Sobre la marcha vol.1, de Javier García-Pelayo

Autor:

LIBROS

«La lectura se hace adictiva ya desde las divagaciones iniciales»

 

Javier García-Pelayo
Sobre la marcha, vol. 1
EDICIONES ATLANTIS/SERIE GONG, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Lo primero que sorprende es el estilo. Uno, cuando escribe unas memorias, intenta alzar la voz, vigilar la disposición de los párrafos, el lenguaje, la expresión… Quizás con el convencimiento inexacto —en parte— de que cuanto más cuidado se ponga en explicar los sucesos de una vida, más importantes son estos. Y no es del todo cierto. Cuanto más cuidado se ponga en explicar los sucesos de una vida más importante es el estilo. Pero todos los que repasan su existencia le tienen un apego extremo al modo de narrar: los que son capaces, lo llevan adelante por sí mismos; los que se ven perdidos, recurren a un negro.

Por eso, las memorias de Javier García-Pelayo dan en la cara. Porque aquí el estilo es que no haya estilo. Javier cuenta, simplemente eso. Párrafos cortos o largos, incisos, divagaciones, puntillismo… todo vale. ¿Esto es bueno o malo? Ni una cosa ni otra, pero es sorprendente.

La lectura se hace adictiva ya desde las divagaciones iniciales: un grupo de primates que empieza a tener conciencia de su alrededor y de sí mismos. Y de golpe, como en la película de Kubrick, el hueso que se lanza acaba —más que en una sinfonía de naves espaciales— en la España de los años cincuenta. Son dieciséis hermanos, los tres últimos —el ultimísimo es Javier— fruto de un segundo matrimonio de su madre tras fallecer el padre de los trece restantes. Su infancia, entre Sevilla, Jerez y Badajoz, es la típica de un niño de la España que llega, digamos, hasta los noventa. Si estás en la ciudad, calle; si estás en el pueblo, campo. Y, en un sitio y en otro, travesuras, peleas de niños, bicicletas.

Llegamos a la adolescencia. Su hermano Gonzalo —impecable productor discográfico, cineasta, historia viva, al que conocerán por el libro publicado en esta casa, Conversaciones con Gonzalo García-Pelayo. Nostalgia de futuro, de Luis Lapuente— vuelve de París, y Javier se une a él para pasar a ser también historia viva. Fundan en Sevilla uno de los primeros clubs que grita rock desde sus platos, Dom Gonzalo, y se llena de soldados americanos, con todo lo que eso conlleva, y de problemas administrativos. Al mismo tiempo empiezan a reclutar grupos nuevos, Gong o Smash. Apenas tiene dieciocho años, pero la grifa ya le cuesta nueve días de cárcel y las mujeres varios días de satisfacciones

Vamos a las anécdotas: quiere ser actor —y lo fue, pero antes se precisaba título— y vomita ante el tribunal que lo va a juzgar: Jesús Puente, Juanjo Menéndez y Agustín González —recuerden los cabreos ficcionales de este—. Hay más, como cuando se mete en la comitiva del presidente americano Jimmy Carter, de visita en España, o dibuja a Manzanita perseguido por su suegra con un cuchillo, o su conversación con Enrique Tierno Galván.

A todo esto, decide ser psiquiatra y se matricula en Medicina, pero no quiere vivir como un psiquiatra, quiere vivir rodeado de músicos, conocer a montones de gente —lo consigue siendo un exitoso vendedor de libros a domicilio—, así que se embarca como mánager de Smash. Su viaje a Madrid con ellos da para una novela. Y para pequeños cuentos, los viajes a la Costa del Sol o con Carlos Puebla y los Tradicionales.

De golpe, alguien le habla de un grupo que está surgiendo. Parece que son maravillosos. Se llaman Triana. Y a partir de este momento comienza un camino en el que tanto él como los grupos crean el rock andaluz. Primero con Azahar, Cai, Alameda… hasta llegar a su cumbre: Medina Azahara. Negocios que algunos salen bien de manera milagrosa, y otros salen mal.

El libro se corta antes de los 40 años de Javier, pero promete una segunda parte. Y se corta con la Fiesta del Estudiante y la Radio, aquella celebración a mediados de los ochenta en la que pasó de todo: decenas de grupos, televisión retransmitiendo 24 horas, desalojo por amenaza de bomba, don Enrique Tierno Galván diciendo «el que no esté colocado, que se coloque y… ¡al loro!». Todo eso lo hizo él, menos la amenaza, claro. Muchas cosas quedan a partir de ahí, uno adivina que más jugosas incluso. Quedamos en impaciente espera del segundo volumen.

Anterior crítica de libros: Exhalación, de Ted Chiang.

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