De (la vida de) Brian a Charlie (Hebdo)

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COMBUSTIONES

«El proyecto salió adelante gracias a la generosidad y bravura de George Harrison»

 

La muerte de Terry Jones empuja a Julio Valdeón a recordar la excéntrica película que dirigió en 1979, La vida de Brian. Un proyecto que sufragó el mismísimo George Harrison y que, en su día, se dio de bruces con cierta parte de la sociedad.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Yo quería escribir que murió Terry Jones, miembro de los Monty Python, y que La vida de Brian, que dirigió, y que nos hizo tan felices, existe gracias a un exbeatle. George Harrison, en efecto, hipoteca su casa y su estudio de grabación para pagar íntegramente la película cuando el estudio reculó asustado. A pocos días de arrancar el rodaje y con casi todo el equipo desplazado a Túnez el proyecto salió adelante gracias a su generosidad y bravura. Yo, en fin, planeaba recrearme en el eléctrico despiporre, el fatalismo lúcido, la herejía con guasa, el vitriolo no exento de piedad y el ácido sulfúrico de unos cómicos en estado de gracia.

Mi problema es que volví a husmear en los boicots que sufrieron, repasé las jeremiadas de los rabinos, los rebuznos de los papistas, los indignados aullidos de los anglicanos, los rollos y lamentos de los agoreros, y justo cuando me disponía a sonreír con suficiencia ante semejantes excesos, me ha dado por susurrarne que lejos de progresar vamos perdiendo y que más bien parece que añoramos los usos y costumbres de la Inglaterra victoriana. De hecho, en el capítulo relativo a la libertad de expresión, las democracias parecen fascinadas con algunas de las peores ideas posibles, tentadas de asomarse al abismo, felices de coquetear con quienes, como señala el Chaplin de El gran dictador, prometen la libertad para acabar disfrutándola ellos en régimen de monopolio.

A los ultras de entonces, que tanto hicieron por intentar que la cinta fuese censurada, hoy podríamos añadir legiones de indignados por el lado zurdo, abandonada ya cualquier pretensión de luchar por la igualdad y/ o de pelear en nombre de la razón para entronizar la diferencia y situar los sentimientos como universal coartada de la mordaza: ya conocen el esquema: me ofendes, ofendes mis valores, emociones o creencias, ergo exijo que calles. Quiero decir, en fin, que los cavernícolas de entonces siguen siendo igual de infumables y encima hemos sumado para la causa de la hoguera a los teóricos guardianes de una izquierda cada día más irreconocible, más caprichosa, adolescente y fofa, encerrada con sus juguetitos identitarios y su catálogo de gritos histéricos en cuanto alguien osa contradecir unos prejuicios ideológicos entronizados como verdades teologales o indiscutibles dogmas. Total, que sí, que menudo talento el de los Python. Pero hoy, entre la derechita valiente y la izquierda reaccionaria, a Jones, y al resto de la pandilla, y por supuesto a Harrison, los habrían lapidado.


Posdata: tampoco necesito elucubrar mucho para saber qué ocurriría si a unos cómicos actuales se les pasara por la cabeza hacer con el islamismo una sátira parecida a la de Brian: Charlie Hebdo. Y no requiere grandes dosis de imaginación suponer qué dirían los intérpretes del paraíso: recuerden las abyectas declaraciones del Papa Francisco tras el crimen de París («No se puede provocar», dijo, «no se puede insultar la fe de los demás. No puede uno burlarse de la fe. No se puede». Añadió no sé qué obscenidades sobre puñetazos y madres). O la no menos lamentable reacción de un puñado de escritores (Junot Díaz, Peter Carey, Rick Moody, Joyce Carol Oates, Wallace Shawn, etc.) que se tienen por progresistas cuando el Pen Club cometió la osadía de conceder a la revista el premio Toni and James C. Goodale a la Libertad de Expresión. Entre otras siniestras indignidades dijeron que Charlie fomentaba la islamofobia «prevalente en el mundo occidental» y que se cebaba con los más débiles, «víctimas del legado colonial francés». 

Anterior entrega de Combustiones: Bill Fay, de entre los muertos.

 

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