grupo de pop canónico, que ha mamado el Graceland de Paul Simon, fuera premiado en la categoría de música alternativa.

Nada que no hayamos visto antes. En 1981, por ejemplo, en lugar de premiar Dirty mind (Prince), The river (Bruce Springsteen), Remain in light (Talking Heads), Get happy!! (Elvis Costello), Gaucho ( Steely Dan), Closer (Joy Division), End of the century (The Ramones), Pretenders (los Pretenders), Wild planet (B-52’s), Heartattack and vine (Tom Waits), London calling (salió un 14 de diciembre) y Sandinista (The Clash), Sound affects (The Jam), Seventeen seconds y Boys don’t cry (The Cure), Double fantasy (John Lennon), o Stand in the fire (Warren Zevon) o Le chat bleu (Mink DeVille), el disco del año fue para Christopher Cross, de Christopher Cross; la grabación del año “Sailing”, de Christopher Cross; la canción del año fue “Sailing”, de Christopher Cross… y el mejor artista revelación, uh, Christopher Cross. También fueron honrados Barbra Streisand, Barry Gibb y Billy Joel. En la pedrea, en las categorías específicas, que Tyler considera no sin acierto como contenedores o etiquetas secundarias, hubo trofeos para George Jones, James Cleveland, Emmylou Harris, Roy Orbison, Ella Fitzgerald, Willie Nelson, Bill Evans, The Police y Count Basie. Descontado el grupo de Sting, no había grandes novedades, ni rastro de new wave, pop gótico, folk aventurero, rock and roll panorámico o punk cosmopolita.

Busquen ahora, en cualquier enciclopedia, que lugar ocupan George Jones, James Cleveland, Emmylou, etc., o ausentes como Prince, Tom Waits o los Ramones, y qué se hizo del pobre Christopher. ¿Qué se hizo de tanto galán como el amigo Cross? ¿Qué, pasados los años, de tanta invención como trujeron en unas galas almibaradas y soporíferas? Aunque los Grammy, y los Oscar, estén todavía varios palmos por encima de engendros como los Goya, más que rastrear vetas de racismo concentrado sospecho que estamos, hoy como ayer, ante el triste conservadurismo de unos dueños del circo a los que aterra jugársela. Podía haber sido peor. De hecho ha triunfado la jovencísima Billie Eilish, autora de un disco tan rutilante como When we all fall asleep, where do we go? (puesto número 13 en la lista de Efe Eme). En los Odeón, en cambio, ganó el cada día más ampuloso y cursi Alejandro Sanz con esa infumable birria del #Eldisco. Incluso para algo tan previsible como unos premios de la industria para la industria todavía hay clases.

 

Anterior entrega de Combustiones: De (la vida de) Brian a Charlie (Hebdo).

 

 

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